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El legado suevo

Los suevos no nos dejaron murallas, pero nos dejaron las parroquias
Maruxa

MUCHO SE HABLA del Reino suevo de Galiza, pero no siempre se dice tanto, o al menos no lo más importante. Sabemos que se trata del primer reino post romano de Europa, y por tanto, aunque hoy y espero que por poco tiempo, Galiza tenga categoría de comunidad autónoma, es la entidad territorial más antigua del mal llamado viejo continente. Mal llamado, digo yo, porque supongo, que no lo sé, que los continentes, millón de años arriba o abajo, tendrán todos la misma edad. El Reino suevo coronaba reyes, acuñaba monedas, administraba y gobernaba un territorio en el que cabía un Estado, una nación y un pueblo.

Hay un documento único, el famoso Parroquial Suevo. Todos los documentos son únicos, dirá usted con razón, pero este además es excepcional, por cuanto nos explica cómo se articulaba lo que hoy llamaríamos administración territorial. Es una aburrida lista de diócesis con sus respectivas parroquias. Los suevos no nos dejaron murallas, pero nos dejaron las parroquias, que hoy siguen funcionando como el mejor sistema para distinguir y gestionar núcleos de población, organizados en parroquias. La estructuración parroquial pervive en casi todo el antiguo territorio suevo, conformado por las actuales Galicia y Asturias y el norte de Portugal. Allí se les llama freguesias pero viene siendo exactamente la misma cosa.

Resulta que cuando una cosa funciona no se cambia, y resulta que sustituyendo los antiguos obispados por los actuales municipios, seguimos organizándonos como lo hacía el Reino suevo: una entidad soberana que es el Reino (hoy comunidad autónoma) dividida en sedes episcopales (hoy sustituidas por los concellos) que a su vez se dividen en parroquias (cosa que no ha cambiado), y éstas a su vez en aldeas, lo que también sigue igual. La parroquia, entonces y hoy, se articula en torno a una iglesia a la que acuden o no acuden los feligreses de las aldeas vecinas. No existe parroquia sin iglesia y hoy en día las iglesias parroquiales siguen ejerciendo una función religiosa pero también social y administrativa.

Los suevos no nos dejaron grandes obras, casi ni pequeñas, o sí las dejaron y poca cosa queda. Pero sí nos dejaron estructuras administrativas y organizativas que mantenemos hoy. Las comunidades de montes, por ejemplo. En origen y hasta hace bien poco, las comunidades de montes estaban para que los vecinos organizaran el mejor aprovechamiento de los recursos locales. El ganadero tenía su zona de pastos, el agricultor su espacio para plantar cosechas, el maderero sus árboles, el molinero su agua. De esa manera, el monte comunal era de todos y se organizaba de la manera más productiva y sensata. Hoy el aprovechamiento de los montes gallegos ha cambiado. No hay ganaderos rurales que lleven a sus animales a pastar al monte, no hay molinos ni hay cosechas comunales. La industria maderera, principalmente, ay, de eucaliptos, ha invadido nuestros montes, pero se mantiene el sistema de administración mancomunal, que viene siendo algo así como un socialismo germánico de hace 1.500 años.

Así que si bien los romanos nos dejaron obras admirables como la muralla de Lugo o el majestuoso campamento militar de Aquis Querquenni, el legado suevo pervive en nuestro día a día aunque no lo apreciemos porque lo palpamos demasiado. Sabemos que tenemos parroquias, entidades que ya se denominaban así hace milenio y medio, y sabemos que tenemos comunidades de montes, pero no valoramos su origen precisamente porque no son vestigios, sino algo que vivimos a diario. No nos preguntamos de dónde vienen por el mismo motivo por el que no nos preguntamos cuándo y para qué surgió la barra de pan ni quién la inventó. Lo cotidiano es tan usual que parece que no tiene origen.

Debemos, a día de hoy, más a los suevos que a los romanos, que nos dominaron mucho antes y durante mucho más tiempo. La gran diferencia es que Roma venía a por nuestros recursos. Era un imperio mundial capaz de tragar todo lo que encontraba para mantenerse, pero los suevos venían para quedarse, con lo que lo que buscaban era fortalecer el Reino gallego. Por eso lo fundaron, lo dotaron de estructuras sociales y territoriales que hoy siguen vigentes y adaptadas a nuestra legislación casi intactas.

De unos nos queda el famoso derecho romano, y algunas obras destacadas, pero de eso hay en toda Europa, en Oriente Medio y en buena parte de África. Incluso con América o con Australia compartimos el legado romano exportado siglos después. De los otros, de los suevos, nos quedan singularidades que únicamente se conservan en la antigua Gallaecia y que conforman estructuras únicas en el mundo. La actual Galiza es mucho más sueva que romana. Roma nos dejó piedras preciosas. Los suevos nos dejaron un país cuya singularidad hemos heredado y mantenemos a día de hoy. Uno de nuestros más potentes hechos diferenciales, no sé si el mejor pero sin duda el más antiguo y duradero, es el de los suevos. También es el menos explotado. Todas las naciones que conforman el Estado español exponen razones históricas, que en Galiza remontamos al siglo XIX, como quien dice anteayer. Pues no, pinflois. Nuestro hecho diferencial empieza en el S. V, cuando formamos el reino más antiguo de Europa, y nos callamos cuando llega un yeyé y nos dice que España es más antigua. Pues hay que decir que no, que no hay ni habrá estado en Europa más antiguo que Galiza, y que a chorar a Cangas.