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La censura

 

Hay demasiadas Españas para que todos nos llevemos bien. Antes había dos, como mucho tres. Así se podían preservar ciertos niveles de concordia y de comprensión mutua, aunque casi siempre interesada. Un par de Españas fueron más o menos gobernables con distintos grados de democracia durante algunos períodos de los dos últimos siglos. El problema ahora es que llega cualquiera, se monta una España y la quiere gobernar, como si todos fuéramos María Cristina entrando a gritos en la monarquía independiente de su casa.

'Fariña' de Nacho Carretero todavía se puede comprar en las librerías. RAFA FARIÑA

Con tantas Españas y tanto gallo para poco gallinero, la victoria sobre el enemigo prima sobre la negociación. Quien gane debe destruir al rival, y por el camino ir dejando señales, propaganda de guerra para enardecer a los propios y escarmentar a los demás. El perdedor debe acabar en la cárcel, a ser posible. Debe ser humillado y todos los que están con él deben sentir el peso de la derrota. Algunas Españas dejan hacer a otras. La regresión democrática en aspectos como la libertad de expresión sólo es posible si hay varias Españas que lo consienten o lo alientan. De la España de un partido como Ciudadanos se puede esperar cualquier cosa, pero da miedo que una persona como Rivera, que quiere gobernar todas las Españas además de la suya, participe activamente en la defensa de la censura. Si en la España de Rajoy y la de algunos jueces se permiten secuestros de libros como el de Nacho Carretero, retiradas de obras de arte o encarcelamientos de artistas y de opositores es porque la España de Rivera ya está entrando en la de Rajoy. Es el estilo que viene, el de poner las pelotas encima de la mesa para marcar las reglas del juego.

Hay mucha gente en esas Españas. Millones que ven con buenos ojos que se meta en la cárcel a un rapero. La mayoría de ellos cantaban canciones de Kortatu hace treinta años, cuando ETA mataba a mucha gente. Entonces se distinguía entre lo que era una canción y lo que era un delito. Condenábamos los asesinatos de ETA y cantábamos canciones de Kortatu porque era compatible. No sé si entiendo a toda esa gente que fue criada en un ambiente de respeto a la libertad de expresión, en plena era de Movida, cuando todo estaba permitido. Ahora aparecen hechos unos basiliscos tratando de quitar a sus hijos derechos de los que ellos disfrutaron holgadamente.

Lo malo de estas cuestiones es que perduran y van a más, hasta que llega el momento en que se han integrado en nuestras vidas. Van pasando los meses y luego un par de años y deja de sorprendernos al convertirse en algo cotidiano. Si esto sucede, no sé. Yo tengo un hijo que toca el bajo. Parece que esto no tiene nada que ver, pero sí. Pues no sé si recomendarle que no toque en ningún grupo que no lleve en su repertorio el nuevo himno de la España de Marta Sánchez. Porque lo hermoso es pedirle una heroicidad: que se juegue la cárcel si es necesario pero que diga exactamente lo que quiere decir. Pero claro, no quiero visitarlo en prisión y que me diga eso de «no sé para qué te hice caso. Mírame ahora. Sé que soy una alimaña pero tengo corazón. Mírame a la cara: ¿no ves qué solo estoy? Sé que soy una alimaña pero tú eres peor que yo. Mírame a los ojos, pero no te acerques». Qué buenos eran Los Cafres.

A eso es a lo que vamos a acostumbrarnos. A las Españas de los que quieren ver derrotado a cualquiera que consideren su enemigo, sea un independentista catalán, una tuitera o un artista. Es curioso cómo nuevas y viejas Españas se han puesto de acuerdo para que otras Españas vivan con miedo. Y es un poco extraño en un lugar donde hasta hace nada los derechos se ganaban, no se perdían. Hace poco, tres años, todos éramos Charlie y salíamos a la calle a defender la libertad de expresión; hoy nos parece normal encarcelar a un cantante.

Los casos de censura crecen. Esta semana, el secuestro del libro Fariña y la retirada de la obra Presos políticos en la España contemporánea, de Santiago Sierra. La consecuencia ha sido la de disparar las ventas del libro y el precio de la instalación. Pero hay ahora mismo una editorial que puede cerrar si es condenada a pagar los 500.000 que pide el demandante. Puede que haya escritores frente al teclado preguntándose si pueden escribir según qué cosas. Lo que se busca es que haya gente que conviva con el miedo. Volver a los tiempos en los que uno tenía que pensar mucho antes de atreverse a hablar en voz alta. Y que los raperos canten cosas del tipo: "Escúchame hermano, te diré una cosa. Hoy he visto una linda mariposa y ya no tengo nada de qué quejarme".

Hoy, cada uno en su España tiene un artículo 155 y un enemigo al que aplicárselo. Y es un problema ir por la vida y no saber en qué España se entra o de cuál sale: si de una de esas Españas que saben lo que costó conseguir la libertad de expresión o de alguna de esas otras que quieren cercenarla y lo consiguen.

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