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Mário Cesariny, festín en Elsinore

Deberíamos hacer caso a Mário Cesariny cuando nos invita a Elsinore para quemarnos. Al castillo donde Hamlet vivió sus inquietudes, se preguntó por la vida y la muerte, amó extrañamente a Ofelia, le sacó los colores a su madre, habló con espectros, reflexionó sobre teatro, habló con calaveras que fueron cabezas de mujeres hermosas.

Mário Cesariny
photo_camera Mário Cesariny

NO LO PUEDES negar, ha escrito un poema fascinante, You are welcome to Elsinore. En él nos invita al castillo donde viven Shakespeare y la literatura, donde nos preguntamos quienes somos, donde queremos saber la verdad detrás de las cortinas, donde la literatura nos arranca los secretos de la vida.

Hagamos caso a Cesariny, vayamos a ese castillo donde las palabras queman, sacan lo más hondo de nuestras vidas, arden en la oscuridad, sacan las dudas y las angustias, nos sacuden y nos estremecen, nos rodean vertiginosamente como a Hamlet. Cesariny nos dice que somos bienvenidos.

"Entre nosotros y las palabras hay metal fundido/ Entre nosotros y las palabras hay hélices que andan/ Y que pueden matarnos violarnos sacar/ De lo más hondo de nosotros lo más útil sagrado". Eso es lo que hace falta, que las palabras nos maten para que estemos vivos al menos un momento, que nos violen, que nos saquen de lo más hondo lo que encerramos asustados, que nos desnuden en la oscuridad.

Las palabras cuando las usamos de verdad cauterizan con su perímetro

Como lo sueña Cesariny, en el castillo de Hamlet las palabras trastornan, voltean las figuras como enigmas, se llenan de veneno o de ponzoña como decía mi amigo Lino Silva el escritor de los pozos prohibidos.

"Entre nosotros y las palabras hay perfiles ardientes/ Espacios llenos de gente de espaldas/  Altas flores venenosas puertas por abrir/ Y escaleras y manecillas y niños sentados / En espera de su tiempo y de su precipicio". Sí, las palabras cuando las usamos de verdad cauterizan con su perímetro. Nos vuelven de espaldas para que la gente se pregunte quienes somos de verdad. Nos abren las puertas y nos colocan como niños delante de los precipicios.

Nos haría falta ir a Elsinore, a esa festín de lucideces que nos ponen delante de lo definitivo. Elsinore es un castillo loco de literatura y de delirio. Cesariny, su arquitecto, lo ha construido con palabras que se llenan de fuerza. Las palabras ya no son chorradas, ropa de costumbre para andar por casa. Nos queman la piel como a los héroes antiguos y nos hacen chillar silenciosamente. Eso hay que hacer con la poesía, eso hizo el surrealismo. Eso hizo Cesariny, levantando un acantilado en cada esquina. Definen las murallas donde nos asomamos al mar y la muerte. Definen un ámbito donde ser de verdad nosotros mismos con nuestra inquietud y nuestro destino.

Cesariny amplió a Shakespeare, rediseñó Elsinore, levantó el castillo de la literatura y el surrealismo

"A lo largo de la muralla que habitamos/ Hay palabras de vida hay palabras de muerte / Hay palabras inmensas que esperan por nosotros/ Y otras frágiles que dejaron de esperar/ Hay palabras orden palabras que guardan /El secreto y su posición". Eso hace la poesía, especialmente la de Cesariny, recuperar las palabras que solo eran globos vacíos y llenarlas de toda su potencialidad, de toda su brujería, de todas sus capacidades antiguas. Eso hace la poesía si nos dejamos de gilipolleces y de costumbres.

Cesariny amplió a Shakespeare, rediseñó Elsinore, levantó el castillo de la literatura y el surrealismo, de las palabras desatadas y nocturnas, donde se pasean locos, príncipes atormentados, espectros del pasado, hombres que dudan sin fin, actores de teatro que asustan a los vivos, enamoradas que se tiran al agua, madres carcomidas que se asustan de sus hijos. No es un castillo de complacencia y de almíbar, es el castillo de las hogueras y las visiones donde se juntan dos mares.

Cesariny nos invita a una fiesta única en el castillo literario y deberíamos acudir. Durante toda su vida en sus sueños y en sus obsesiones estuvo trazando ese castillo. Escribió muchas cosas pero ese castillo le salió contundente y escalofriante. Y al menos por una noche deberíamos acudir a él todos desnudos envueltos en músicas y en palabras feroces y declararnos las mentiras más antiguas y los miedos ancestrales. Y preguntarnos de una puñetera vez, coño, si de verdad somos o no somos, o si intentamos ser con todos los huesos aunque no seamos.

Mário Cesariny nació en Lisboa en 1923. La policía salazarista lo detuvo por vagabundo y homosexual. Murió en 2006

"Y hay palabras nocturnas palabras gemidos / Palabras que nos suben ilegibles a la boca/ Palabras diamantes palabras nunca escritas / Palabras imposibles de escribir". Para eso deberían servir y no para discursos y anuncios de televisión. No para eslóganes y frases de moda políticamente correctas. Deberíamos vomitar esas palabras que según Cesariny nos suben ilegibles a la boca. Con toda la hermosura y la oscuridad del surrealismo. Deberíamos escribir de una condenada vez esas palabras que son imposibles de escribir. Yo me apunto a esa fiesta de lo imposible del insensato poeta portugués.

Mário Cesariny nació en Lisboa en 1923. En París en los años 40 conoció a André Breton. Helena Vieira da Silva dijo de él que era un pájaro o un gato. Publicó Algunos mitos mayores, Nobilísima visión, El castillo surrealista. Pintó arañas que parecen flores y alfombras raras sobre desiertos. La policía salazarista lo detuvo por vagabundo y homosexual. Murió en Lisboa en 2006.

En La ciudad quemada inventó un barco que fascina tanto como El barco ebrio de Rimbaud, o aquel barco lleno de música del Romance del infante Arnaldos, se llama ‘El barco de los espejos’, mezcla el mar con el bosque, el navío con el caballo, el sol con la luna, el tiempo con el sueño: "El navío de espejos/ no navega, cabalga./ Su mar es la floresta/ que de nivel le sirve./ Al crepúsculo irradia/ sol y luna en los flancos/ Por eso al tiempo le gusta / acostarse con él". Su bodega no trae ni lleva más que palabras y aire denso, el incendio de la literatura, igual que el castillo de Elsinore.

Sí, yo me apunto, si alguien quiere venir que venga. Invadamos ese castillo entre Dinamarca y Suecia, entre un poema y otro poema, y emborrachémonos de poesía desenfrenadamente en todos los cuartos. Para que las palabras lo escurran todo. Para que nos traigan el amor o la metafísica. Para que nos rescaten de todo el olvido y de todos los folletos publicitarios. Para que podamos por fin decirle a Ofelia que de verdad se llama Ofelia. Para que sintamos ese olor a verbena del que hablaba William Faulkner.

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