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Brujos y hechiceros gallegos

ES CURIOSO. Aunque en el imaginario colectivo gallego cuando hablamos de sucesos o personajes con conexiones más o menos sobrenaturales, lo habitual es que acabemos refiriéndonos a las meigas y al famoso "non creo nelas pero habelas hainas", resulta que lo que también está perfectamente documentado son inmumerables casos de hechiceros y brujos. Digo que el asunto es curioso porque la tradición oral recoge a las mujeres como protagonistas de una arraigo que va desde lo mágico a lo esotérico y a lo religioso y eso lo sabe todo el mundo dentro y fuera de Galiza pero las crónicas y la documentación hasta en eso impone a a las mujeres un papel fatal. Con el tiempo, fuimos olvidando a brujos y hechiceros dejando ese protagonismo a las mujeres. De alguna manera hemos llegado a la conclusión de que las males artes mágicas son obra exclusivamente de mujeres, olvidando por completo los incontables casos en los que los protagonistas eran hombres.

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXAO sea que sabemos que existen las meigas porque llevamos oyéndolo toda la vida, de generación en generación y los textos que las mencionan o son demasiado académicos o lo son demasiado poco y las dejan en el limbo de lo anecdótico y de lo folclórico, en este caso otorgándoles un papel discutible.

Prueba de ello la tenemos de manera muy palpable en numerosos escritos, uno de ellos, quizá el más divulgado, Brujos y astrólogos de la Inquisición de Galicia y el famoso libro de San Cipriano obra de Bernardo Barreiro, publicada por el año 1885. En él se da cuenta de diversos procesos inquisitoriales contra sospechosos -por lo general declarados culpablesde hechicería o brujería. Ahí hay muchos hombres, como el caso de Juan Gómez, de Tameirón, Ourense, quien en 1602 fue procesado por tener un libro de brujería y de hechizar a dos personas: a un hombre para que no dejara a su amante y a otro para que no pagara las deudas que había contraído con un vecino.

Otro caso muy sonado en su época fue el del marqués de Camarasa, Antonio de Beauforth, procesado en Compostela en 1622 . Le acusaron de tener una medalla cabalística. En un registro en su casa, además de la medalla mágica, incautaron papeles y libros astrológicos que, según los acusadores, utilizaba el noble de origen francés para hacer el mal. El asunto adquirió mucha fama porque resulta que el hombre había sido contratado por el duque de Lerma para asesinar por medio de poderes cabalísticos a su gran enemigo el conde-duque de Olivares.

El proceso fue esperpéntico, pues se juzgaba lo mágico mezclado con lo político y envuelto todo ello en una burbuja de maquinaciones provocadas por seguidores de uno y otro noble, que no buscaban otra cosa que el poder político.

Para quien esté interesado en estos temas, sepa que el libro en edición facsímil puede encontrarse en abierto en la sección de libros de Google. Allí encontrará numerosos casos protagonizados por mujeres pero también por hombres. En algún momento alguien les llama "meigos", pero el nombre les queda fatal, así que si alguna vez se referían a ellos, cosa poco habitual, lo hacían llamándoles hechiceros o brujos, como si eso fuera mejor que una meiga, denominación exclusivamente femenina.

Hay en este libro todo tipo de casos, que van desde el envenenamiento a los hechizos o a la adoración al demonio. Y los más graves, pásmese usted, son los protagonizados por hombres. Las meigas eran más benévolas pero no más numerosas. Aunque hoy las vemos como personas simpáticas porque los tiempos han cambiado, durante siglos estuvieron envueltas en una leyenda negra de la que es difícil desprenderse. Sin embargo, los brujos o hechiceros varones fueron prontamente olvidados y así desde entonces y hasta hoy y en adelante.