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El caballero asesino

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXA
photo_camera Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXA

Pedro de Soutomaior el Parricida, nació en 1491. El dato se deduce de un testamento firmado por su padre en marzo de aquel mismo año, en el que queda claro que su esposa estaba embarazada, y en el que papi ordena que si el asunto sale varón se ha de llamar Pedro, como su abuelo, Pedro Álvarez de Sotomayor, el famoso Pedro Madruga. 

Huérfano de padre desde los cuatro años, estaba destinado a convertirse en III Conde de Camiña y heredar las posesiones de la familia, entre las que se encontraban varias fortalezas, los señoríos de diferentes lugares, una flota de barcos y gran influencia en las cortes de los reinos de Galicia, Castilla y Portugal. 

Pero su madre, Inés Enríquez de Monroy, negoció los matrimonios de sus otras dos hijas con miembros destacados de familias tradicionalmente rivales de los Soutomaior. La supremacía de la Casa Sotomayor estaba seriamente dañada y su área de influencia se reducía a marchas forzadas. La situación llegó a tal punto que madre e hijo se separaron. Seguramente las discusiones a la hora de comer se hacían insoportables para ambos. Así, mami se largó a su fortaleza de Fornelos mientras Pedrito permanecía en el castillo de Soutomaior, la sede del tinglado familiar. 

La situación llegó a un punto sin retorno cuando Inés decidió desheredar a Pedro. Redactó un testamento en el que legaba todas las propiedades a las hermanas y para mayor humillación, dejaba medio millón de maravedís a García Sarmiento, su mayor enemigo. A Pedro eso le sentó fatal y tomo una drástica decisión: matar a mami. El crimen machista más famoso de su época. 

La situación llegó a un punto sin retorno cuando Inés decidió desheredar a Pedro

Inés Enríquez de Monroy iba un día tranquilamente paseando sobre una mula. El suave murmullo de un cercano arroyo cristalino solamente era interrumpido por los pajarillos, que ambientaban aquella tarde de 1518 con su alegre trinar; los rayos solares adornaban el precioso paisaje tiñéndolo de luminosa presencia, y la aromática fragancia de las flores silvestres alegraba la placidez del dulce atardecer. Inés sintió una punzada en el costado. Y luego otra más. Malherida, corrió a refugiarse a casa del cura de Arbo, donde todo esto sucedía. Había recibido dos disparos de ballesta de manos de unos criados de su hijo Pedro. 

Los hombres de Pedro allanaron el lugar. Allí volvieron a vaciar sus ballestas sobre la señora, pero por si acaso: "Echaron mano a sus espadas y le dieron dieciocho heridas y cuchilladas rompiéndole el cuero, y carnes y huesos, sacándole mucha sangre hasta tanto que de las dichas heridas y cuchilladas le despedazaron e hicieron pedazos su cuerpo y cabeza y vertieron los sesos de la Condesa por muchos en la cama". 

Su hijo se dirigió a la fortaleza de Fornelos y procedió a saquearla. Huyó a Portugal y se instaló en una de las propiedades que tenía la familia, la Casa do Peso, en el lugar de Paderne (Melgaço). Justo en la orilla portuguesa del Miño. 

Obviamente, no compareció en el juicio, en el que fue condenado a muerte. La sentencia, dictada por el licenciado Ronquillo, ordenaba para el Parricida una muerte no menos atroz que la que éste había procurado a su madre: allí donde fuese preso, dice el juez, tras ser arrastrado por una mula, Pedro de Sotomayor sería metido en un saco de cuero o en un tonel, con un perro, un gato, una serpiente y un gallo. El saco sería introducido en el río o lago más próximo hasta que el reo muriese "de muerte natural". Su cuerpo debía ser desmembrado en cuatro partes y exhibidas cada una de ellas en una puerta de la ciudad o villa o lugar. También fue condenado a restituir todos los bienes robados a su madre y se decretó la confiscación de todas sus propiedades. 

La sentencia no se cumplió en ninguno de sus términos. Su tío Diego de Sotomayor, cuñado de la difunta, utilizó con habilidad sus influencias para que las propiedades y bienes confiscados a Pedro fueran transferidos a su esposa, Urraca de Moscoso y al hijo primogénito de ambos, llamado Álvaro. 

Sin salir de su refugio en Portugal, y bajo la dirección de su tío Diego, quien desde Badajoz movía los hilos, Pedro el Parricida administró los bienes de la Casa de Soutomaior. No llegó a heredar el título de conde de Caminha, pero eso no le impidió a Pedro exhibirse en su casa fronteriza. Allí recibía a criados, mayordomos, alcaides de sus fortalezas y amigos de la nobleza que cruzaban la frontera para saludarle. Desde Portugal tomaba decisiones, concedía favores y se encargaba de manejar negocios y vasallos. 

Pedro, inmerso en pleitos con sus hermanas y cuñados, y siempre temeroso de perder las propiedades que administraba, se dedicó a falsificar documentos. Con ayuda de un escribano, creó escrituras, testamentos, todo lo necesario para embarullar los procesos. Pronto su casa se convirtió en un auténtico taller de falsificación. Tan bien se le daba que llegaban otros nobles con problemas para pedirle papeles falsos, que él suministraba encantado. Deseoso de obtener un perdón papal, ya que la corona de Castilla le negaba un indulto, llegó al extremo de falsificar el documento en el que el Santo Padre, le absolvía de sus delitos. Con todo y el sello del anillo del Papa.

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