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¡Artistas unidos!

Cien años atrás cuatro de las más grandes estrellas de la Historia del Cine: Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Wark Griffith le plantearon un pulso desde la libertad creativa a las grandes productoras del primitivo Hollywood. Era el año 1919 cuando el mundo de las estrellas del cine se debatía entre seguir las imposiciones de los poderosos estudios o apostar por su independencia. El resultado fue una impetuosa y romántica iniciativa bajo el título de United Artists.

Táboa

En 1911 surge en Hollywood, un recién creado municipio que pasó a integrarse en Los Ángeles, la primera productora de cine. En ese mismo año otras quince productoras más comenzaron a configurar en aquel lugar lo que se dio en llamar la Meca del Cine. Un espacio físico donde todo se medía en fotogramas y del que rápidamente comenzaron a generarse toda una serie de productos que aunaban el negocio y la industria con la creatividad de sus participantes. Era el comienzo de la industria del cine que hizo de ese espectáculo un atractivo entretenimiento para la sociedad norteamericana. Todo el país comenzó a salpicarse de salas de exhibición que demanda banwa productos que ofrecer para un público asombrado por el potencial de lo que sucedía en una pantalla con lo cual esa industria comenzó a engrasar una ingente maquinaria formada por estudios de rodaje, técnicos, guionistas, directores y, sobre todo, las estrellas del cine, actores y actrices en los que la clase media norteamericana se veía reflejada por sus historias o por sus posibilidades de futuro.

A finales de la primera década del siglo XX Hollywood ya era un reclamo para miles de trabajadores que rápidamente fueron saliendo del anonimato y se convirtieron en celebridades mediáticas. Varias de ellas se reunieron en enero de 1919 en un hotel de Los Ángeles mientras en otro salón lo hacían los propietarios de varios de aquellos grandes estudios de producción. Esa división se materializó días más tarde, cuando el 5 de febrero Chaplin, Fairbanks, Wark Griffith y Pickford firmaban los estatutos de una nueva productora, la United Artists. Los artistas se unían así para desafiar a quienes habían monopolizado demasiado poder, tanto, que limitaban completamente cualquier apuesta creativa por parte de directores, guionistas o actores y actrices, pero sobre todo, y esto es lo realmente importante, controlaban la distribución de esas películas que era donde finalmente se lograban los beneficios.

Charles Chaplin se estaba convirtiendo en una poderosa estrella del cine. Sus películas atraían a miles de espectadores que contemplaban algo diferente a lo anteriormente visto en la pantalla. Pero Chaplin, era un creador total y las productoras para las que trabajaba limitaban esas posibilidades que el actor y director planteaba en sus películas.

El director David Wark Griffith era el creador del lenguaje moderno del cine. Sus planos y el montaje de sus películas abrían nuevas posibilidades artísticas y de expresión sobre un lenguaje visual en pleno proceso de configuración. Películas como El nacimiento de una nación (1915) o  Intolerancia (1916) fueron la puesta en marcha de esa nueva narrativa. Esta última producción se convirtió en un fracaso económico que generó muchas dudas y una gran decepción en el padre del cine americano.

Por su parte, Mary Pickford era la novia de América. La actriz por la que suspiraba el público americano. Los hombres, por su evidente belleza y atractivo, y las mujeres, por ser uno de esos modelos icónicos a los que pretender asemejarse. Mary Pickford generaba mucho dinero y también quería aprovecharse de ello demandando unos mayores ingresos por sus trabajos, algo por lo que las productoras del momento no querían pasar. De hecho las limitaciones salariales que pretendieron imponer generaron grandes enfados en numerosos trabajadores.

Junto a ellos se encontraba Douglas Fairbanks no sólo por su relación con Mary Pickford, por su íntima amistad con Chaplin

Junto a ellos se encontraba Douglas Fairbanks, el gran galán del momento, marido de Mary Pickford y a priori sin ningún malestar ante la industria, como sus compañeros de aventura. Pero el actor, no sólo por su relación con la actriz, sino por su íntima amistad con Chaplin —se dice que fue el único amigo fiel en su vida—, con el que compartía numerosas horas y empeños; como el que les llevó a Nueva York, como a otros estados a congregar una ingente multitud en la venta de bonos de guerra para sufragar los gastos de la I Guerra Mundial. Los cuatro se repartieron las acciones de la United Artists, un veinte por ciento para cada uno. La parte restante caía en manos del abogado William Gibbs McAdoo, que gestionaría la parte burocrática de la productora. Cada uno de ellos aportó 100.000 dólares y la obligación de que cada una de sus películas pasase a ser gestionada por la nueva compañía; sobre todo, en lo relativo a la distribución, el gran caballo de batalla de este momento.

La productora a funcionar no arrancó hasta 1921. Charles Chaplin seguía todavía sometido a varios contratos que le imposibilitaron hacer su primera película con total libertad hasta Una mujer de París (1923). Douglas Fairbanks arrasaba en taquilla con Robin de los bosques (1922) y El ladrón de Bagdad (1924). Entre ellas, Chaplin dirigía su obra maestra La quimera del oro (1923). Mary Pickford cobraba ya un millón de dólares anuales, y Griffith, con su fecha de caducidad en el cine sonoro —algo que les sucedió a todos— sólo pudo sumar un éxito bajo esa compañía, Las dos huérfanas (1922). Bajo ese sello también trabajaron otras grandes estrellas del cine mudo, como Rodolfo Valentino o Gloria Swanson, y se comenzaron a abrir salas de exhibición a cargo de la United Artists.

El trabajo de la compañía no es todo lo dinámico que debiera y se nota la falta de experiencia en diferentes aspectos de sus protagonistas, así como lo complicado de manejarse al mismo tiempo delante de las cámaras y en los despachos. La estrella de casi todos ellos, a excepción de Chaplin —que prolongaría su brillo algunos años— se apagaba sepultando junto a los deseos románticos de la United Artists en los años 30. Procesos judiciales, la competencia de un nuevo medio como la televisión y, sobre todo, la implantación de las que serían las grandes productoras de la historia de Hollywood como la Warner, la Twenty Century Fox, la Metro Goldwing Mayer o la Columbia fueron acabando con aquel fulgor de la United Artists. Samuel Goldwing compró las acciones de Griffith y Fairbanks, mientras Chaplin y Pickford resistieron una década más.

Los creadores se unían en United artists para desafiar a quienes habían monopolizado demasiado poder

Si los años años 40 fueron un desastre, en los 50 éxitos de la talla de Sólo ante el peligro (1952), Con faldas y a lo loco (1959), La reina de África (1951) o Los siete magníficos (1960) devolvieron el prestigio a la marca que se renovaría en la década siguiente con un incremento de producciones y también de películas de calidad.

Títulos como West Side Story (1961), desde el punto de vista más artístico, y que logró uno de los cinco Oscar a la mejor película que alcanzó esta compañía en esta década, junto a películas más comerciales como las de la serie de La pantera rosa o las del agente James Bond, fueron un impulso económico como pocas veces había registrado la productora.

Muchos productores independientes se asociaron a ella para acceder a esa necesaria distribución. Woody Allen dirigió Annie Hall (1977) y Milos Forman, Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), reivindicando a este sello como el del prestigio y el del cine de autor que habían pretendido aquellos cuatro emprendedores tantas décadas atrás.

Lo que nadie se esperaba era el duro revés que sufriría el estudio con una de sus grandes apuestas, la que le empujó a producir la película de Michael Cimino La puerta del Cielo (1980), una superproducción que venía a valerse del éxito anterior del cineasta en los Oscar de 1978 con El cazador. Un presupuesto disparado, que llegó a 44 millones de dólares mientras la película sólo recaudó 3 millones, puso contra las cuerdas a la United Artists, que sufrió una bancarrota y su compra por la Metro. Casi abandonada a su suerte, en 2007 volvió a la actualidad al ser adquirida por Tom Cruise.

Curiosamente el destino quiso poner de nuevo en manos de un actor, de alguien que no era un empresario, esta compañía que pasará a la historia, ya no sólo por una buena cantidad de películas extraordinarias, sino por haberse materializado en ella el sueño de unos pioneros del cine. Un cuarteto irrepetible que defendió sus posibilidades como artistas por encima de las exigencias de quienes sólo veían en el cine un negocio.

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