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"Joder, papá"

El primer "joder" es una pequeña conquista. Algo exacto e inmaculado

HELENA TIENE dos años y nueve meses y el jueves dijo "joder".  En ese instante yo estaba pensando en qué podía hacerle de cena, y si sería posible que la cena se hiciese sola. Me quedé de piedra al oírla. Nos encontrábamos sentados en el sofá, solos, sin madre. Miré el reloj por curiosidad y eran las ocho y diecisiete minutos de la noche. Me pareció una hora bellísima y suave. Después estudié a la niña de reojo, muy serio, aunque casi le aplaudo. ¡Había utilizado "joder" de maravilla! Ole, Helena, me dije para mí, sin valorar si ese pensamiento me convertía en un padre horrible. Simplemente, a veces sé actuar como un idiota. Ella se entretenía con el mando de la televisión y cambiaba de canal sin demasiado criterio. Hay que decir que no se necesita criterio para cambiar de canal, pero el uso que hacía del mando me desquiciaba. "Deja ahí", le sugerí, cuando recaló en un capítulo de Bob Esponja. "Ahí no", dijo, con asco hacia el personaje. "Que dejes ahí, por favor", ordené. Poco impresionada, volcó la orden como si fuese un vaso de agua. "Qué no, joder", dijo. Ni siquiera me miró, mientras yo me esforzaba en mantener el tipo y no mostrarme ligeramente sorprendido. 

El primer "joder" es una pequeña conquista, un descubrimento que posee algo de inmaculado, resplandeciente y exacto. Después, con el uso, la palabra pierde esplendor, vehemencia, hasta que un día alcanza una decadencia popular, con gusto por la repetición. Me recuerda a esas gafas con los cristales sucios, que sirven para ver, pero que obstaculizan los brillos de la vida. Si no fuese su padre, le diría a Helena que disfrute de estas primeras y vacías imposturas, cuando solo intuye qué significan, y desprenden el calor y la emoción de lo nuevo, como cuando en 1965 el crítico de teatro Kenneth Tynan empleó por primera vez en una emisión de la BBC la palabra "fuck". La oleada de indignación que se levantó obligó a la cadena de televisión a pedir disculpas, y la activista social Mary Whitehouse, famosa por sus críticas a las corrientes aperturistas en los medios británicos, incluso le escribió una carta a la Reina sugiriendo que Tynan fuese reprendido con "unos azotes en el trasero". 

Maruxa-Tallón

Helena pronunció un "joder" impecable, casi salvaje, que me supo al primer cigarro. Me pareció que había tenido un buen maestro, modestamente. Yo procuro decir "joder" un par de veces al día, sin querer, o sin esforzarme, aunque en ocasiones especiales pueden ser veinte veces. Cuando no lo digo, lo pienso, pero esas ya no las cuento. Nadie está libre de declararse harto en un momento dado; por momentos hay que considerarlo una virtud. La niña había dicho ya "maldita sea" y "qué tontería" con cierta solvencia fechas atrás. Por no mencionar "eso es mentira", que estuvo semanas repitiendo. La inteligencia para identificar el contexto idóneo en el que emplear estas expresiones es lo que me maravilló. Así que era como si viniese avisando. La palabra "joder" cayó por su propio peso, a semejanza de una manzana madura. En su boca, "joder" sonó a nueva etapa, a empezar otro ciclo, exactamente como el día que fumé hachís por primera vez y dije en voz alta: "Queda inaugurado el porro".

El lenguaje se abre paso. Eso no impide que en algún momento encuentre obstáculos. Siempre aparecerá alguien que sostenga "¡esto no se dice!" o "¡esto no se hace!". Tengo frescos aún los detalles del sábado que, con ocho años, le dije a mi abuela Rosa "vete a la mierda", y cómo los siguientes acontecimientos no se sucedieron necesariamente a mi favor. Pero la vocación del lenguaje humano es empujar los muros para ampliar los márgenes. Ese "joder" que resonó en el salón actuó como la huella de una mujer libre que aborrece las paredes y odia los cerrojos. Pronunciado por Helena, sentí que su "joder" equivalía a un "yo hago lo que quiero", que, con matices, es justo lo que deseo que ella haga cuando algún día al fin se mueva sola por el mundo. 

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