Opinión

Corinna en la corte del rey Sánchez

Aproximación judicial y política a la España de la era Covid-19. De rebrotes y otras recaídas
Corinna Larsen. AEP
photo_camera Corinna Larsen. AEP

CORINNA LARSEN, que tiene nombre de culebrón germano-escandinavo, anda por los 56 bien llevados. Sin dejarnos influir por sus confidencias villarejas de materia fiscal y fecal, la amiga del emérito está pletórica en las fotos retrospectivas, porque con mascarilla reciente nadie la ha visto ni la verá hasta que acuda a declarar el 7 de septiembre. Podríamos decir que se muestra en la plenitud hermosa de la madurez, en ese punto de atractivo misterio que se eleva del terrenal morbo plebeyo a los cielos celestiales y platónicos de la aristocracia femenina. Lo que marca la diferencia entre una mujer atractiva y una mujer con clase es ese toque de distinción que la convierte en bella damisela dejando de ser fémina del montón. Corinna es medio alemana, medio danesa, y de un tiempo a esta parte medio española. Pero en modo alguno es una mujer del montón. Nos desayunamos y acostamos con ella (periodísticamente) porque los tribunales, la prensa y la República imaginaria antimonárquica la han puesto de moda, bajo el foco del acoso y derribo de la Corona sin esperar al pronunciamiento de los jueces. Desde que organizaba cacerías VIP en Botsuana, allá por 2012, Corinna ha cobrado vida en nuestros sueños, ocupa noticiarios y realitys, llena sumarios y conspiraciones y sirve como expiación pecaminosa al feminismo ideológico del pensamiento único. Pero no olvidemos que habiendo sido imputada, ni para ella y ni para Juan Carlos I parece contar la presunción de inocencia aunque sea un derecho que a todos nos asiste como iguales ante la Ley. Derecho que debe prevalecer con Corinna en el destierro y con el Rey Corinna en la corte del rey Sánchez emérito viviendo en Zarzuela, en Sanxenxo o en cualquier otro lugar de España y del mundo. Para los que no hay presunción ni edad de la inocencia es para los condenados del procés, cuya excarcelación de amnistía encubierta ha sido revocada por el Supremo. Esa es una de las pocas alegrías que le ha dado últimamente el Poder Judicial al Estado de Derecho. También debe ser respetada la presunción de inocencia de Pablo Iglesias en sus correrías de presunto. Desde la tarjeta SIM de Dina al intento de pasar por víctima de las mismas cloacas de pestazo a lodazal que Villarejo perfuma ahora con la fragancia de Corinna. Desde denunciar a su exabogado de partido por acoso sexual, lo cual ha sido archivado, hasta el canturreo que el letrado Calvente ha hecho sobre la "existencia de una caja B y el pago de sobresueldos" en el indignado mundo casta de Podemos. Desde sus supuestos cobros vía Bolivia y Venezuela hasta los pagos de Irán a la productora de Pablo, Pablito, Pablete en sus tiempos de ayatolá televisivo. Desde ese escrache de pócima antidemocrática recetada antaño a la "derecha facha" hasta lo de ahora en Galapagar que la coleta mecánica no se aplica a sí misma como jarabe redentor. A día de hoy, y con este panorama judicial, Iglesias está más cerca del ERTE gubernamental que de rentabilizar como autoescudo presupuestario y personal el rescate paliativo de Bruselas a España que Sánchez explicó con poca fortuna en el Congreso. La EPA certificó esta semana la destrucción de un millón de empleos en la era Covid y la caída del 18,5 por ciento del PIB prueba el hundimiento de nuestra economía. Otro nefasto logro de Sánchez e Iglesias que no impidió una nueva exhibición de humo mediático en la Conferencia de Presidentes, donde flotaba la última gran mentira de Moncloa: Un comité de expertos que nunca existió para justificar decisiones políticas y no sanitarias.

El presidente en tiempos de coronavirus volvió a actuar como aclamado actor del postureo en el Congreso, donde PSOE y Podemos, unidos ambos en la tarea del autoaplauso y de destrucción opositora muy bolivariana, volvieron a violentar a la opinión pública al no respetar distancias ni pacto parlamentario de asistencia reducida anti-Covid. Pedro Sánchez se rió demasiado en pleno avance de los rebrotes y del paro sin reconocer aún los 45.000 muertos reales por coronavirus. Y hasta vaciló a Santiago Abascal cuando el líder de Vox anunció una moción de censura para septiembre, mes de trágica cuesta arriba económica en la España de los records negativos. La maniobra no parece que pueda mutar en una moción contra Casado y el PP por razones de inviabilidad matemática. Y aunque el PSOE ve una oportunidad para reforzar su coalición de Gobierno, no olvidemos que las mociones las carga el diablo como bien saben Sánchez y Rajoy. Así que toca esperar el acontecer de la política y de la moción en tanto socialistas, comunistas, separatistas republicanos-convergentes, nacionalistas peneuvistas y proetarras antisistema negocian los presupuestos. Cuentas del Estado con las que alargar una legislatura precaria por la nociva elección de socios y pactos para la unidad de España en medio de una moción que nace como culebrón del verano y morirá como hoja de otoño en el calendario de la segunda ola de rebrotes. La verdadera moción que prosperará con el tiempo y dejará caer a SanchIglesias son los engaños del coronavirus y el agravamiento de la crisis económica que la pandemia nos ha traído sin una política lógica de contención ni prevención.

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