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El cardenal y los herejes

En 1706, aunque puede que existan ediciones anteriores, el entonces celebrado teólogo Jerónimo Julián, firmó bajo el alias de Juan Melo y Girón la más famosa de sus obras. El título ya indica que el hombre gustaba de las frases enrevesadas.  ‘Celo católico y español, que, para la luz de la ignorancia, desengaño del error y enmienda de la malicia, sobre el fundamento incontestable de la Justicia y del Derecho del Rey Nuestro Señor Felipe V, (que Dios guarde), propone las indispensables obligaciones de todos los vasallos para con su Majestad en diez proposiciones ciertas fundadas en la más sólida, por el D. D. Juan Melo Girón, sacerdote valenciano’. Menos mal que nos aclara que es sacerdote valenciano, pues de no hacerlo podríamos creerlo de otro lugar y el título quedaba cojo. 

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXA

Allí, en ese libro, recoge la obsesión que sentía por la herejía Juan de Lugo y Quiroga, nacido en Madrid pero originario de Lugo, tal como demuestran sus dos apellidos, su genealogía y el hecho de que su primer destino fuera como profesor de Filosofía en Monforte de Lemos. Luego llegaría a ser un prominente cardenal. 

Pues Juan Melo reproduce la frase más barullenta que nadie ha escrito jamás, ni sobre los herejes ni sobre ningún otro asunto, obra de nuestro paisano el Cardenal: "Que por nombre de Fautor de hereje entienda la Iglesia en sus decretos sólo aquel que favorece al hereje porque es hereje, o en cuanto hereje, eso sería confundir a los herejes con los Fautores de los herejes: porque quien, sino siendo hereje, favoreciera al hereje porque lo es; ni cómo puede ser la herejía motivo para favorecer al hereje, en quien reprueba y condena la herejía". Si se explicaba ante sus alumnos de Filosofía como en sus escritos, lo siento por los alumnos. A ver, Juan de Lugo, que ya pareces Rajoy. Y bien, queridos hermanos, ¿qué enseñanza nos quiso transmitir Juan de Lugo? Eso mismo quisiera saber yo, pero sospecho que intentaba hacer una defensa de los fautores de herejes, así llamados porque, no siendo herejes, ayudaban o favorecían o perdonaban a los que sí lo eran. Pretendía que no fuesen acusados de herejía, sino de otras causas, como complicidad o encubrimiento. Supongo que en el fondo era un buen cristiano que sólo quería ver quemados en la hoguera a los herejes de verdad y para quienes les ayudaban solamente pedía que les fueran administrados cien latigazos en la plaza del pueblo donde fueran condenados. 

Nuestro cardenal Juan de Lugo, el que hablaba como Rajoy, fue creciendo, se hizo famoso, influyente y rico

Lugo, como diócesis que durante siglos fue la más importante del Reino de Galicia compartiendo sede con Braga, había librado sus luchas contra la herejía siglos antes; había sido sede del famoso Concilio de Lugo en el año 569, ya con los priscilianistas condenados por la Iglesia y tratados como herejes. Luego se dieron las clásicas persecuciones de judíos, cebadas principalmente en los cristianos nuevos, a los que siempre estaban obligando a renegar de Leví. 

Leví, ya que me pregunta usted por él, era hijo de Jacob y fue el fundador de los Levitas, una de las doce tribus de Israel. ¿Por qué la Inquisición se empeñaba en hacer que los cristianos nuevos abjuraran de Leví? Pues porque no podían hacerlos abjurar de Yahvé, dios de la cristiandad tanto como del judaísmo, así que por norma elegían al pobre Leví, aunque hay excepciones. 

Es el caso del también lucense Francisco da Peña, descendiente de cristianos nuevos, comerciante, acusado de bígamo, judaizante (que practica ritos judíos) y encubridor de herejes. Al buen hombre le hicieron abjurar de Vehementi. Eso era más grave. La abjuración de Leví, con mucha suerte, podía saldarse con una pena de peregrinaje y oraciones, pero cuando a uno le proponían abjurar de Vehementi la cosa se ponía seria. A nuestro Francisco da Peña no le fue tan mal: seis años en galeras, a ración y sin sueldo. 

Nuestro cardenal Juan de Lugo, el que hablaba como Rajoy, fue creciendo, se hizo famoso, influyente y rico. Lo primero que hizo al llegar Sevilla, donde continuaría su meteórica carrera, fue quedarse con el barrio de Francos, al parecer tras maniobrar para que se lo quitaran a su legítimo propietario, un tal Pedro López, desposeído de todos sus bienes, precisamente por hereje, según consta en documento del Archivo de Simancas. 

Así que a lo largo de su camino entre Monforte y Sevilla, el cardenal lucense fue perdiendo lo que tenía de buen cristiano para convertirse en un cristiano mucho mejor. Y es de señalar, aunque eso lo sabe todo el mundo, que el verdadero buen cristiano en aquellos tiempos no era el que distinguía entre herejes y los que ayudaban o encubrían a los herejes. El verdadero buen cristiano era el que acusaba a unos y a otros, testificaba contra ellos, los hacía abjurar, los mandaba a galeras, conspiraba para que se lo embargaran todo y se quedaba con sus propiedades, así fueran barrios enteros. 

Desde esta perspectiva, que nadie discutiría en aquella época, que hablamos del siglo XVI por si no lo había dicho, época en que vivió Juan de Lugo y Quiroga, desde esa perspectiva, digo, nuestro cardenal fue el mejor de los cristianos, y así fue reconocido por todos. Esperamos que haya disfrutado de su barrio. Yo lo hubiera hecho y usted también.

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