Opinión

Cuarenta años contando el ahora

Quizás sea la vigencia lo que más llama la atención de las Historias reales de Helen Garner. Siempre la tiene la literatura que importa, pero no el periodismo, al que le pasan por encima los tiempos, los medios, las modas, los estilos. Cómo pueden esos artículos tener 40 años y hablar aún del ahora.

Helen Garner. AEP
photo_camera Helen Garner. AEP

EN 2018, LIBROS del Asteroide publicó en España Historias Reales, un recopilación de artículos, y Libros del KO, La casa de los lamentos, la crónica judicial de uno de esos crímenes que sobrecogen a un país, la muerte de tres niños pequeños a manos de su padre, que insistía en que se había tratado de un accidente. Hasta entonces, de Garner (Geelong, Australia, 1942) solo se había traducido al español La habitación de invitados (Salamandra, 2012) una novela sobre una mujer, la propia escritora, que acoge en su casa a una buena amiga, enferma terminal de cáncer, mientras recibe en su ciudad varios tratamientos. Ahí ya se percibía una característica de la escritura de Garner, su presencia continua en el texto y su candoroso autoexamen, cómo no se esconde, cómo duda y cómo no racanea los aspectos más negativos. En este caso, por ejemplo, el hartazgo, el cansancio y el enfado del que cuida, las ganas de mandar al enfermo a paseo, de deshacerse de ese lastre. Garner tiene una habilidad extraordinaria para incorporar en la narración esos sentimientos que, a falta de un adjetivo mejor, se dan en llamar 'muy humanos'. Este siempre se coloca después de una confesión vergonzante como si fuera una excusa, una razón para no tenerlos muy en cuenta. Al periodismo de Garner le rezuma siempre humanidad. Esa humanidad.

Historias reales es una selección fantástica de artículos precisamente porque se ve cómo lleva toda la vida aplicando esa máxima y haciéndolo con todo, porque no se ahorra. Garner pone lo del otro en la narración, pero también lo suyo. No solo su mirada, sino también a ella misma con sus mismidades.

En el primero, titulado El arte de la pregunta tonta, dice que la no ficción es mucho más fácil que la ficción y que siempre creyó que el periodismo sería algo que practicaría mientras no estuviera escribiendo una novela, una cosa para hacer en el ínterin, como la definición de vida que hacía John Lennon. Que le aparecía una idea para un artículo, luego otra y luego otra, y que siempre acababa abandonando la ficción en el borde, a puntito de sumergirse en ella. Pues menos mal. Qué pérdida si se le hubieran cruzado novelas y cuajasen, que la secuestrasen durante años con ese trabajo absorbente que no deja tiempo ni mirada para andar arrojándola a las cuestiones nimias con las que se levanta una vida, esos andamios de nada y todo.

Es este un libro que prueba lo lejísimos que queda Australia. Garner muestra en sus historias que ha vivido ya hace décadas situaciones que nos parecen de plena actualidad, que están en estos momentos en el centro del debate, y de las que no hemos sabido nada por más que sacudiesen su país. Se reproducen ahora y nos parecen frescas.

Por ejemplo, en 2016 Margaret Atwood, que tiene 79 años, tres más que Garner, firmó junto a otros escritores e intelectuales una carta recriminando la forma en la que la universidad de British Columbia gestionó el caso de Steven Galloway, un escritor acusado de abuso sexual por varias alumnas. Atwood es otro de esos descubrimientos tardíos; que parece haber detenido su reconocimiento durante un par de generaciones para retomarlo después. Ha tenido que venir HBO y su adaptación televisiva de El cuento de la criada para que se globalizara su popularidad y para que encabezara una corriente literaria de feminismo distópico con multitud de seguidoras, de Naomi Alderton a Sophie Mackintosh. Y justo cuando esta se consolidaba, va la autora, firma la carta y abre una brecha entre el feminismo de segunda ola que representa y el de cuarta, que encarnan sus lectoras más jóvenes.

Pues bien, a Garner le ocurrió algo similar. También ella firmó primero una carta de apoyo a un rector acusado de abuso a dos alumnas; en este caso, de la Universidad de Melbourne. Pero, además, después escribió un libro sobre el caso que fue una de esas obras removedoras de cimientos, divisoras, sobre las que todo el mundo parece tener una opinión. Hubo lectoras que Garner perdió para siempre con ese libro, por el enorme socavón que abrió en el feminismo de su país. En The First Stone se queja de cosas que nunca le perdonaron: que las denunciantes recurrieran a la policía y desistieran de circunscribir el caso al ámbito universitario, que no quisieran hablar con ella y ofrecer su versión, la escasa autocrítica del feminismo, la lectura unívoca que tuvo con el asunto. Uno de los artículos de Historias reales está destinado a explicarse y a explicar ese libro. También Atwood hubo de hacer lo mismo en otro, publicado igualmente en un periódico. La diferencia es que esa discusión Australia la tuvo hace más de 30 años.

Garner es una especialista en cismas y, de hecho, esa es la forma en la que aterrizó en el periodismo. Empezó a dedicarse por completo a escribir cuando fue despedida de su trabajo de profesora de instituto por contestar sin tapujos a todas las preguntas sobre sexo que le hicieron sus alumnos de 13 años. La franqueza le valió el adiós a una profesión y el inicio de un oficio que le va como un guante, perfecto para su naturaleza observadora. Su despido causó muchísimo revuelo en los 70. ¿No es conveniente que los adolescentes estén informados sobre sexo? ¿Es preferible acaso que no encuentren un adulto de confianza que les ayude a resolver sus dudas? ¿Es el colegio un mal escenario para hacerlo? A raíz de la cola que trajo el caso Garner tuvo lugar una huelga educativa que movilizó a medio país.

Por el mero hecho de que menciona por escrito cuánto la admiró inicialmente, se insiste en comparar a Garner con Joan Didion. En realidad, sus maneras no se parecen. Dice que enseguida empezó a mirarse más en Janet Malcolm, pero son igualmente muy diferentes. Como ella, también Garner escribió libros recogiendo crónicas judiciales, como La casa de los lamentos, pero le quedan menos fríos y analíticos, mucho más palpitantes que a la americana. Tienen más de ella, un posicionamiento razonado, sí; pero también más intuitivo y cambiante. Es ese el libro de alguien que duda a menudo y a lo grande, una forma de ver las cosas que permite una perspectiva de barrido que no viene mal al lector. A lo largo de sus páginas, Garner se plantea tanto la posibilidad de que el padre acusado de matar a sus hijos fuera, efectivamente, víctima de un terrible accidente; que realmente sufriera un ataque tusígeno de tal calibre que lo dejara inconsciente y, al coche en el que viajaban, a la deriva camino de una balsa de agua en la que todos, menos él, acabarían ahogados. Pero también lo contrario, la premeditación, el odio reconcentrado contra su exmujer, el ansia de venganza que le podría haber llevado a dañar a unos niños a los que parecía querer.

Aún con esa habilidad de mostrarlo todo, una cosa y la otra y también cómo no se pasa impune por ambas, cómo afecta escuchar y saber de los horrores que cometen los demás, las ganas que dan de mirar hacia otro lado, Garner brilla especialmente en lo pequeño, no necesariamente lo común, aunque también. Resulta especialmente llamativa su habilidad para llevarte a los enormes paisajes australianos, a las rupturas sentimentales, a los nuevos comienzos, a las sutilezas y el humor de la hermandad femenina, a cómo es escribir periodismo y cómo es escribir un guión, a la menopausia, a cómo son otros trabajos, a qué ocurre a diario en una morgue, por ejemplo.

Es ese, el artículo que narra el trabajo de los equipos forenses una prueba fantástica del poder evocador de la palabra escrita. Hay para quien esta funciona con idéntico mecanismo al del apetito, cuando un buen primero lo despierta, le abre las papilas y el resto de sentidos que intervienen en el comer; o sea, todos, y ha de saciarse. Estos siempre, toda la vida, preferirán leer una descripción virtuosa de algo que verlo. A veces, y fíjense lo que les digo, hasta la preferirán a vivirlo. Y otras será el prólogo de hacerlo, el empujón, el motivo por el que se va por la vida queriendo experimentar la literatura toda. Garner les funciona con precisión suiza.

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