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El dominio del cortacésped

Josep Pla tomaba un cuenco de leche caliente con coñac en la gripe del 18 e inició el Cuaderno gris en Palafrugell tras el cierre de la universidad

SEÑOR DIRECTOR: 

El árbol de Judas que tengo enfrente de la ventana insinuaba la floración cuando iniciamos esta reclusión. En el lento transcurrir de la semana se ve cómo lo cubre una explosión de flores rosa celeste. Curiosos los nombres que recibe este árbol: del amor, de Judas o algarrobo loco. A saber qué relación mantienen entre sí. Sus flores son un anuncio de la primavera. Una alegre despedida del invierno, que ya anticiparon semanas atrás las flores rojas de los rododendros. Las hostas, al pie de un camelio y en los bordes de un pequeño estanque, regresan con fuerza del descanso invernal: ya las amenazan los caracoles. Y los agaphantus probablemente florezcan antes de finales de la primavera que entró ya. Inmediatamente le intentaré justificar esta epistolar introducción de normalidad jardinera. 

Éxodo y explosión

Si hubo una crisis de los tulipanes en el siglo XVII, la actual podría ser del cortacésped. Sabrá usted que tal máquina, más bien el sonido o ruido de su motor, domina en las mañanas y en las tardes de este entorno en el que me encuentro confinado. El vecindario se ha entregado durante varias horas al labora que exige esta vida monacal. Del ora, no le puedo contar: no me consta que recen el rosario en comunidad desde las ventanas de las ciudades en las que suenan aplausos y caceroladas. 

No dude de que si algún cambio contrastable traerá este confinamiento es la mejora que experimentará el césped de nuestros jardines. ¡Que se preparen los reporteros del English Garden! Mientras sigamos encerrados, vamos a cortar todas las semanas —alguno ni respetará lo siete días de paréntesis—, vamos a regar todos los días y a esperar, confiemos en que no sean cien años como exige el césped perfecto; en realidad aguardamos a que se abran las puertas y podamos salir en desbandada al bar, al restaurante, a recorrer los grandes almacenes, a sumar kilómetros los fines de semana o a recuperar los viajes perdidos. Será la gran explosión. El éxodo en todas direcciones. Y caeremos en la cuenta: la paralización de la economía se trasladó a las disponibilidades de nuestras tarjetas y carteras. Consumimos y no producimos. 

Desintoxicación

Edgar Morin, sociólogo y filósofo francés, cuenta en L’Obs que "el confinamiento nos puede ayudar a comenzar una desintoxicación de nuestro modo de vida". El tratamiento supondrá algo más que la actividad del cortacésped y acelerón en el cuidado de macetas y jardín que trajo el encierro. Apunta también el sociólogo al "cambio de modelo de desarrollo", algo que para Macron exige la experiencia del coronavirus. Los presidentes franceses siempre que hay una crisis ven la necesidad de un cambio de modelo. En la desfeita de 2008, lodo maloliente de los descontrolados polvos reaganianos y thatcherianos, Sarkozy, que entonces ocupaba el Elíseo, anunció también que había que reinventar otro capitalismo. ¡Hasta hoy! Quizás incluso hemos ido marcha atrás. Con seriedad y fundamento, el profesor Antón Costas explica y razona en libros y artículos la necesidad de "reinventarse" para la supervivencia del propio sistema. 

Este confinamiento supondrá "una desintoxicación de nuestro modo de vida", según Edgar Morin

Los mandatarios están a otra cosa: el coronavirus los coge desprevenidos, tenían advertencias, y tardaron y tardan en reaccionar. Pudiera suceder, como aconteció muchas veces en la historia, que la respuesta se imponga por un virus o unos tulipanes sin que figure en la previsión de los mandatarios, al margen o a pesar de las urgencias de sus agendas. 

Más modesto que los Macron, Morin o Sarkozy, quién lo diría, Pedro Sánchez se da por satisfecho con anunciar que cuando pase esto habrá que analizar el sistema sanitario. Tendrá que decirnos también si pudo dormir con este Gobierno que no respeta ni las cuarentenas. Vuelvo al análisis que propone Sánchez, la dimensión de la crisis evidencia que algo ha fallado, y no los profesionales de la sanidad, en la toma en consideración de las alertas y en la gestión de la provisión de materiales. Esas fotos de ataúdes en Bérgamo, manañana pueden ser aquí, acongojan. Pero esto queda para después. Confiemos en que para entonces no nos la quieran colar con comisiones parlamentarias, que ya sabemos de antemano lo que dan. Recuerde usted la catástrofe del Alvia en Angrois, un ejemplo de que aquí investigar equivale a marear la perdiz. 

Conocer la felicidad

La desintoxicación necesaria que Morin ve ante la crisis sanitaria y económica del coronavirus, que le citaba de la lectura de L’Obs, me recuerda los ejercicios espirituales que, enclaustrados y en silencio, nos daba un padre jesuita para cambiar nuestras vidas. También ahora, señor director, hay encierro, nos modifican la vida y se ve la necesidad de que al salir se produzca un cambio. En una de aquellas paradas, por la Moraleja creo recordar, leí de un tirón el Diario de California en el que Edgar Morin, testimonio, en el tránsito ilusionante de los sesenta a los setenta del siglo pasado, de otra realidad que descubre —fenómeno hippy y lo que representaba como conjunto— durante su estancia en San Diego. Fue una experiencia a plena satisfacción. Este judío descendiente de sefardíes y padre del pensamiento complejo encuentra el camino de la felicidad. Ahora, con el coronavirus con encierro y reflexión impuesta, toca la desintoxicación de un modo de vida "global e insolidario" . De lo que hay que desprenderse ninguna relación guarda con el imaginario que se vivía en los campus californianos, que llevaron a Edgar Morin a experimentar la felicidad por métodos naturales e inducidos. Tampoco se parece esto a la utopía —¿ensoñación?— del 68 que interpretaba entonces el sociólogo en las páginas de Le Monde. 

Un silencio espeso

Un modo de felicidad, al menos para el lector, nació con la gripe del 18. Josep Pla se puso a la tarea del Cuaderno gris, el 8 de marzo de 1918: "Com que hi ha tanta grip, ha hagut de clausurar la universitat". Así arranca. No necesitamos, para esto, ir a la traducción que hicieron Gloria de Ros y Dionisio Ridruejo. Vuelve a Palafrugell, con la familia. Como medicina toma un cuenco de leche caliente con coñac. De ese remedio guardo recuerdos caseros. No añora Barcelona "y menos la universidad". 

Con el árbol del amor florido y con jazz de fondo, le confieso que casi se toca la felicidad, aunque este silencio y soledad impuesta aterren. Al Pla, que cumple 21 años y regresa a casa, le gusta la vida del pueblo con los amigos que allí tiene, a pesar de que la familia ha de dividirse para asistir a los numerosos entierros que cada día origina la gripe. 

También aquí hoy "oigo caer la lluvia sobre la tierra y los árboles del jardín. Produce un rumor sordo y lejano". 

Parece que se han parado al fin los cortacéspedes del vecindario y a medida que va cayendo la tarde "hay un silencio espeso, un silencio que se palpa". Esta lluvia y este gris casi me adormecen. 

De usted, s.s.s.

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