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El Couto Mixto y los Pueblos Promiscuos

DURANTE MÁS DE SIETE SIGLOS, entre el XII y el XIX, existió en un territorio a caballo entre Ourense y Portugal una república de 30 kilómetros cuadrados llama O Couto Mixto (Misto en potugués). El caso es que al constituirse Potugal como reino independiente y establecerse las fronteras con en de Galiza, quedó esa tierra de nadie. Según algunas fuentes, ninguno de los dos reinos se esforzó demasiado en reclamarlo, pues si bien quedaría del lado gallego, la tierra pertenecía al duque de Bragança, y por evitar convertir aquello en un problema diplomático, lo dejaron a la buena de Dios.

elcoutomixtoLo formaban tres parroquias, Rubiás, Meaus y Santiago y contaba con numerosas singularidades: en la práctica era un Estado independiente; sus habitantes estaban exentos de pagar impuestos y cualquiera que cometiese un delito en Galiza o Portugal podría refugiarse allí, donde la Justicia de ambos reinos no podía entrar. Todos los vecinos tenían derecho de asilo y no podían ser detenidos. Como además de no tener sistema fiscal, tampoco lo tenían judicial ni religioso, cuando entre ellos debían dirimir un pleito, podían elegir el reino donde se juzgara el caso. En cuanto a los asuntos religiosos, dependían de la diócesis de Ourense, aunque los párrocos se nombraban desde Portugal. A cambio de esos servicios daban una pequeña cantidad a los reinos colindantes. Tampoco tenían ejército, por lo que estaban exentos de prestar servicio militar. Por parte portuguesa gozaban de la protección del ducado de Bragança y por la nuestra del condado de Lemos.

Estaba atravesado por una carretera que conectaba Galiza y Portugal, un camino inviolable que convertía al Couto en un enorme mercado de todo tipo de productos libres de impuestos. Elegían a un alcalde cada tres años y éste a su vez nombraba a tres concelleiros, "homes de acordo" para ayudar en las tareas de gobernanza. Cada uno de ellos tenía una llave con la que se abría una caja con tres cerraduras en las que se guardaban documentos y otras cosas de valor.

Lo raro es que durara tanto. Fue durante sus siete siglos de existencia un quebradero de cabeza para los reinos de Galiza y Portugal. Los vecinos, unos 200, poco más o menos dependiendo de la época, vivían del tráfico que molestaba mucho a sus vecinos, porque les privaba de una buena cantidad de ingresos en concepto de tasas e impuestos de todo tipo, así que en 1864 se pusieron a negociar. Se habló de partir el territorio, pero finalmente se encontró una solución: el Couto Mixto pasó a ser territorio gallego a cambio de que Portugal se quedara con los Pueblos Promiscuos, que eran otra rareza.

Soutelinho, Cambedo y Lamadarcos eran los Pueblos Promiscuos. Los vecinos construían sus casas justo en medio de la frontera y ponían una puerta en cada reino. Contaba Fernando Fulgosio en su Crónica de la provincia de Ourense que los vecinos de estos pueblos eran dados a la delincuencia y que cuando la policía entraba en casa de alguno para detenerlo, salían por la otra puerta, quedando fuera de la jurisdicción de sus perseguidores. No gozaban de ninguno de los privilegios de los del Couto Mixto, pero sí de una especie de doble nacionalidad y al vivir en medio y medio de la frontera vivían holgadamente del contrabando. Dice el cronista citado que eran unos holgazanes.

Aquellas dos anomalías desaparecieron con aquel tratado. A los habitantes de los Pueblos Promiscuos se les dio a elegir nacionalidad, mientras que todos los del Couto Mixto pasaron a ser vasallos del Reino de Galicia salvo algunos que solicitaron expresamente la nacionalidad portuguesa, y se largaron al país hermano, probablemente cuentas pendientes con la justicia a este lado de la nueva frontera. Lo de los Pueblos Promiscuos era algo natural, pero la anexión del Couto Mixto fue una pena. Era más antiguo que España y una de las repúblicas más antiguas de Europa. Se había ganado su independencia por el desinterés de los dos reinos que fijaron la frontera y llevaba allí desde 1147, casi tanto como el Reino de Castilla. Tendríamos hoy ahí una pequeña Andorra de la que gallegos y portugueses podríamos sentirnos bien orgullosos. Hoy es un lugar prácticamente abandonado. Para eso lo queríamos. Deberíamos repoblarlo, recuperarlo y devolverle un estatus, si no como Estado independiente, cosa complicada, sí como el sitio singular que fue y que vivió una historia casi milenaria como república independiente. Lo malo que tenemos los gallegos es que somos mucho de despreciar lo nuestro.