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Réquiem por el viejo mundo

Probablemente sea la nostalgia por la vieja política y el viejo mundo lo que explique esta fiebre general en la hora de la despedida de Chirac. 'Sans Chichi' tituló Liberation. Me sorprendió este entusiasmo en la prensa española. Chirac no fue el mejor amigo. Unas loas que salieron, a derecha e izquierda, de políticos, tertulianos madrileños —parece que es una especialidad única de la capital— y opinadores varios. Ese viejo mundo desaparece cuando el presidente Macron se adelanta en solitario y posa la mano sobre el ataúd de Chirac, en un solemne gesto de respeto y despedida, la última, como cierre final en el funeral-homenaje de la iglesia de Saint-Sulpice. De ahí, el viaje último, aunque este sea a Montparnasse, el cementerio donde comparte tierra con Casares Quiroga, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Beckett, Proudhon o Sartre.

Algo así, de despedida simbólica de un mundo y una política que se fue, debiera haber sucedido aquí con el entierro de Fraga. Era el adiós a una política y a un mundo al que no sé si alguien mira con nostalgia. Cuando salíamos de ver ‘Mientras dure la guerra’, una adolescente le preguntó a su padre si España era como en la película. "Así y peor", le respondió. "Qué suerte tengo por haber nacido en el siglo XXI", concluyó la muchacha.

Las solemnidades no son las especialidad de este país. Recuérdese el entierro del primer presidente que tuvo Galicia en su historia. Lo velaron y enterraron en Boisaca con la vulgaridad de un compostelano más. Nada que ver con la imagen de Macron en los Inválidos ante el féretro de Chirac sobre los adoquines de la plaza. O el recuerdo vivo de un otoño frío, a finales del pasado siglo, con Chirac ante el ataúd de Malraux antes de introducir en el Panthéon al ministro gaullista, aviador en el bando republicano español y autor de L’Éspoir. Nada que ver con el lamentable espectáculo del traslado de los restos de Castelao al Panteón de Galegos Ilustres. Cuando no hay misa de pontifical y palio carecemos de capacidad laica para la solemnidad grandiosa y austera.

Si Chirac probaba todos los vinos que le ofrecían en los viajes por el campo o en la feria de la Agricultura de París, Fraga en ese mismo ritual de la vieja política comía en un día todas las empanadas y bebía todos los mencías y albariños que por tabernas y teleclubes le ofrecían en campaña. Chirac en Corrèze, como Pío Cabanillas por las tierras de O Salnés, se dirigía a la gente por su nombre. Era una práctica de la política y de entender el mundo mucho más próxima y cálida que los mensajes en Twitter o las imágenes en Instagram.

Esa cita de mandatarios y sobre todo exmandatarios del mundo, con significativas ausencias, en Saint-Sulpice para homenajear y despedir a Jacques Chirac llevó a Françoise Fressoz, editorialista de Le Monde, a preguntar si el acto no era un Réquiem. Suya es la maternidad del título. Y si la nostalgia no habrá magnificado la figura. Sí

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