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Las frases de Amy Hempel

Ella pasa por un proceso en el que almacena y gesta antes de escribir

MARUXA
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Esta semana leí a Amy Hempel por primera vez. Hace seis años me compré sus Cuentos completos, en Seix Barral, por recomendación de una desconocida con la que había estado compartiendo la pasión por Lorrie Moore a través del correo electrónico. No conocía a Hempel, y dejé dormir su libro en una estantería, hasta que hace nada descubrí que el dormido era yo, al reencontrarme con el libro. Hempel nació en 1951 en Chicago, y se mudó a California a los 16 años. En los dos siguientes se suicidaron su madre, y la hermana menor de su madre. La propia Amy se vio envuelta en dos accidentes automovilísticos masivos de los que salió indemne. Cuando parecía que el cupo de desgracias estaba lleno, su mejor amiga murió de leucemia. Con el tiempo, esa chica se haría popular gracias a En el cementerio donde está enterrado Al Jolson, su cuento más famoso.

En 1975, cuando se mudó a Nueva York, se apuntó al taller de escritura que impartía el editor Gordon Lish en Columbia. Lish, primero en la revista Esquire y luego en la editorial Knopf, publicaba a los autores que más interesaban a Hempel en ese momento, como Raymond Carver, Barry Hannah y Mary Robinson. No se parecían a nada que ella hubiese leído. "Para mí, estos tres nombres redefinieron lo que podría ser una historia: lo que sucedía al lado de la historia que otros escritores contaban. Ellos comenzaban donde otros lo dejaban, o se detenían donde otros arrancaban".

Hace años, en una entrevista, Hempel aseguraba recordar vivamente la primera clase del taller. "La tarea era escribir sobre nuestro peor secreto". Todos los alumnos supieron al instante qué era esa cosa. "Se esperaba que dijéramos algo que nadie más había dicho, y que divulgáramos verdades mucho más duras de lo que nunca habíamos contado o pensado alguna vez contar, sin medias tintas". Amy escribió sobre cómo le falló a su mejor amiga cuando ella se estaba muriendo. Con el tiempo, se convertirá en el tema de En el cementerio donde está enterrado Al Jolson.

El taller marcaría una larga relación con Lish, que desembocó, mediados la década de los años ochenta, en la publicación del primer libro de Hempel, ‘Razones para vivir’. Sus relatos conocieron un éxito inmediato, y junto con los ‘Autoayuda’, de Loorie Moore, se convirtieron en las historias que de pronto todo el mundo anhelaba leer. Eran debutantes, pero pasaron a pertenecer por derecho propio al linaje por entonces subestimado de escritoras norteamericanas como Grace Paley, Mary Robison, Alice Munro, Lydia Davis, Joy Williams, Cynthiz Ozick o Ann Beattie.

La narrativa de Hempel representa un templo a las frases, consideradas individualmente. Es una autora que muestra un gran compromiso con la oración. Una sola frase posee para ella un sentido perfecto. "Eso es lo que me hace escribir o leer. Aunque es poco probable que escribas algo de lo que nadie haya oído hablar, la forma en que tienes la oportunidad de competir es en la forma en que lo dices", declaró en alguna ocasión.

Su método de trabajo es lento. Pasó una década desde que ingresó en el taller de Lish hasta que publicó Razones para vivir (1985). Empleó cinco años en acabar A las puertas del reino animal (1990) y siete Tumble Home (1997). Esta es su única novela, que nunca persiguió expresamente. "Yo había escrito una primera oración. Luego una segunda. Instantáneamente supe que eso sería algo mucho más largo". Se embarcó en un género que no entendía del todo. La cantidad de elementos que hay que tener en cuenta, y que seguir aportando a lo largo de páginas y más páginas, le pareció desalentadora. Para su siguiente obra, El perro del matrimonio (2005), necesitó ocho años. El resultado son textos, como señala en el prólogo a Cuentos completos Rick Moody, "extremadamente perfectos e inolvidables", mezcla de un lenguaje interesante y un sentimiento genuino. Hempel pasa siempre por un proceso en el que almacena, gesta, deja que algo se construya en su cabeza antes de ponerse a escribirlo. "Escribir es mantenerse abiertos para los negocios", decía su profesor Gordon Lish.

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