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Se prohíbe salvar vidas

Siempre creí que la toca era parte de su cuerpo, una piel de las monjas

LA PERSONA que más me fascinaba era mi tía Dalia. Me acuerdo de ella cada vez que veo a alguien haciendo algo inusual, el viernes pasado, mismo, frente a las imágenes de la detención de Carola Rackete, capitana del Sea-Wathc 3, acusada de salvar las vidas de 42 inmigrantes.

Nada tienen que ver Carola Rackete y mi tía Dalia. La una es activista y la otra era monja de clausura, o sea que no puede haber personajes más dispares. Rackete no quiere entrar en la cárcel. Nadie quiere, salvo mi tía Dalia, que ingresó en un convento de clausura a los 16 años y allí murió casi con noventa.

Lo que yo nunca terminaba de entender era la propia presencia de mi tía en el convento. Ni de mi tía ni de las otras monjas. La visitábamos con frecuencia. El día empezaba con un desayuno, que igual que la cena y la comida, se celebraba en un comedor con un torno en una pared, herramienta utilizada para transportar platos, fuentes de víveres y todo lo necesario. Hablábamos con ellas sin verlas. Para ver a los familiares estaba el locutorio. Era una sala más grande partida en dos por una reja de barrotes de hierro que ya quisiera una prisión de máxima seguridad. Las monjas a un lado y nosotros al otro. También la iglesia estaba dividida por una reja. Todo estaba dividido por rejas o paredes. Por eso no entendía qué hacía ella allí encerrada.

La vida que puede llevar Carola Rackete en un futuro próximo será mucho peor que la de mi tía Dalia, pero si es declarada culpable estará entre tres y diez años durmiendo en una celda, siguiendo un horario estricto, trabajando en una prisión y sometida a una rutina tediosa, sin poder salir de marcha, ni viajar, ni nada que no esté sujeto a una norma estricta. Claro que mi tía lo hizo de manera voluntaria y Carolina, caso de ingresar en prisión, lo hará muy a su pesar.

Una vez mi tía Dalia nos enseñó su cabeza. Se quitó la toca, que es una pieza blanca que enmarca el rostro y esconde el pelo, las orejas y el cuello, como la capucha que llevan los pilotos de Fórmula-1 bajo el casco. Me impresionó mucho. Creo que lo hizo a petición de mis hermanas, que querían ver su pelo, a lo que accedió porque éramos niños. Yo no sabía que mi tía tenía pelo. Siempre había creído que aquella toca era parte de su cuerpo, como una piel que tenían las monjas. Al principio pensé que se estaba arrancando el cuero cabelludo. Me dio miedo, pero luego la vi. Estaba mucho más joven y guapa. Tenía el pelo muy corto, gris, cortado a tijeretazos, pues total estaba para ocultarse. Viéndola así todavía entendí menos su presencia en aquel lugar que era un poco tenebroso, con las voces rebotando en las paredes, las rejas siempre en medio de todo y las campanas sonando cada poco como sirenas que anuncian la salida al patio o la hora de la cena.

Cuando la íbamos a ver era como cuando los familiares de Carola Rackete vayan a visitarla a la cárcel. Los horarios de visita eran rígidos como los de cualquier prisión, aunque en el caso de mi tía se relajaban algo porque era la abadesa del convento. También es verdad que allí se comía mucho mejor que en la cárcel italiana en la que pueden meter a Rackete.

Puede que lo único comparable entre las dos mujeres sea su vocación. La vocación puede llevar a alguien a hacer cosas extraordinarias. En el caso de mi tía, llevó la vocación tan lejos que se encarceló de por vida, algo que yo nunca entendí y no sé si le perdoné, aunque jamás se lo dije por no meterme en su vida. Era una mujer talentosa que escribía estupendamente, componía poemas, tocaba tres o cuatro instrumentos y cantaba como un ángel; tenía una gran iniciativa y vista para los negocios, que aunque uno no lo crea las monjas pueden hacer negocios. Reconstruyó la buena parte del convento que estaba en ruinas y gobernó una comunidad próspera. Si todo eso lo hubiera hecho fuera de ahí hubiera muerto famosa y rica, y creo que más feliz.

Es la vocación. En el caso de Carola Rackete su vocación debe ser muy fuerte, porque supongo que no quiere entrar en la cárcel como mi tía. A fin de cuentas, a mi tía no le escupían ni la insultaban las de la celda de al lado, cosas que probablemente sí le ocurrirán a Carole Rackete. Ya la insultaron durante su detención unos energúmenos que le desearon ser violada por cuatro negros, cosa que tampoco le sucedió jamás a mi tía Dalia, al menos que yo sepa. Pero Rackete tiene la vocación de salvar vidas y lo hizo asumiendo un riesgo tremendo.

Ahora los gobiernos prohíben salvar vidas. No va a la cárcel quien deja morir a unos pobres inmigrantes, sino quien lo impide. Y lo único gracioso de todo este asunto es que la mayoría de los que quieren encarcelar a personas como Rackete también quieren que una de sus hijas se haga monja.