Opinión

Querido Hitler

Una de las cosas más obvias pero común a todos los humanos es que tenemos infancia. Cada uno, por su puesto, durante una cantidad distinta de años según la vida que les haya tocado. Algunos crean amigos imaginarios siendo niños, todos hemos visto a alguno hablando solo. Pero, ¿y si este compañero invisible fuera Hitler?
Jojo Rabbit
photo_camera Jojo Rabbit

ESTE PUNTO de partida es lo que propone el irreverente director Taika Waititi en Jojo Rabbit, la historia de un pequeño nazi que tiene al Führer como voz de su conciencia y adora la sociedad en la que vive. En tiempos del famoso ‘pin parental’ —una censura educativa, que nadie se equivoque—, Waititi demuestra que un niño puede tener más visión que el resto de adultos.

El Holocausto y el Tercer Reich son un recurrente casi todos los años en el cine, de hecho sobran ejemplos de la perspectiva infantil como La vida es bella, El niño con el pijama de rayas o la muchacha del chaquetón rojo en La lista de Schindler. Pero Jojo tiene 10 años y está de acuerdo con el régimen, o eso cree. Y es en estas dudas donde nace la comedia, no como una simple sátira sino como comentarios ingenuos de patio de recreo.

Puede parecer una frivolidad acercarse a algo tan serio desde la carcajada, pero nada tiene de humor negro este guión. Es, contra todo pronóstico, un retrato del absurdo del razonamiento nazi. "No todo el mundo tiene el privilegio de parecer estúpido", le dicen a Jojo en cierto momento. Esto es cierto por anecdótico que parezca.

Suele decirse que la inteligencia es imprescindible para hacer humor y Waititi no se limita a contar chistes. Recoge bajo una estética cercana a Wes Anderson la pérdida de la inocencia, la muerte del adoctrinamiento, a través de los ojos de un ferviente mini nazi que comprueba en primera persona que, pese a todo lo que le han dicho, los judíos son personas como los demás. Y que también puedes enamorarte de ellos. O ella, en este caso.

El niño fanático comienza a observar cómo su querida sociedad no es buena para todos y que ser nazi quizás tampoco es para él

Aunque lo absurdo inunde la pantalla, no es suficiente para maquillar el horror que esconde esta historia. En medio de surrealista campamentos de juventudes nazis, salvas al Führer y escenas maternales, pasajes como hogueras de libros —primer signo de muerte de la democracia—, visitas de la Gestapo y cuerpos ahorcados en medio de la plaza recuerdan de qué habla en realidad Jojo Rabbit.

"¿Qué hicieron?", pregunta el protagonista mirando a los cadáveres. "Lo que pudieron", responde la madre. El niño fanático comienza a observar cómo su querida sociedad no es buena para todos y que ser nazi quizás tampoco es para él. La conciencia de Jojo, encerrada como los judíos en escondrijos, aflora poco a poco y aleja la sombra del Hitler imaginario que ocultaba la realidad.

A medida que las bromas se suceden también lo hacen los insultos antisemitas, desde su aspecto físico —escamas, cuernos e incluso lengua de serpiente— a supuestos poderes como leer la mente, y con ellos se pone de manifiesto un proceso clave en la formación de cualquier populismo: la división. El lenguaje es un vehículo perfecto para ahondar en la fragmentación de la sociedad, generando así una clara diferencia entre el ellos y el nosotros.

Este rasgo típico de las ideologías ultranacionalistas, que pueden verse en los telediarios de hoy en día si se observa atentamente, se infiltran para intentar conquistar la educación. Si uno logra formar parte de la imaginación de un niño, puede perpetuar su presencia en el mundo. Es tan sencillo como traer de vueltas relatos de un pasado glorioso, conseguir un par de intelectuales que apoyen la causa y arrojar mentiras que coincidan con el relato escogido.

Mientras el cine bélico común hubiese escogido La cabalgata de las valquirias de Wagner para un momento de guerra, Waititi opta por un canto infanti

Jojo Rabbit es la prueba de que es relativamente sencillo acceder a la esperanza de muchos aprovechando la crisis y el miedo. Pero también es el ejemplo de que en el contexto menos imaginado surgen la resistencia y la conciencia. Los escondites que nacen para unos pocos, terminan convirtiéndose en las trincheras de otros muchos.

Mientras el cine bélico común hubiese escogido La cabalgata de las valquirias de Wagner para un momento de guerra, Waititi opta por un canto infantil y puro que representa la caída de la fantasía del Tercer Reich; así como las mentiras del Führer, y la guerra contra el Ejército Rojo y las tropas estadounidenses. Es la desaparición de la ingenuidad de Jojo, que plasman estos versos del omnipresente Rilke:

"Deja que todo te suceda: belleza y terror. Solo continúa. Ningún sentimiento es definitivo".

La caricatura que supone Jojo Rabbit para el nazismo no es importante para la historia, pero su propia existencia pone de manifiesto una conquista social: la libertad de expresión artística.

En esta semana que se cumplen cien años del nacimiento de Fellini, conviene recordar que el director de cine Francesc Bertriu —que recibió el premio Gaudí de Honor hace unos días— vio cómo bajo la censura franquista su película ‘Furia española’ fue prohibida hasta en seis ocasiones y con más de 22 escenas cortadas. Y eso que Franco no aparecía ni como enemigo imaginario.

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