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Billy Joel, Ana Belén, un borracho y España

Ana Belén actuó el pasado mes de agosto en Pontevedra. ADP
photo_camera Ana Belén actuó el pasado mes de agosto en Pontevedra. ADP

LE PASA a España lo que a Billy Joel y a Ana Belén cuando interpretan sus versiones de El hombre del piano, originalmente The piano man. Es la misma canción, pero cada uno canta una cosa radicalmente distinta. Lo supe el otro día. Estaba yo trabajando mientras escuchaba una lista de canciones de esas que vienen prefabricadas en Youtube cuando empezó a sonar ese tema en versión original de su autor, el tal Billy Joel. Como no me gusta, cambié a la pantalla de Youtube para saltármelo pero algo me llamó la atención. Se trataba de un vídeo subtitulado en español y al instante advertí que la historia que cuenta en esa canción Billy Joel es exactamente la contraria de la que canta Ana Belén.

Demasiadas versiones para una misma canción

Una y otra canción se desarrollan en un bar y el ambas los protagonistas son el pianista y un cliente que le pide que siga tocando. Hasta ahí todo normal, como cuando decimos España, que sabemos dónde está y creemos saber quiénes la protagonizan, pero ahí acaban los acuerdos. En The piano man el cliente es un borracho perdedor, mientras que en El hombre del piano el borracho es el pianista.

Tiene su lógica. Cada uno de los dos cantores interpreta un papel. Cuando la canta Billy Joel lo hace sentado al piano, por lo que es normal que el borracho sea el cliente; pero cuando la canta Ana Belén se acompaña al piano de un señor, y no es cosa de que ella haga de clienta borracha. De hecho, si busca usted un vídeo de Ana Belén haciendo esa canción en directo, cuando chilla eso de: "¡Toca otra vez, viejo perdedor!", señala al pianista que la acompaña. De hecho se pasa la canción insultándolo: que si es un desgraciado apestoso, que si con lo que él fue y mira cómo acabó y todo el rato así, que si yo soy el pianista me levanto a media canción le quito el micrófono y le digo lo que seguramente piensa el buen hombre: "Mira, Ana Belén, vale, cada concierto lo mismo. Si vuelves a insultarme delante de 40.000 personas ya te puedes ir buscando a otro pianista porque yo lo dejo".

Eso es lo que le pasa a España, que según quién la canta cambia el borracho y la historia es totalmente diferente. Está claro que cuando Santiago Abascal dice España no se refiere a la misma España que cuando lo dice Sánchez o cualquier otro. Hay tantas Españas como candidatos. Antes había dos Españas, lo que nos permitía saber a qué atenernos. Una España se creía el pianista que aguanta al cliente borracho y la otra España estaba convencida de que era el cliente que insultaba al pianista perdedor. Obviamente, ninguna de aquellas dos Españas creía ser el borracho y los españoles podían decidir cuál de las dos versiones preferían escuchar.

Hoy la cosa ya no es así, de ahí el desbarajuste. España se llenó de pianistas sobrios o borrachos, lo mismo que de clientes respetuosos o insoportables. Demasiadas versiones para una misma canción. Demasiadas letras y demasiados cambios de protagonistas. Todos acusan a todos de ser el borracho y todos se anuncian como el protagonista decente que viene a salvar la canción.

Es por eso que los líderes y las siglas aparecen debajo de las piedras y la llegada de un nuevo partido como el de Errejón trastoca las previsiones de todos los demás y otros como Unidas Podemos o Ciudadanos suben y bajan como los viajeros de una montaña rusa. Analistas y encuestadores tienen que reinventarse a diario para tratar de averiguar qué versión gusta más cada día en una España en la que los intérpretes tampoco se atreven a saltar juntos al escenario por si la cosa acaba tan mal como la famosa foto de la Plaza de Colón.

Casi todos los grandes partidos hacen precampaña con lemas que aluden a España: ahora España, España en marcha, España siempre, España a secas. No nos venden un proyecto sino una canción vieja a la que todos quieren ponerle una letra nueva para que nos suene mejor y sobre todo para que el papel de borracho perdedor lo interpreten los demás.

Entre tanto barullo y tanta España nadie se atreve a intentar otra canción, salvo los nacionalistas, que siempre prueban cosas diferentes y a veces hasta les sale algo decente, al menos lo suficiente para que algunos les escuchen. Mientras tanto, quienes peor lo llevan son los que se dedican al diseño gráfico, que ya no tienen colores para rellenar los quesitos de tantas Españas como están surgiendo.

Esto no es la atomización política de España: es un repertorio de una sola canción cantada de diversas maneras para que parezca nueva, diferente o ambas cosas. En estas circunstancias, mientras el pueblo trata de dilucidar quién es el pianista y quién el cliente, es difícil caer en la cuenta de que con toda probabilidad los borrachos perdedores sean otra vez los españoles que sólo tratan de escuchar la mejor versión de una canción que aburre de tanto usarla.

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