Opinión

Drogas dramáticas

Un plano de dos rascacielos y un avión atravesándolos es el más repetido cada 11 de septiembre desde 2001. El atentado a las Torres Gemelas pilló a mi madre dándome de comer, tenía 4 años. Es una historia que ella siempre cuenta y de la que tengo vagos recuerdos, como el tono nervioso de Matías Prats en directo
Euphoria

Los telediarios han asimilado su función de efemérides al rescatar estas imágenes ya que, por el simple proceder de la vida, el mundo no se detiene y la memoria de la sociedad es breve. Sin embargo, algo cambió aquel día.

La serie Euphoria (HBO) explica que lo ocurrido el 11S fue una tragedia de calibre impensable, pero que terminó provocando aburrimiento, una consecuencia directa de la cobertura de los medios en ciclos infinitos y que saturó a una población con el ánimo mermado. Este cansancio generalizado es el primer paso del efecto olvido que un día al año, el señalado, se ve interrumpido. Y en medio de este caos, del orgullo nacional herido, una generación de adolescentes recogió el testigo de la sociedad aburrida y amnésica.

Esta hornada de jóvenes decepcionados repiten los problemas que siempre han formado parte de la pubertad aunque actualizados al mundo actual, es decir, mares de inseguridades y dudas almacenados en el disco duro de su teléfono. Son el reflejo andante de las ilusiones de sus padres — también de sus frustraciones—, quienes los fuerzan a mentir para evitar la sensación de fracaso familiar. Muchos de estos adolescentes son parte de la América vacía, esas ciudades jardín que se acumulan alrededor del centro de las ciudades y se devaluaron por las crisis económicas. Una de ellos es Rue, personaje de Euphoria interpretado por Zendaya, que se alza como narradora de esta situación.

En la ficción de HBO se nos cuenta que Estados Unidos es como meter mano sin permiso a una mujer, un acto que acostumbra quedar impune y que está mal considerado socialmente. Esta epopeya adolescente es, en realidad, una resignación pueril ante el mundo y el sistema por haber nacido en un mundo post 11S que no te pertenece y con el que debes vivir forzosamente. La única forma de guerrilla posible para estos adolescentes es la fiesta, una ceremonia casi de culto donde todos dejan de lado sus problemas y se congregan para confirmar que da igual la situación que estés pasando, todos están hasta el cuello.

En España el acceso a sustancias se considera bastante restringido, algo que para el personaje de Zendaya sería una auténtica pesadilla. La primera vez que vi a alguien drogarse de manera explícita en directo fue en la barra de un local de alterne en el extranjero, un chico sacó algo de su mano y lo esnifó. Sin embargo, tengo el recuerdo de que con diez años vi a dos vagabundos en la calle Real de A Coruña calentando papel de aluminio.

Un amigo que pasó un tiempo en Estados Unidos me explicó que Euphoria no es tan irreal, no al menos en lo que a drogas se refiere

Un amigo que pasó un tiempo en Estados Unidos me explicó que Euphoria no es tan irreal, no al menos en lo que a drogas se refiere. La juventud del país norteamericano se dividen entre mojigatos —que dirían los experimentados— y los pasados de vuelta, un atentado contra el término medio aristotélico que muere por exceso o defecto. Este amigo comentó que, en la residencia donde se hospedó, cierto grupo de adolescentes se fumaría una suela de zapato para conseguir colocarse; mientras que otro sector consideraría alcoholismo tomarse dos chupitos de tequila. El dualismo estadounidense pasa por disimular hacia la galería y pecar en la intimidad.

Mientras que Euphoria ofrece un variado escaparate de drogas que abarca de opiáceos a setas pasando por ácidos de diseño, la mayoría de los mortales no sabríamos diferenciar las pastillas si no fuesen por su color. Los jóvenes de Galicia parecen estar vacunados contra estas substancias más allá de un consumo esporádico —aunque en las estadísticas futuras habrá un repunte— a causa de la crisis de los 80 por el narcotráfico y que, gracias a los institutos, una generación creció con lecturas obligatorias de libros como Chamábase Luis o Campos de fresas.

Este es uno de esos puntos en los que el guión se decanta más por la ficción que la verosimilitud. La complejidad que entraña el describir la pubertad es una de las asignaturas pendientes en las series adolescentes, algo que no depende de las pastillas que puedas ingerir. Muestran siempre lo que está por encima de la media, por ejemplo, quién se cree que un martes tus padres te dejarían ir a cualquier lado con 16 años y sin hora de vuelta. O que la vida sexual de alguien que es virgen puede cambiar de la noche a la mañana, sea o no por aplicaciones de contactos, como en el caso de Euphoria; algo similar a equiparar con ligereza el fumarse un cigarro con la cocaína.

Los personajes como el de Zendaya no son más que arquetipos, jóvenes que, como las drogas de diseño, están hechos por la mano del hombre. Viven por la voluntad de los guionistas que, lejos de convertirlos en representaciones fieles de la adolescencia, son peones con los que empatizar gracias a ciertos aspectos ya previstos. Se deben al fin último de la trama. Estas personalidades tan encasilladas terminan por configurar adolescentes por partes, y nunca esa masa hormonada y enigmática que en realidad son.

Ahora la sexualidad, las clases sociales, la pornografía o las carencias afectivas moldean la personalidad de chavales que tienen todo el saber en una pantalla

Aunque la pubertad sigue tratándose como una historia para adultos en lugar de una fase juvenil, aspectos como el miedo al futuro —más propio de la Generación Z que millennial— surgido por el cambio climático o el receso económico se ha convertido en angustia juvenil generalizada. Euphoria pasa por el filtro actual a los clásicos personajes como el capitán del equipo de fútbol, la friki o la animadora para mostrar la compleja red social que, sin embargo, es la vida. Ahora la sexualidad, las clases sociales, la pornografía o las carencias afectivas moldean la personalidad de chavales que tienen todo el saber en una pantalla, en la que las palabras se cuidan tanto como la intención tras ellas, donde te quiero. no es lo mismo que tq ni Te quiero.

En Estados Unidos los barrios residenciales se han convertido en el caldo de cultivo de una generación decepcionada con la sociedad heredada. Viven por un libro de reglas extraoficiales y se desahogan de fiesta. Las historias de juventud como Euphoria se han actualizado, pero siguen sin ser perfectas. Por lo menos ahora los intérpretes ya no tienen 30 años y los adolescentes parecen adolescentes.

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