¿Quién es José Enrique Abuín Gey?

Las mil caras del asesino de Diana

El culpable del crimen tiene una personalidad tan desconcertante que no pone a nadie de acuerdo: para algunos investigadores es "avispado", para otros de "inteligencia límite". En el juicio hizo gala de una actitud pasota y fanfarrona, como si la cosa no fuera con él, pero quedó retratado como un matón violento.
José Enrique Abuín Gey, durante la reconstrucción del crimen llevada a cabo el 15 de junio de 2018 en A Pobra y Asados (Rianxo). PEPE FERRÍN (AGN)
photo_camera José Enrique Abuín Gey, durante la reconstrucción del crimen llevada a cabo el 15 de junio de 2018 en A Pobra y Asados (Rianxo). PEPE FERRÍN (AGN)

UN "AVISPADO profesional de la delincuencia" para algunos guardias civiles, un maleante con "inteligencia límite" para otros. El tonto del pueblo a ojos de unos vecinos o un matón vengativo si se pregunta al rianxeiro al que rompió todos los dedos de una mano. ¿El motivo? Piropear a Rosario un año antes. "Quédome coa túa cara", le dijo entonces José Enrique Abuín Gey, un tipo que tiene casi tantas caras como delitos a sus espaldas y que no pone a nadie de acuerdo excepto en una cosa: que es el culpable de unos hechos tan execrables como el rapto, agresión sexual y asesinato de una joven que estaba empezando a vivir.

Por no haber consenso no lo hay ni siquiera en el origen de su mote. Alguna gente de su entorno dice que El Chicle le viene de su afición por la goma de mascar desde bien pequeño, antes incluso de lucir sus reconocibles paletas. Pero en el taller donde trabajó insisten en que siempre lo llamaron O Chiclé, como una pieza del motor que llevaban hace años los coches con carburador que él mismo reparaba allí hasta que lo despidieron por "levarse cousas que non eran súas", cuenta el que fuera su jefe.

¿Unas disculpas sinceras?
Su escueto perdón no sonó muy convincente, pero no explayarse fue lo mejor para no empañar el brillante último turno de su abogada

Sobre sus andanzas han corrido ríos de tinta desde que se hizo tristemente famoso hace casi dos años por ser el asesino de Diana Quer. Pero en dos semanas compartiendo sala judicial con él, un redactor de este periódico puede dar cuenta de unos rasgos comunes en la desconcertante personalidad de Abuín después de escuchar a sus familiares, antiguos amigos, psicólogos y observar sus propios gestos y reacciones ante diversas situaciones, de las que, a tenor por su impasibilidad –incluso al leerse el veredicto– y sus risas durante la reconstrucción, se deducen pocos signos de arrepentimiento.

Lo primero que llama la atención de José Enrique es su tono de voz, como si padeciese una afonía crónica. Esto también ha generado especulaciones y, de nuevo, tan opuestas como las de los que achacan ese desgarre vocal a un prolongado consumo de alcohol y cocaína o quienes mantienen que Abuín siempre llevó una vida sana y que adopta ese timbre solo para declarar, quizás para despistar. Lo cierto es que en el audio que grabó Tania cuando Enrique intentó raptarla en Boiro, su voz es tan distinta que parece otra persona.

Del mismo modo, y como si obedeciera a la evolución de su apodo de O Chiclé a El Chicle, José Enrique cambió el gallego por el castellano en su habla. Es el único de su familia y amigos que no se expresó en la lengua de Castelao en la sala de vistas. Los investigadores reseñan que toda su vida habló gallego, y con el particular seseo de la zona de Arousa.

Perdido en trivialidades
En su declaración se perdió en nimiedades en vez de ir a lo importante. Parecía dar más relevancia a las marcas de coches que a la brida

Delante del micrófono, expresarse no es su fuerte. Juegan en contra los nervios y toda una vida entre rejas en el horizonte, por supuesto, aunque en ese sentido parece estar siempre muy tranquilo. No titubea al hablar, lo que pasa es que sus explicaciones son todo lo contrario a concisas y a menudo se pierde en nimiedades.

FRIKI DE LOS COCHES. Un botón de muestra es que en su declaración, el primer día de juicio, dedicó más tiempo a describir las características de un automóvil que lo seguía que a dar explicaciones sobre posibles armas del crimen como son las bridas o la cinta aislante. "Me bajé y vi que era un Renault Laguna negro, llevaba los cristales tintados...", pormenorizó.

Cada vez que en el juicio salía algún tema relacionado con los coches, José Enrique parecía abrir las orejas. Su pasión por el automovilismo lo llevó a corregir a la fiscala cuando mencionó su antiguo "Fiat Brava". "Es Bravo", subsanó el acusado por lo bajinis. Estaba en lo cierto. Convivieron ambos modelos, pero el suyo era el de esta segunda denominación. La jurista lo escuchó y rectificó.

También despertó de su aparente letargo cuando la misma representante del ministerio público preguntó a un feriante por la marca y modelo de su furgoneta. Y en otra ocasión se sobresaltó cuando pusieron en duda si unas huellas de neumático en la nave de Asados podrían corresponderse a las ruedas de su coche o a las de una máquina limpiadora. Miró a su procuradora y gesticuló ampulosamente, como indicando que no podía ser, que su Alfa 166 calza gomas más anchas que aquellas finas marcas sobre el suelo.

EL FANFARRÓN. Otra faceta suya que quedó patente en la sala y que ya había sido refrendada por quienes lo conocen es la de fanfarrón. José Enrique pudo haber despachado por la vía discreta alguna de las preguntas que le hicieron en su declaración y, sin embargo, quiso dar la nota. La fiscala le preguntó: "¿A usted le gustan las mujeres jóvenes, altas y morenas". "Como a todo el mundo", respondió.

También, y sin que nadie le preguntase, alardeó de ser uno de los que maneja el cotarro del narcotráfico en O Barbanza. "Yo conocía a algunos guardias civiles de cuando me cogieron por droga. Es que yo sabía quien quería y a quien vendía, así que los ponía en contacto y...", se explayó Abuín.

VIOLENTO Y BABOSO. De todos modos, como se reseñaba al inicio de estas líneas, las fantochadas de Abuín dejaban de tener gracia alguna cuando se tornaban en amenazas. Se sabe que a un hombre le rompió los dedos y que agredió a otros en el pasado. Y no hacía falta que fuesen desconocidos para que los intimidase. A su excuñado, sin ir más lejos, le dijo unas cuantas veces que le iba a romper las piernas como no hiciese tal o cual cosa. "Eu esperaba que non fose en serio, pero con el nunca se sabía", declaró Adrián Castroagudín, en unas palabras que sonaron a desgraciado presagio.

Y es que José Enrique Abuín es uno de esos personajes cuyas barbaridades nunca se toman en serio. Decía, entre otras perlas, que le gustaban las chicas "de 16 ou 17 anos" e iba a los institutos a hacérselo saber con algo parecido a piropos. También las invitaba a subirse a su coche. Pero nadie pensaba que ese zafio iba a llegar a esto.

Vida entre rejas. Se ríe de un gitano con discapacidad
"Yo no lo noté triste. Me dijo que pasaba el tiempo riéndose de un gitano con discapacidad que estaba en una celda próxima", contó una psicóloga que fue a visitar a Abuín a prisión. Una actitud a la que la abogada defensora le busca una explicación: "Si mi cliente muestra esa apatía es porque está dolido con la sociedad por tratarlo como a un monstruo incluso antes de ser juzgado".

No da problemas
El entorno de un hombre que fue preso sombra de Abuín en A Lama, también barbanzano aunque sin relación anterior con él, lo tilda como "un tío tranquilo". "No se movía mucho, a veces me pedía que le pusiese mi tele hacia su celda porque él no tenía".