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El libro de las alabanzas y los insultos

UNO DE mis libros preferidos, quizá el que más, lleva por título Cristóbal Colón, español por Galicia, gallego por Pontevedra. La obra, publicada en 1935, es una porquería, todo hay que decirlo, aunque eso nos da lo mismo porque no es por eso por lo que vale la pena, sino por cómo el autor, Pedro Izquierdo y Corral, evolucionó mientras la escribía.

Rodrigo Cota - El libro de las alabanzas y los insultosComo muchas publicaciones de la época fue sufragada por suscripción popular, lo que hoy llamamos crowfunding pensando que es un invento de jóvenes millenials. Los lectores, como hoy, adelantaban el dinero y a cambio recibían un descuento, un regalo, una edición numerada o lo que fuera. El padrino del proyecto era Gerardo Álvarez Limeses, entusiasta de la teoría, quien fue suegro de Alexandre Bóveda y director del Museo de Pontevedra. En la portada se anuncia un epílogo de Álvarez Limeses y a él está dedicado el libro, ya no con devoción sino con exageración: "Dedico mi libro a Pontevedra, tan bien encarnada hoy en D. Gerardo Álvarez Limeses", empieza, y se extiende en alabanzas. Un par de párrafos después, sigue: "Al excelentísimo Sr. Don Ambrosio Feijóo y Pardiñas. A usted, mi General y amigo querido y al Sr. Álvarez Limeses debo todo el ánimo".

Y una tercera vez: "Consignaré que D. Gerardo Álvarez Limeses muestra siempre su erudición y la dignidad con que la usa". Bien, resulta que escritas las primeras 160 páginas de la obra de un total de 270, Izquierdo y Corral las envió a imprenta con el encargo de imprimirlas junto con la portada, a la espera que cuando el resto del libro estuviera listo se terminara de imprimir. Así se hizo y todo orgulloso, el autor mandó la muestra a Álvarez Limeses. Limeses la leyó, llamó a Izquierdo y Corral y le dijo la verdad: que no había por donde coger aquello, que era un coñazo, que no aportaba nada nuevo, que no era más que una sucesión de vueltas sin fin y que no se veía ahí conclusión alguna.

Toda Pontevedra y medio país, que habían recibido el proyecto con cierta expectación, se morían de risa con la evolución del asunto

Herido en su orgullo, Izquierdo y Corral se indignó, pero tenía un problema sin aparente solución: los suscriptores que habían adelantado el dinero reclamaban sus ejemplares, el tiempo se agotaba y no podía rehacer lo que ya estaba impreso. Trató de llegar a un acuerdo con la Imprenta Roel de A Coruña, que como es lógico se negó a imprimir de nuevo lo que ya estaba hecho quitando las laudas a Álvarez Limeses, así como rehacer la portada en la que se anunciaba el epílogo del suegro de Bóveda. En esas circunstancias el autor optó por dejar las primeras 160 páginas y la portada tal como estaban y dedicar el resto del libro a poner a parir a Álvarez Limeses: "Cierto señor leyó hasta la página 160 y no vio aún nada nuevo", anuncia en la 161, calentando motores.

Hubo intercambio de insultos, que Limeses resolvió en la prensa e Izquierdo en el propio libro. Limeses se empeñaba en escribir el epílogo para decir lo que pensaba e Izquierdo se negaba. En la obra Izquierdo se refiere a su antes amigo y patrocinador como "El tal señor Limeses, que me causó dificultades y disgustos inmensos al cambiar agravios por amor", y le llama entre otras mil cosas, "camarero parcialista", doliéndose de que Limeses a su vez le hubiera llamado públicamente "sospechoso desagradecido".

La cosa no acabó ahí. Al negarse Izquierdo a publicar el epílogo de Limeses anunciado en la portada, Limeses se sintió liberado del compromiso de pagar las 2.000 pesetas prometidas para la adquisición de ejemplares. El libro, precisamente en el epílogo que finalmente tuvo que escribir el propio Izquierdo porque nadie quiso sustituir al epiloguista anunciado en la portada, termina así: "Limeses me dicta la ecuación que sigue: 2.000 = cero". La única frase de toda la obra que quedó inspirada y certera.

Toda Pontevedra y medio país, que habían recibido el proyecto con cierta expectación se morían de risa con la evolución del asunto. Concello y Deputación se desentendieron también de sus compromisos y solamente los suscriptores recibieron la obra porque ya la habían pagado. Todos y todas coincidían con Limeses en que el libro era malo y lo único que leían eran las primeras dedicatorias encendidas y devotas a Limeses y los improperios finales, igualmente dedicados a Limeses, que pasaba, en 270 páginas, de ser un digno erudito que encarnaba los mejores valores del buen gallego en el prólogo, a un camarero parcialista y ladrón en las últimas 100. El resto del libro no sirve para nada, pero esas pocas páginas, ésas, son lo mejor que he leído en mi vida. De vez en cuando lo cojo y lo releo porque las alabanzas y los insultos reproducidos en este texto no suponen ni el 5% de los que se vierten en el libro.

La obra, única en el mundo en la que al autor acaba insultando a quien elogia en la dedicatoria, se convirtió en una rareza y en una joya para coleccionistas de la época, con lo que Izquierdo y Corral, necesitado de recuperar su dinero para cubrir gastos, se vio obligado a vender la edición a gente que la compraba para reírse de él. Todavía hoy, si aparece un ejemplar, se paga a precio de oro.

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