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La bolsa y la vida

Una mujer con mascarilla. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Una mujer con mascarilla. VICTORIA RODRÍGUEZ

PASAMOS VARIOS meses comprometidos con una causa. Romper el pico de la pandemia; aplanar la curva; vencer al virus. Lo repetíamos como un mantra a diario y luego salíamos a aplaudir a la ventana. Aquellos objetivos parecían superados cuando fuimos aprobando las diferentes fases hasta alcanzar lo que se llamó la nueva normalidad. Todo esto lo sabe usted igual que yo, pero a veces es muy cómodo escribir cosas que todo el mundo sabe.

Superada aquella fase nos metimos de lleno en otra: bajar el pico, recuperar la curva y dar vía libre al coronavirus abriéndole la puerta de par en par, reventando todos los registros mundiales, para que luego digan que España no es competitiva. España, cuando se pone, es la nación más competitiva del mundo.

"La bolsa o la vida" era una frase que utilizaban mucho los ladrones en la ficción. Hoy cayó en desuso, pero valga la expresión, que viene a decir que el atracador le da a elegir a su víctima entre entregar todo aquello de valor que lleve encima o morir apuñalado. La mayoría de la gente entregaba la bolsa, pues quien se negaba perdía ambas cosas. Entiendo la disyuntiva de los gobernantes, quienes pretendieron salvar la temporada turística. En un Estado que vive de la construcción, del turismo y de nada más, era esencial dar un respiro al sector hostelero a pesar de que como estamos viendo el coronavirus seguía ejerciendo su labor, que es la de crecer y multiplicarse.

Entre la bolsa y la vida, decidimos jugarnos la vida y gastar la bolsa. Fue decirnos que podíamos salir de casa e invadir España, recorrerla de esquina a esquina contagiando a todo aquel que se pusiera a nuestro alcance. La curva y el pico recuperaron posiciones perdidas hace seis meses y España volvió a convertirse en la campeona mundial de la pandemia. Pero hay algo que se me escapa y me parece de una grave seriedad. Le cuento:

Hoy hace exactamente dos semanas que fuimos mi señora y yo a comer a Vilanova de Cerveira, en Portugal, invitados por unos amigos muy amantes, como nosotros, de nuestro país hermano. Resulta que en Portugal las mascarillas son optativas. La mitad de la gente no las lleva. En las terrazas se permite fumar y en cada mesa ponen un sevilletero, cosas que aquí están prohibidas. Pues resulta que ahí la pandemia no se expande como aquí. Entonces surge la pregunta lógica: teniendo en cuenta que Galiza y buena parte de España están a un centímetro de Portugal, ¿por qué en España los casos de contagios masivos no dejan de crecer mientras que en Portugal la pandemia casi no tiene incidencia? Yo no tengo la respuesta, de ahí que haga la pregunta, pero algo estarán haciendo bien allí, además de las migas de bacalhau, las fransecinhas y la vitela grelhada que nosotros hacemos mal.

Estamos comprándonos la madre de todas las pandemias

No se entiende. Mi tesis sostiene que los portugueses y portuguesas son gente templada y por tanto responsable, mientras que Galiza, contagiada por España, es un país poco cabal. No quiero decir que seamos menos inteligentes, pero sí mucho más irresponsables. En cuanto nos dejaron salir de casa todo fue un fiestón de botellones, pistas de discotecas. Aglomeraciones sin mascarillas, toros, manifestaciones multitudinarias sin la menor protección, fiestones a todo trapo en las que quitarse la mascarilla era ponerse un galón, playas con millones de personas y la recepción del turismo sin medida. Y todo eso con millones de españoles viajando de comunidad en comunidad de manera descontrolada.

Ahora viene ya la vuelta al cole y la reincorporación de millones de trabajadores a sus puestos de trabajo tras las vacaciones. Ojalá que me equivoque, como suelo hacer casi siempre, pero la curva y el pico se nos pueden ir a lugares que ni imaginamos. Estamos comprándonos la madre de todas las pandemias. Spain is diferent, tan diferent que cualquier cosa se nos sale de madre a la menor ocasión.

Hay que decir, porque es cierto, que Galiza es uno de los países que presenta cifras razonables y también diremos que los responsables de nuestra Sanidade o lo hacen bien o tienen suerte. Y ojalá siga así, pero por si las moscas yo les pediría que no se duerman en los laureles, que nunca se sabe cómo va a evolucionar el bicho. Hay que aguantar como sea hasta que cualquiera de las vacunas prometidas haga su efecto y estemos en condiciones de recuperar al menos una parte de lo que estamos perdiendo. Es la única manera de conservar la bolsa y la vida, que a fin de cuentas es para lo que estamos aquí: para vivir dignamente aunque sea con lo justo.