Blog | Permanezcan borrachos

Hola, verano

El verano podía ser muchas cosas, pero llegaba de verdad a tu vida cuando, en mitad de un día de fiesta, alcanzabas ese punto imperceptible en el que las tres de la mañana se convertían en las ocho, y hacías como si nada porque... qué más te daba
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DISCUTÍAMOS tres amigos sobre qué se entiende por verano, sin llegar a ninguna parte. Solo hablábamos para escucharnos. Hay algo en el verano que te empuja a aclararlo. Estuvimos un buen rato así, refiriéndonos a él como si fuese algo corporal, manejable, que se capturase en la palma de la mano y se conservase. No sabíamos qué hora era, ni qué música sonaba, ni qué sería de nosotros, así que la situación era inmejorable.

Nos vimos atrapados en una de esas noches en las que a cualquier observación podías responder con un "qué más da". Todo fluía. En un momento dado, sugerí sin pensarlo demasiado que cambiásemos de sitio, y el resto asintió con parquedad, casi con envidia por no haber tenido una idea tan genial. Hacer algo, aunque no supieses el qué, simplemente hacerlo, te avenía con un mundo que transmitía la impresión de estar yéndose al garete todo el tiempo. Aunque en realidad, qué más nos daba.

Al abrir la puerta y poner los pies en la acera, el sol nos golpeó de frente con un ahínco admirable. Ya casi nadie hacia cosas con ahínco. "¡Pero de dónde sale esta luz!", exclamé favorablemente impresionado, sin señales de malestar o decepción por que el tiempo hubiese transcurrido tan rápido y, salvo nosotros, no quedase en pie nada de la noche anterior. Nos llevamos la mano a los ojos para hacer una visera y templar el martillazo del amanecer sobre nuestra vista.

"Esta puta maravilla es el verano", anunció con una extraña felicidad A, que abrió mucho los brazos, rodeando al cielo como si se tratase de un amigo gordo de toda la vida. "El verano es cuando sales de algún sitio, en plena noche, y de repente descubres que ya es de día, y no te importa", explicó. M y yo nos quedamos pensando en esa mezcla de luz repentina e irrelevancia a la que se refería, y en si captaba o no parte de la esencia del verano. Se acercaba bastante, concluimos. El verano podía ser muchas cosas, pero llegaba de verdad a tu vida cuando, en mitad de un día de fiesta, alcanzabas ese punto imperceptible en el que las tres de la mañana se convertían en las ocho, y hacías como si nada porque… qué más te daba.

Hay muchos veranos, y quizá todos auténticos. Está el verano del solsticio, el de las vacaciones de siete días, el verano de los hoteles, el verano que pasas solo, el de las casas alquiladas con amigos. Está el verano que no es verano ni hostias, el verano de los aviones y los trenes, el de la playa, el de las tardes de piscina, está el de los besos con que no contabas, el de los conciertos, y a veces el verano en que murió tu primo. Está el verano que empieza en el mismo instante que, antes de hacer la maleta, ordenas sobre la cama camisetas, vestidos, bañadores, cepillo de dientes y dos libros largamente guardados. Y está, por supuesto, el verano que irrumpe el mismo día que desempolvas las gafas de sol. A veces aún es enero, y te las pones ya en el ascensor, antes de salir a la calle, mientras el vecino te mira y por dentro se dice: "Menudo payaso".

Pero el verano de la noche hecha añicos, de entre la que sale inesperada e inexplicablemente la luz del día, deja una huella profunda. Ese momento en que emerges de la oscuridad e ingresas en el amanecer es verano porque no significa el fin de nada.

En cierto sentido, la noche sigue, ahora por otras vías. No sientes, como en invierno, que estés cruzando la línea más allá de la cual solo te espera un daño innecesario, o un sentimiento de culpa o durísima decadencia. Es verano porque no quieres irte a casa. No estás tan loco. La luz no es el fin, o el telón cerrado, sino una forma de ingravidez. Es verano porque cuando desaparece la noche, quizá robada, tú preguntas "adónde vamos", en lugar de decir "me voy". Eso solo ocurre en los meses oscuros. Son las ocho de la mañana y es verano porque al fin no tienes la sensación de que el lugar donde no estás es siempre más divertido que aquel en donde te encuentras. Es verano, se ha hecho de día, y aunque estés muerto no sientes el cansancio: la situación es perfecta.

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