Opinión

La corrupción del samurai

Vivimos tiempos extraños. Mientras una maquinaria social quiere adelantarse dos siglos al presente, otra facción trae de vuelta un glorioso y sesgado pasado; todo para reivindicar algo que ni ellos tienen claro. Corremos el riesgo de mirar a una azotea cualquier día y, en lugar de encontrarnos a Bono de U2, veamos a un nuevo Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970).
Yukio Mishima
photo_camera Yukio Mishima

EL AUTOR japonés sigue siendo un icono que supera su figura de literato; es, quizás sin quererlo, un recordatorio del bien y el mal que existen en uno mismo independientemente del mundo que te rodea. En la vida de Mishima existen dos momentos, dos tramos vitales que se separan por un estruendo; casi de manera paralela a lo que ocurría en Japón con la caída de las bombas atómicas.

Donde muchos solo vieron entonces (e incluso a día de hoy) una seta de humo tras un genocidio hacia población civil, Mishima supo entender que eso era un cambio de rumbo y la explosión era el gesto más visible de un proceso de muerte agónica de la tradición a manos de algo llamado Futuro, al que temía.

Mucho antes del enfrentamiento bélico, Japón era una nación imperial de orden y sumisión en la que Yukio Mishima había nacido dentro del seno de una familia burguesa; no acaudalada, pero sí lo suficiente como para poder diferenciarse de los demás con superioridad. No solo era importante sentirse o serlo, había que parecer rico. Por eso su abuela fue capaz de ingresarlo en la Gakushüim, la escuela de la nobleza.

La ascendencia familiar de Mishima emparentaba directamente con el estamento de los samuráis, en concreto del poderoso clan Tokugawa, por parte de la abuela Natsuko, quien estaba obsesionada por mantener los valores tradicionales del Japón imperial. De hecho, logró alejar al literato japonés de la influencia de sus padres desde que era un bebé, cortando toda relación familiar e imponiendo su educación.

Mientras que lo alejaba de los niños y las infancias de la época, la abuela acercaba a su nieto a las grullas, el origami y la escritura en acuarela

Natsuko es el germen del futuro Yukio Mishima, fue su emperatriz hasta el momento de su muerte e inoculó en el escritor un interés desmedido por el honor y la tradición, un irreal pasado que idealizaba a través del relato familiar. Mientras que lo alejaba de los niños y las infancias de la época, la abuela acercaba a su nieto a las grullas, el origami y la escritura en acuarela, un arte nipón del cual ya era maestro a los 5 años.

Sin embargo, la estricta educación de Natsuko intercalaba literatura clásica de Japón con grandes obras extranjeras, acercando a Mishima a un universo ajeno y prohibido para la mayoría de personas. De la fijación que la abuela sufría con Rilke, capaz de leer entonces tanto en francés como en alemán, surgiría en su nieto un interés desmedido por la figura de Oscar Wilde y Raymond Radiguet, en especial por sus muertes.

Durante su crecimiento y adolescencia fue capaz de crear sus primeros relatos e incluso una novela que permanece inacabada a causa del fallecimiento de su abuela, a quien seguirá recordando toda su vida mediante lo que hoy llamaríamos trauma. Pero con la llegada de una etapa adulta precoz a causa de la guerra, comienza a gestarse algo en Mishima que lo distancia del niño delicado y artista que Natsuko había proyectado.

Durante la Segunda Guerra Mundial y su etapa universitaria, Mishima fue llamado a filas para combatir en el frente, algo que lo llenaba de orgullo. Sin embargo y debido a un error médico, un resfriado puntual fue diagnosticado como principio de tuberculosis y se le dictaminó como incapacitado, provocándole una profunda vergüenza y culpa por sobrevivir. El heredero samurái quería ser piloto kamikaze y morir como lo haría un héroe nipón.

Este hecho suponía no ser lo suficiente japonés y hombre como el resto de su generación, pese a haber trabajado en una fábrica aeronáutica

Para él, este hecho suponía no ser lo suficiente japonés y hombre como el resto de su generación, pese a haber trabajado en una fábrica aeronáutica en otro frente de guerra igual de importante. Mishima presentaba el trauma del superviviente, pero desde otra perspectiva, una difícil de comprender desde Occidente. Con el fin de la guerra, continuó con su actividad literaria más intensamente, pues nunca la había abandonado.

A su hiperactividad como escritor se suma la de lector, alguien incansable que no temía las publicaciones extranjeras. Sin embargo, Mishima se sumergió en la Nihon Roman-ha, el romanticismo japonés, inmediatamente al fin del conflicto bélico. Exponerse a este estilo supuso abrazar ideas de una unidad de Japón con valores más que tradicionales, arcaicos. Esta exaltación era dominante en la literatura de guerra y sirvió de base para la ideología de Mishima.

Contrariamente, en el estilo del frustrado piloto kamikaze nunca aparecía algo similar al belicismo o el enfrentamiento. Su narración se sitúa alejada de una trágica realidad, de un país destrozado, y del sentimiento de derrota que su entorno reaccionario poseía, chocante con una emoción social mixta entre alegría por el fin de la guerra y esperanzas de futuro hacia una sociedad libre de emperador.

Pese a que su padre, fiel a la corriente nacionalsocialista y que le impuso aprender la ley alemana, le había prohibido continuar como escritor, logró formar parte de una segunda ola de literatura japonesa de posguerra que salía del país y triunfaba en varios idiomas. Tras publicar Ladrones en 1948, su primera gran obra reconocida y que lo situaba en una órbita de autores, abandonó cualquier intento laboral para dedicarse a las letras exclusivamente.

Este es el gran cambio en su vida, la bomba que cayó en su Hiroshima o Nagasaki particular para dinamitar aquello que representaban la censura de su obra. Su círculo no comprendía la trascendencia de su pensamiento, la figura que su abuela encarnaba no pudo ser sustituida. El arte como único motor era el legado que Natsuke le había dejado en herencia, algo que decidió aceptar hasta sus últimas consecuencias.

'Confesiones de una máscara', generó un nuevo tipo de literatura con la irrupción de temas inusitados

Alejado de las obligaciones laborales más mundanas, decidió entregarse a la verdad en su obra utilizando la filosofía samurái: la acción y el pensamiento deben ser iguales para poder intuir la realidad como tal y no un sucedáneo. Aún creando ficción, se debía a la verdad. Entonces en 1949 publica Confesiones de una máscara, su obra más importante de la etapa juvenil y que generó un nuevo tipo de literatura con la irrupción de temas inusitados.

Esta novela ya presenta el estilo descarnado con interés por la oscuridad humana que caracteriza la obra de Mishima, pero con un enfoque delicado y con cierta contención o rubor por la historia en sí que lo distinguía de cualquier otro autor. En Confesiones de una máscara logró hacer un retrato de la sociedad nipona con su tradición e hipocresía a través de la máscara que su protagonista, un hombre homosexual, debe crearse para ser respetado socialmente.

Este personaje causó un gran revuelo social por sacar a relucir de manera explícita temas que la literatura del país hasta el momento había obviado, pese a que en sus obras clásicas y leyendas hay un homoerotismo latente entre caballeros y señores. Muchos críticos señalaron esto como una provocación, pero Mishima defendía que se trataba de una confesión sincera del protagonista, sin mayores intenciones.

No se sabe si este personaje representaba al propio escritor, que cambiaba de versión según quisiera y hablaba a veces de autoficción o de biografía ficcionada. Su abuela había percibido comportamientos extraños durante su adolescencia y lo incitó a tener encuentros con hombres y comprender lo que le ocurría. Sin embargo, se casó con una mujer y tuvo dos hijos con ella, además de desarrollar una ideología misógina hasta el fin de sus días.

Los años 60 fueron clave en su vida, pues a su filosofía samurái de hombre de acción se suma la visión estética y masoquista del cuerpo humano.

Gracias a la importancia de Confesiones de una máscara, el autor pudo continuar su obra transitando el teatro, renovando los dramas No (típicos de Japón), la poesía, el ensayo y las publicaciones en revistas, que en cómputo suman 257 piezas a día de hoy. Los años 60 fueron clave en su vida, pues a su filosofía samurái de hombre de acción se suma la visión estética y masoquista del cuerpo humano.

A su obsesión por la cultura y sociedad militar se sumó la preocupación por la decadencia física, símbolo de la muerte occidental por el paso del tiempo, y comenzó a practicar halterofilia y artes marciales hasta convertirse al culturismo, un cuerpo musculado al extremo que coincidía con un avance ideológico hacia la extrema derecha. Esto provocó que en su propio país se le viera como alguien excéntrico que creía en fantasías.

Tras perder el Nobel de Literatura frente a Yasunari Kawabata, admirador del propio Mishima y su obra, creó un grupo paramilitar que reclamaba la reinstauración del Bushido, código de honor samurái, y ante la pasividad social, tomó por la fuerza la sede del Estado mayor de Japón. En la azotea y tras horas de negociación, se suicida frente a una muchedumbre realizando el harakiri, abriéndose en canal, pero rematando el rito de muerte con honor (Seppuku) con una decapitación a mano de sus compañeros.

Este acto, que debía despertar la conciencia social, generó risa en un principio entre el pueblo porque sería como creerse Don Quijote en Occidente. El mismo día de su muerte acababa de entregar la última novela de la tetralogía El mar de la fertilidad, su gran obra que completó con un suicidio literario que lo equiparaba a sus ídolos Oscar Wilde y Radiguet. Ese mismo año una médium le había vaticinado una larga vida, un Nobel de Literatura y que llegaría a presidente de Japón. Pero él estaba cansado de vivir en un mundo ajeno.

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