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Los posos de Ángel Guinda

"Ángel Guinda es un montaraz aragonés. Sus versos son ceñidos, apretados. Les ha quitado todas las florituras, solo ha dejado el hueso. Pero lo que tiene jugo, lo tiene de verdad. Su poesía estará llena de vino y semen, como dice en un poema"

LE PONE a sus libros títulos adustos (Conocimiento del medio, La llegada del mal tiempo, Biografía de la muerte). Lo suyo no es la complacencia. Cree en muy pocas cosas, expresa un escepticismo radical. Pero quiere aprovechar al máximo aquello en lo que sí cree. Sobre todo, la vida. Así termina Conocimiento del medio: "De vida está hecha la vida./ Sórbela, lentamente, hasta morir". No hay que dejar ni una gota. También Camus citaba a Píndaro: "Oh, alma mía, no busques la inmortalidad./ Pero agota el campo de lo posible".

Es un montaraz aragonés. Sus versos son ceñidos, apretados. Les ha quitado todas las florituras, solo ha dejado el hueso. Pero lo que tiene jugo, lo tiene de verdad. Su poesía estará llena de vino y semen, como dice en un poema.

Si uno lo ve por primera vez llaman la atención sus labios apretados, su expresión concisa. Pero luego estalla en una risa de piedras rotas, en una jovialidad expansiva. Siempre que te encuentra por la calle es una fiesta. Parece que cada instante es un motivo de celebración.

Una vez llegué a la tertulia de El Alambique, en el barrio bohemio de Huertas en Madrid. Y me recibió con una cordialidad que me deslumbró. Tuvo que ser porque yo era gallego, le caen bien los gallegos. Porque yo soy antipático de carajo, sobre todo en ciertas épocas del año. Y siempre mostró esa cordialidad sin reticencias.

Otra vez estaba en la Sociedad General de Autores, en ese edificio casi vegetal de estilo Gaudí. Le acababan de dar el gran premio de las letras aragonesas. Andaba por allí un montón de gente importante, estaba el director de cine José Luis Borau, otro aragonés apretado e intenso. Pero él saludaba con toda sencillez, con vitalidad desnuda, igual que hablaba en la taberna. No hay quien pueda con él, ni siquiera vale hacerlo famoso. Rilke dijo que si queríamos desactivar al solitario había que hacerlo famoso y levantarle una estatua. Pero con Guinda ni eso vale.

Lo recuerdo en su casa de Lavapiés, en su sala con ventanal que daba a la plaza de San Fernando, frente a la iglesia rota por la Guerra Civil. Estaba también Pilar Gómez Bedate, viuda de Ángel Crespo, ensayista, traductora de Primo Levi y de Mallarmé, con una madurez elegante y atractiva. Guinda hablaba con sus tirantes mientras disfrutaba el vino como exprimía su poesía. Es difícil olvidar esos instantes.

Se puede comparar con esos clásicos aragoneses que no querían florituras, que expresaban los desengaños del Barroco, los hermanos Argensola. Continúa un poco su poesía sentenciosa. Y hay algo del conceptismo, de la rabia estrujadora de Quevedo.

También se puede comparar con Camus. Camus quería quitarnos todas las ilusiones falsas, todas las florituras. Marcaba los límites de la condición humana, negaba a los dioses. Pero quería que llegáramos sin coerción hasta esos límites. Decía citando a Píndaro: "Oh alma mía, no aspires a la inmortalidad,/ pero agota el campo de lo posible". Y llenaba a su Sísifo angustiado de lirismo y pasión. Y lo llenaba de rebeldía para vivir.

También me parece Guinda un rebelde camusiano. No le basta con vivir, quiere enterarse intensamente de que vive. No le basta con escribir versos, tener que hacerlos cortantes como cuchillos. Tiene que afilarlos todo lo posible. Tiene que fabricar aguardiente con las palabras, no naranjada con azúcar. Las palabras no serán solo palabras, como en tantos autores episcopales que se esconden bajo sus ropajes pesados. Las palabras no le servirán para encubrir, sino para revelar. Las palabras nos despertarán y nos atizarán.

Guinda también señala el desengaño. Pero una vez señalado nadie le quitará lo que no es mentira. Todo lo que hay de vertiginoso y auténtico. Nombra la muerte continuamente para saborear mejor la vida. Rebaña el plato del tiempo.

Nos rodea la incertidumbre, el frío. Pero la vida nadie puede negarla: "Tras haber apurado la vida / hasta las heces, me pregunto/ qué tendrá si aún muriendo/ de ella la he querido vivir/ y aún si pudiera volvería/ a vivirla otra vez y otra vez". En Guinda las palabras tienen pólvora, sublevación apasionada.

El impulso empezaba en Vida ávida: "Haz de tu corazón una taberna abierta/ de luna a sol a todos los que sufren,/ buscadores de estrellas en un pozo de cieno". La avidez era la clave, pero sin almohadas ni rellenos. Allí apuntaba una Poética: "Escucha solo tu música cuando cantes/ por oscura que sea y espinosa". Sí, su poesía es vino oscuro y espinoso. Y añadía: "Que no te ciegue el ruido". Él no quería hacer ruido, quería una intensidad espinosa.

Y continuaba en Conocimiento del medio. El título era ascético como su intención. Pero de una ascesis que quiere ir a lo esencial. Allí quería encontrar el poso en el fondo del vaso: "Lo mejor de la vida vino después,/ lo apuramos al máximo buscando/ más allá de los posos nuestro fondo".

Y seguía en La llegada del mal tiempo. Allí exponía su vitalismo trágico en Autobiografía: "Lo que sé de mi vida lo borra cuanto no sé de ella:/ las palabras no alcanzan, los recuerdos confunden". Se presentaba a sí misma más allá de su percepción, más que ella misma, en el vértigo, en la nostalgia: "Mi vida es lo que he hecho,/ he deshecho, he dejado de hacer". Pero sobre todo en el ser frente a la muerte: "Para saber de mi vida piensa en la muerte,/ piensa en ti que estás viva y has de sobrevivirme".

Y seguía en el penúltimo libro, La catedral de la noche. En él la orfebrería pierde todo su preciosismo, se hace desnudez estremecida: "No puedo tallar el aire./ No puedo tallar el agua./ No puedo tallar el viento./ Haré una perla con el silencio". En él felicidad es un coraje, una sublevación contra lo mediocre: "No descarta/ ser feliz bajo la tierra/ mientras sigue la vida". En él somos un misterio herido. En él incluso los muertos están vivos: "Los muertos que están vivos,/ los muertos que nos llaman,/ los muertos que se vuelven a morir,/ los muertos que en la muerte nos esperan".

La poesía de Ángel Guinda es una sublevación contra el fracaso con el arma de las palabras. Es una sublevación contra la impostura y contra la negación de la vida. En su poesía late un vitalismo desesperado. Se rebela contra el abismo y llena de resonancia las casas. Rescata a los lectores que están a punto de caer en la inanidad o la impostura. Hay que beberla y saborear su poso.

*Fotografía: Ángel Guinda (2010) por David Francisco

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