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Malos tiempos para las aventuras políticas

EL SISTEMA electoral gallego es un mecanismo amplio, denso y complejo que está compuesto por una serie de elementos que abarcan desde la fórmula para transformar los votos en escaños —Ley D’Hont— a la barrera mínima para entrar en el Parlamento —5%—, el sistema de listas —cerradas—, las circunscripciones —provincia—, el reparto territorial de escaños —un fijo de 10 por provincia y otros 35 en función de la población— o el número de asientos en el Parlamento —75—. Una parte de ese entramado se articula a través de una ley estatal, la de régimen electoral o Loreg, como se conoce habitualmente. Y sobre otra parte tiene competencias la Xunta.

Y es en esa última parte en la que quiero pararme, ya que en 1992, a un año de las autonómicas, Manuel Fraga decidió introducir la primera reforma del sistema electoral gallego en la historia: subir la barrera mínima exigida para entrar en O Hórreo del 3% al 5% en cada circunscripción. Se hacía, como argumento oficial, para evitar que el Parlamento se convirtiese en un rosario de fuerzas y siglas ingobernable. En la práctica se primó la gobernabilidad a costa de sacrificar la representatividad, porque lo que hizo aquel gesto fue ponerle las cosas muy difíciles a los partidos más humildes. La primera víctima fue, un año después, la Esquerda Unida de Anxo Guerreiro, que con un 3,7% de los votos en A Coruña no entró.

→ El escaño es caro en Galicia


El Parlamento gallego fue desde entonces tricolor. PP, PSOE y BNG se repartieron los 75 asientos hasta que en 2012 irrumpió con fuerza el experimento Age de Beiras. Desde ese momento, cuatricolor. Y así parece que va a seguir. El escaño en Galicia está caro con la barrera del 5%. Y especialmente en las provincias del interior, donde en la práctica ni siquiera conseguir ese 5% garantiza un pase vip al Pazo do Hórreo, ya que a lo mejor con ese porcentaje el número de votos no es suficiente. Se necesita alrededor del 6% o más. En base a los resultados de 2016 y redondeando cifras para facilitar el ejemplo, un escaño costó más de 23.000 votos en A Coruña y poco más de 13.000 en Lugo. Sin embargo, es lógico pensar que entraña más dificultad sumar 13.000 apoyos en una provincia cuyo censo electoral es de apenas 275.000 personas que en una circunscripción como la coruñesa, que lo multiplica por cuatro. Eso explica que de 20 partidos que se presentaron, solo entraron 4.

→ El contexto tampoco ayuda


Si la ley electoral gallega, que no deja de ser una adaptación de la estatal, pone palos en las ruedas a las formaciones pequeñas o emergentes, en el caso concreto de la cita del 12-J el contexto tampoco les ayuda. Son tiempos de caos y convulsión provocados por la crisis sanitaria, lo que habitualmente refuerza a los gobernantes que están en estos momentos en el poder. Es el efecto bandera ya explicado en esta sección el que lleva al votante a apoyar a los referentes conocidos y a evitar experimentos en tiempos inciertos.

Por eso las encuestas refuerzan al biparidismo y penalizan las nuevas aventuras políticas.

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