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El moro Mahamut

Sin nombreAl parecer, el Moro Mahamut era un famoso y muy valiente capitán que en tiempos de Abderramán II encabezó desde Mérida una rebelión que en todo Al-Andalus estuvo a punto de acabar con el líder musulmán. Abderramán consiguió sofocar la revuelta venciendo a sus enemigos, también a Mahamut, cuyo nombre completo era Mahamut ben Abd al-Chabbar.

La rebelión duró varios años, exactamente seis y tuvo fin en el año de nuestro Señor de 834. Nuestro amigo, derrotado, anduvo dando tumbos por las actuales tierras de Castilla, hasta que consiguió formar alianza con Alfonso II el Casto, rey de Galicia aunque todos le dirán que lo era del inexistente reino asturiano.

La alianza, como todas las alianzas, parecía en principio buena cosa para ambas partes. El Moro Mahamut encontraba lugar donde afincarse, lejos de Abderraman, y Alfonso II, llamado El Casto, encontraba a un experto capitán al mando de un ejército curtido en años de batallas. Así que le dio el castillo de Santa Cristina do Viso, en O Incio, Lugo.

El castillo no era realmente un castillo, sino un castro. Por aquella época, la diferencia entre castro y castillo no estaba del todo definida, por lo que castillo podía llamarse a cualquier plaza fortificada, y el castro lo era. Dicen los que saben, que el castro de O Incio era uno de los más grandes y mejor posicionados geográficamente de la actual provincia de Lugo.

Pues allí anduvo el Moro Mahamut magníficamente instalado durante una buena temporada, hasta que, bien llevado por su espíritu rebelde, bien por aburrimiento, quizá por otras causas, se enfadó también con su anfitrión Alfonso II el Casto e inició otra revuelta. Algunas versiones dicen que se había vuelto otra vez amigo de Abderramán. No hay que dar demasiado crédito a los detalles de estas historias, pues los cronistas eran muy dados al desenfreno y a la exageración. Hay quien dice, por ejemplo, que Mahamut llegó a reunir a un ejército de 50.000 hombres. Así a ojo, dejémoslo en 500. Probablemente no había en todo el reino tantos hombres como los que refieren algunas crónicas.

Enfadado, Alfonso el Casto reunió a su propio ejército y se fue a batallar contra Mahamut. Eso fue en el año 840, o sea, que Mahamut y los suyos estuvieron entre nosotros unos cinco o seis años. La batalla, celebrada en un lugar indeterminado cerca del castro de Santa Cristina, se resolvió a favor de Alfonso II, que para asegurar la victoria ordenó que le entregaran la cabeza decapitada de Mahamut, encargo que fue resuelto favorablemente. Y ahí acaba la historia de nuestro amigo el Moro Mahamut. Muchos de sus soldados fueron muertos o apresados y otros lograron huir, no se sabe a dónde.

Casi tres décadas después, concretamente en el año 869, Abderramán sufrió una nueva rebelión, otra vez en Mérida. La protagonizó Abd-AlRahman Ibn Marwan, a quien llamaban «El hijo del gallego» porque su papá era el Moro Mahamut. Por lo que se ve, el chaval había heredado los genes combativos de su padre. Su revuelta fue igualmente sofocada, aunque no conozco demasiados detalles. Probablemente también fue decapitado. O no.

El caso es que tenemos en el castro de Santa Cristina de O Incio una historia curiosísima, de esas que los gallegos olvidamos con enorme despreocupación. Que en aquellos tiempos se hubiera acogido a un líder musulmán y a su ejército, se le hubiera entregado una fortaleza de cine y se hubiera mantenido en tierras gallegas durante más de un lustro es algo tremendamente inusual.

Queda en el aire por qué Alfonso el Casto alojó en O Incio a su Enfadado, el Casto reunió a su propio ejército y se fue a batallar contra Mahamut aliado, pues en lo que sí coinciden la mayoría de los cronistas es que la intención era ayudar al rey cristiano contra invasiones musulmanas procedentes de Portugal y no parece O Incio, en Lugo, la mejor situación estratégica para cumplir ese cometido. El enigma puede que no se resuelva jamás. Tampoco tenemos demasiadas noticias de lo que hizo Mahamut durante su estancia entre nosotros, pero queda una historia muy rara y muy curiosa, quizá también muy anecdótica y esa será la razón por la que los historiadores no le han dedicado demasiado tiempo. Quizá daría para una buena novela, supongo, pues hay mucho hueco que rellenar ahí, cosa que a estas alturas sólo podría hacer la ficción.

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