Blog | Que parezca un accidente

Esto es un puticlub

TENGO POR costumbre llegar tarde a los sitios. No lo bastante tarde como para resultar desconsiderado, pero tampoco dentro de ese margen difuso de tiempo que es la puntualidad. Cuando tienes que estar en un sitio a una hora concreta, hay un momento brevísimo a partir del cual se entiende que te has retrasado. Nadie sabe muy bien dónde situar ese instante, pero en cuanto lo has superado, la persona que te espera está legitimada para enfadarse. Segundos antes no habrías sido puntual, pero tampoco se te podría haber acusado de llegar tarde. Es en ese preciso momento, justo sobre la bocina, en ese segundo en el que la demora pasa de ser admisible a inadmisible, cuando suelo aparecer yo.​

Hace unos años, al terminar de cenar en Nochebuena, mi novia y yo decidimos ir a tomar algo a Santiago de Compostela. Nunca había había salido allí de copas un 24 de diciembre y tenía el pálpito de que la experiencia podría ser interesante. Resultó parecerse mucho a salir en Nochebuena en cualquier otra ciudad, con la peculiaridad de que los bares estaban en Compostela. Quién podría haberlo previsto.

Al día siguiente, la Navidad se celebraba con una comida en casa de mis padres a las dos y media. Esa era la hora exacta a la que habíamos sido convocados. Yo sabía que hasta las dos y cuarenta no habría problema. Aparecer a las tres menos diez, sin embargo, sería poco respetuoso. Ese instante mínimo en el que uno pasa de ser ligeramente impuntual a ser un maleducado debía de hallarse en algún lugar del reloj alrededor de las tres menos cuarto.

En el coche, viajando por la nacional desde Santiago, me di cuenta de que llegaríamos con demasiada antelación. "¿Pero qué pintamos allí a las dos y veinte? ", dije en voz alta y enfadado, como si las dos y veinte fuesen el siglo dieciséis. No tenía necesidad alguna de parar en ese momento, pero en cuanto vi el primer bar a mano derecha, aparqué el coche en la explanada y entré con mi novia a tomar un café. Para librarme de aquellos veinte minutos de ventaja.

No existe una causa. Podría divagar sobre la inconveniencia de llegar el primero. O sobre el dilema moral de decidir ser quien espera o ser el esperado. Hay toda una filosofía de vida ahí detrás. Pero lo cierto es que no hay un motivo. Tengo por costumbre llegar tarde a los sitios y nada más. Es algo que me ocurre. Llevo tanto tiempo haciéndolo así que hasta me he aburrido de no ser puntual. Y por eso la semana pasada, por primera vez, por probar otras fórmulas, decidí que llegaría a mi cita con tiempo.

No está en mi mano aparecer en lo sitios a la hora pactada

Me encontraba en A Coruña comiendo con unos amigos. Durante los postres alguien comentó que podríamos ir a tomar un café a un local estupendo que había allí cerca y me pareció buena idea. Sin embargo, cuando nos dirigíamos hacia ese lugar, recordé que a media tarde tenía entradas para ir al cine. Que había quedado con mi pareja para ir a ver Bohemian Rhapsody y tenía por delante un par de horas de viaje. Fue una de las primeras veces en mi vida que sentí que había llegado el momento de ser puntual. Que debía elegir el camino correcto. Así que en lugar de tomarme ese café e intentar presentarme en el cine sobre la bocina, me despedí de todos, me fui hacia el coche y salí con tiempo suficiente para llegar a mi hora.

No fui capaz. No hice nada raro por el camino. Tampoco conduje a menor velocidad. Salí a una hora prudente para llegar con antelación y, aún así, llegué tardísimo. Tan tarde que superaba con creces lo descortés. Tan tarde que me pareció que sería grosero entrar en la sala a esas alturas de la película. Lo único que pude hacer fue sentarme fuera y esperar a que saliese mi pareja con una opinión certera sobre el biopic de Queen y una opinión todavía más certera sobre mis aptitudes como persona adulta, las cuales comparó con las de una iguana. Celebré allí mismo la comparación, pero no sirvió de nada.

He llegado a la conclusión de que tiendo a llegar tarde porque algo superior a mí me impide ser puntual. Aunque me lo proponga. Resulta obvio que no está en mi mano aparecer en los sitios a la hora pactada. A los hechos me remito.

De hecho, creo que la única vez que llegué a un lugar a tiempo fue aquel día de Navidad que íbamos a casa de mis padres desde Compostela. Había decidido perder veinte minutos en ese bar, así que mi novia y yo bajamos del coche, entramos en el local, ella se sentó en la galería que había al lado de la puerta y yo me dirigí hacia la parte de atrás del establecimiento para localizar a alguien que nos atendiese. Volví junto a mi novia veinte segundos después. "Tenemos que irnos, cariño. Da lo mismo que hoy lleguemos un poco pronto. Esto es un puticlub". Fuimos los primeros en llegar a casa de mis padres.

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