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Mi vida como futbolista

"¡Mirad al nuevo, que se cae y se levanta una y otra vez!"

Balón de fútbol. GONZALO GARCÍA
photo_camera Balón de fútbol. GONZALO GARCÍA

EMPECÉ a jugar al fútbol bien cumplidos los cuarenta y duré en la práctica de este deporte exactamente diez minutos. Lo hice en el Cerponzóns un histórico de la liga de veteranos. Resulta que un amigo que militaba en aquel equipo me preguntó un día si conocía a alguien que jugara al fútbol, pues, añadió, andaban mal de efectivos, que en ocasiones apenas tenían plantilla para sumar el once inicial y entre esos once había algunos que ya estaban viejos y otros que llegaban de resaca, y que a causa todo ello al equipo le costaba un mundo sumar algún punto.

En efecto, conocía a mucha gente que jugaba al fútbol, pero me ofrecí yo mismo. Yo era un gran defensa, le dije, un defensa contundente y duro, capaz de atajar cualquier balón y de garantizar que ningún delantero rival prosperase en la zona cubierta por mí. Me miró de arriba abajo con sorpresa, pues en todos los años que llevábamos hablado jamás le había dicho de aquella habilidad mía. Tan desesperado estaba el buen hombre que ni me preguntó por mi currículo y a los dos días, cuando ya había yo olvidado aquella conversación me llamó para entregarme la equipación.

Yo no le había mentido del todo. Es verdad que no había dado una patada a un balón en mi vida y que ya de niño, cuando mis compañeros jugaban al fútbol en los recreos yo me quedaba en una esquina del patio acurrucado en posición fetal, pero no es menos cierto que por aquella época acudía regularmente al estadio a ver los partidos del Pontevedra CF y me sentía capaz de hacer lo mismo que los jugadores. Si ellos pueden, pensé, cualquiera puede.

Me presenté puntualmente en el campo y en el vestuario mi amigo me presentó uno a uno a todos sus compañeros. Mientras nos cambiábamos oí a uno de ellos preguntándole a Jorge, que así se llamaba y se sigue llamando el amigo mío, si no estaba yo demasiado gordo para la práctica de cualquier deporte, pero éste le tranquilizó: "Que va. Es un fenómeno, ya lo verás". El que hacía las veces de capitán y entrenador me dijo que ocupara el banquillo para conocer el sistema antes de saltar al campo, y ahí empecé a ponerme nervioso, pues desconocía que para dar patadas al balón hubiera que conocer un sistema.

Faltando diez minutos para el fin del primer tiempo, el capitán me llamó a gritos para sustituir a un anciano que agonizaba y ocupar su puesto en el centro de la defensa. Al llegar allí ya había yo caído sobre el césped en dos ocasiones. Muchas veces luego me pregunté por qué y llegué a la conclusión de que la respuesta estaba en varios factores: uno, que yo nunca había corrido con botas de fútbol, que llevan esos tacos; otro, que tampoco había nunca corrido sin tacos ni de ninguna otra manera; y en tercer lugar, que al haberme quitado las gafas por consejo de un compañero no pude medir la distancia entre yo y el césped.

En aquellos diez minutos, los más largos de mi vida, me caí unas quince veces más. Yo ya no intentaba correr, ni mucho menos enfrentarme a un rival, sino mantener mi verticalidad, pero no lo conseguí. Tampoco toqué un balón. Sí es cierto que lesioné a un rival al caer violentamente sobre él. Se fue cojeando y llamándome hijo de puta mientras el árbitro señalaba la falta. Yo iba a decir que había sido sin querer pero volví a caerme y lo dejé pasar.

En aquellos diez minutos nos habían metido dos goles y durante el descanso el entrenador-capitán, muy enfadado, montó una bronca monumental. Para mi extrañeza me utilizó como ejemplo de luchador y fue la primera vez en mi vida que escuché a alguien que no fuera un locutor utilizando la palabra pundonor. Me señaló y gritó: "¡Mirad al nuevo, que se cae y se levanta una y otra vez! ¡Eso es pundonor! ¡Es lo que tenemos que hacer todos, levantar este partido!". No, pensé, si le parece me iba a quedar los diez minutos tirado en el campo.

Los demás me miraban mal, como con odio. Mi amigo Jorge, además de mirarme con odio movía la cabeza de un lado a otro para mostrar públicamente su decepción. El que antes le había preguntado si no era yo demasiado gordo, ahora le decía: "Pois si que é un fenómeno o teu colega, manda carallo".

Al acabar el descanso, esperé a que los otros saltaban al campo, me cambié las botas por los zapatos con los que había llegado, me puse las gafas, fui corriendo hacia mi Citroen AX y salí de ahí mientras los otros me lanzaban gritos y aspavientos reprochándome mi cobardía. No estaba dispuesto a pasar toda la segunda parte cayéndome sobre el césped.

Durante dos o tres semanas no supe nada Jorge, hasta que me llamó muy serio para exigirme que devolviera el uniforme. Y esa fue mi vida como futbolista, la que me permite presumir de haber jugado en el Cerponzóns.

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