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Franco vive

Tanta guerra está dando el facherío con la momia del dictador que va a ser mejor reabrir heridas, a ver si así las cerramos para siempre

El Valle de los Caídos. GUSTAVO CUEVAS (EFE)
photo_camera El Valle de los Caídos. GUSTAVO CUEVAS (EFE)

YO CON FRANCO siempre tuve muy buena relación, sobre todo porque él puso mucho de su parte: cuando nací él aún estaba vivo, pero cuando empecé a vivir él se fue muriendo poco a poco, hasta morirse del todo, lo que supuso un gran alivio y es un gesto muy de agradecer. Como a los dos nos enseñaron que de bien nacidos es ser agradecidos, tampoco a mí me dio en este tiempo por ir a molestarlo en su residencia de descanso: mientras se mantuvieron las circunstancias pactadas, el muerto y yo vivo, valoré más su ausencia del resto de los sitios que su presencia en uno determinado; y además en estado cadáver, lo que dificulta enormemente sus quehaceres diarios.

Con lo que no contaba es con el cambio de circunstancias y su reciente resurrección, espiritual y por poderes, desde que se anunció la intención del Gobierno de sacarlo del Valle de los Caídos. Con tanta bandera victoriosa, tanto nietísimo, tanta fundación centinela de occidente y tanto palio, a mí ahora me está empezando a pasar como al Generalísimo, que el cuerpo me pide guerra. Si me fuerzan a elegir entre resurrección y profanación, lo tengo claro.

Aunque, de entrada, lo que más me llama la atención de todo este asunto de la momia del dictador putrefacto es la cantidad de franquistas activos y de corazón que han salido a montarla. ¿Pero dónde coño estaban escondidos tantos fachas todos estos años y, sobre todo, quién los ha alimentado este tiempo? Yo soy de esa generación a la que le hicieron la Transición, bastante bien hecha, por cierto, y que compró aquello del franquismo sociológico y el clientelismo transversal, aquello de que franquistas fuimos todos antes de ser todos demócratas de toda la vida, aquello de que no era ideología sino supervivencia, aquello de que aquí paz y después gloria. Y una democracia después resulta que no, que son fachas de tomo y lomo, que los hay a patadas y que vienen creciditos. Pues leña al mono.

Con suerte, el dictador le hará de muerto a este país el bien que no quiso hacerle de vivo

Uno empieza a estar ya harto de tanta llamada a la conciliación y a cerrar heridas solo cuando les conviene a algunos, a los mismos que no demuestran ni el más mínimo respeto ni ánimo de conciliación cuando no se hace lo que ellos quieren. El mismo ánimo de conciliación que permitió mantener en España durante cuarenta años la anomalía del mausoleo del dictador pagado con dinero público debería guiar ahora la exhumación de sus restos y su traslado. Y si no están dispuestos a mostrar en esa conciliación el mismo amor por su país que este ha demostrado hasta ahora con ellos, no merecen el mínimo respeto.

Y menos que nadie, la familia de Franco. En aras del bien de España, los españoles hemos olvidado durante todo este tiempo quiénes son y de dónde procede la enorme fortuna que les ha permitido vivir a todos ellos como ricachones caprichosos en lugar de como los apestados que deberían ser. Y su respuesta es la soberbia, el desafío al Estado y el insulto al ciudadano. Creo que ya ha llegado el momento de que el Estado les ponga en su sitio, empezando por mandar el cadáver a donde considere más apropiado y continuando por cuestionar y tratar de recuperar todos los bienes procedentes del latrocinio y el expolio a los españoles. El Pazo de Meirás puede ser un principio tan bueno como cualquier otro.

Tampoco estaría de más hacer saber a la Iglesia católica que en unas circunstancias que esta caterva de fachas está planteando en términos cuasibélicos, no puede haber equidistancias. Porque, de hecho, no las hay. La Iglesia ya tomó partido hace muchas décadas y sigue estando en el mismo bando, por mucho que ahora lo trate de disfrazar asegurando que no es su problema, que en estas circunstancias no puede impedir que Franco acabe en la catedral de La Almudena. Algunos creerán que este argumento ya es en sí mismo una toma de posición, pero no hay que ser malpensados, solo exigir igual comprensión, por aquello de la conciliación: es el momento de que el Estado explique a la Iglesia que en estas circunstancias sociales, políticas y económicas no puede impedir el cobro del Ibi a sus edificios no destinados al culto, ni mantener los cientos de millones en subvenciones encubiertas, ni justificar el mantenimiento de los concordatos. Sin más discusiones, ¡concordia, hermanos!

Lo que todas estas discusiones dejan claro es que España ha conseguido salir del pozo de donde venía y convertirse en la democracia que es hoy gracias a que siempre han cedido los mismos. Para otros, patriotas de hojalata, la concordia, el diálogo y la patria solo son excusas que esgrimir para seguir poniendo palos en las ruedas de los españoles. Todo lo que no sea hacer lo que ellos quieren es reabrir heridas. Pues si así tiene que ser, si no dejan otro remedio, que se reabran. Pero en canal y sin miedo a las hemorragias. Con suerte, el dictador le hará de muerto a este país el bien que no quiso hacerle de vivo.

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