Opinión

Honor de Familia

'Pose' narra la historia que no aparece en los libros y que pocos cronistas llevaron a los periódicos, relatos de vida como los de Elektra, Blanca, Angel o Candy que quedaron soterrados y son parte de un capítulo fundamental del colectivo LGBT
POSE.
photo_camera POSE.

UNA DE ESAS noches entre semana en que, por algún motivo, el motivo no se acomoda a dormir encontré paseando por la televisión una entrevista con Cristina Ortiz. Contaba que se había retirado y estaba mejor de sus problemas mentales, que tenía dinero suficiente como para vivir bien el resto de su vida. Confesó sentirse arrepentida de su anterior imagen, un personaje que la había devorado pero que levantaba muchas risas allí donde iba gracias a su desparpajo.

Cristina Ortiz era conocida para el común de los mortales como La Veneno, aquella mujer transexual que se hizo famosa en Esta noche cruzamos el Mississippi. Lo cierto es que en cada carcajada que provocó, había un poso amargo de preocupación solo visible a los ojos de ciertas personas que entendían su dolor. Un mes después de esta entrevista —que era una reposición y fue concedida en 2016 por la publicación de sus memorias— Cristina apareció sin vida en su casa.

Hace unos días la actriz Indya Moore se hizo viral por unos pendientes, de sus orejas colgaban tiras de fotos de mujeres transexuales cuyas muertes no tuvieron un hueco en los medios. Moore, que nunca conoció a La Veneno, protagoniza la serie más queer en emisión, Pose (HBO), y revive la esencia de la española gracias a personajes como Candy Ferocity.

Si la vida fuese como en Pose, la única manera de reunir a tanta diversidad hubiera sido en un funeral a causa del VIH o en alguna de las categorías del ballroom

Las figuras extrovertidas y barrocas que en España solamente sirvieron de burla, encuentran en este drama familiar atípico un purgatorio ambientado en Nueva York y casi en los años 90. Pose narra la historia que no aparece en los libros y que pocos cronistas llevaron a los periódicos, relatos de vida como los de Elektra, Blanca, Angel o Candy que quedaron soterrados y son parte de un capítulo fundamental del colectivo LGBT.

El inicio de Pose es el mismo que el de Cristina y el de otras tantas personas queer: la expulsión del hogar. Mientras que a La Veneno la echaron de su pueblo a pedradas —en Galicia lo más normal es irse para ser el primo de Madrid—, en Estados Unidos los jóvenes se convertían en vagabundos que con suerte llegaban a una gran ciudad. Hacían lo que hiciera falta para sobrevivir porque, a diferencia de sus coetáneos, ellos no tenían red de seguridad. Sin embargo, a finales de los años 70 la cultura ballroom comenzó a consolidarse y, con ella, la comunidad.

Aunque Pose reproduce el ambiente de finales del siglo XX, estas celebraciones datan de 1930, pero restringidas solamente a hombres blancos. Esto terminó por provocar décadas después que Crystal LaBeija crease la facción más reconocida de este movimiento, casi exclusivo para población latina y afroamericana.

Los balls son competiciones donde representas a tu familia en categorías como baile, posado o desfile donde lucir las mejores galas. La mayor aspiración es conseguir el trofeo correspondiente para honrar a tu ‘casa’ —las Houses of (‘Casas de’) son sistemas familiares donde generalmente una mujer trans o una drag queen adopta a personas queer y estas dejan atrás sus apellidos, asumiendo por tanto el de su nueva ‘madre’; siendo House of LaBeija la primera en hacerlo— y hacerte un nombre en la escena.

La localidad lucense de Monterroso acoge el festival Agrocuir, donde se homenajea la diversidad como una celebración

El objetivo de los balls, como se muestra en Pose, es encajar en una categoría que satirice un tipo de vida —como mujer de la Quinta Avenida u hombre de negocios— al que no se puede acceder, paliando así la exclusión social a través de la imitación y el humor. Un sabor agridulce que se elevaba al máximo en las competiciones de realness (‘autenticidad’), en las que mujeres trans competían entre sí para ver cual de ellas podría pasar por verosímil. Un jurado formado por personalidades de la comunidad decide quién gana y honra a su familia, mientras el maestro de ceremonias anuncia categorías una tras otra animando al público.

Si eras acogido en una casa, debías seguir unas normas; como bien explica Elektra en Pose. Está prohibido mantener relaciones sexuales entre Madre y prole, no se permite el consumo de drogas ni dedicarse a la prostitución y, además, se ha de respetar a la nueva figura autoritaria y no olvidar lo que hace por el bienestar.

Lo positivo de la serie de Ryan Murphy es que, como sucede en el total de la sociedad, cada familia es un mundo y cada una tiene su sistema de valores. Blanca, matriarca de los Evangelistas, cumple su función con bondad y logrando que sus hijos consigan oportunidades reales, mientras que Elektra no alimenta a su familia y solo piensa en sí misma porque es un icono de la comunidad, es el Empire State Building sobre tacones. Ambos se yerguen sobre los demás, llevan ahí desde el principio y son admirados por los venideros, siendo incapaz ninguna nueva atracción de hacerle sombra. Pero Elektra, a diferencia del rascacielos, no está hecha a tramos ni por mano de obra de barata.

Hace un mes un periódico gallego publicó un artículo contra la transexualidad. Es solo un detalle, un punto más en una discriminación que llega hasta el propio colectivo. Mientras que los gays eran medianamente aceptados en los años 80, Blanca no puede ni entrar en locales de alterne y Angel es obligada a desnudarse ante fotógrafos para ver su cuerpo. Estas mujeres pasan a convertirse en atracciones de circo, amantes en la sombra, caprichos de una noche y objetos sin valor para el resto de la galería; mientras que en la cultura ballroom son indispensables.

El fetiche daba lugar al abandono, después a los problemas emocionales y esto deriva en un círculo vicioso que generalmente acarreaba un estilo de vida poco sano. Estos son los orígenes de muchas vidas truncadas por el VIH; no una relación sexual, sino unos antecedentes acallados que destrozan a individuos vulnerables. Para eso se necesita una madre, alguien que haya sido despedazada anteriormente y que consiga mantenerse en pie como un faro. La crisis del sida mermó la fuerza de los balls y arrebató muchas vidas, una huella que Pose recrea como la eterna pérdida del amante, casi como un ciclo del héroe del griego.

La localidad lucense de Monterroso acogió hace dos semanas el festival Agrocuir, donde se homenajea la diversidad como una celebración, pero ambientada en el rural. Los primos de Madrid vuelven por unos días mientras las vecinas observan por las ventanas, a medio camino entre el miedo y la fascinación por unirse a la fiesta. Durante un momento en medio del gentío, alcé la vista y pude observar lo que para Cristina Ortiz hubiera sido su salvación, una sociedad que no juzga. Si la vida fuese como en Pose, la única manera de reunir a tanta diversidad hubiera sido en un funeral a causa del VIH o en alguna de las categorías del ballroom, donde fingir que rechazas aquello a lo que ni siquiera puedes accedes. Parece que las cosas avanzan, de manera lenta, pero hacia algún puerto.

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