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Siega en las ramas del árbol

Reformar el 'sistema del 78' no debería basarse en la negación de su legitimidad democrática
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LOS PUJOL acumularon 'un patrimonio desmedido' y el Rey emérito, por las noticias que trascienden en un goteo diario, parece que también aunque hiciese 'regalos generosos'. No sé si podemos dar ya por cumplido el anuncio que Pujol, muy cabreado, lanzó en el Parlamento de Cataluña el 23 de febrero de 2015, "si vas segando la rama de un árbol, al final también caen las otras". Se entendió como un aviso para navegantes.

Hay interesados en que el árbol caiga, no ya la rama: confluyen desde la extrema derecha a la izquierda que se autocalifica como rupturista y los secesionismos. Y hay, no debemos olvidarlo, salvo que todo se explique de forma 'conspiranoica', una responsabilidad en quienes tenían la tarea y la obligación por razón de cargo del cuidado o cultivo de ese árbol, incluida la financiación de los partidos. Permitieron que demasiadas ramas creciesen y avanzasen al margen de la armonía que ha de tener la planta (el sistema). Miraron para otro lado, cuando no participaron en los desmadres. "La decepción en la inmensa mayoría de los españoles", para emplear el diagnóstico del destacable y significativo editorial de El País, 'Ley y Corona' (12.07.2020), sobre el comportamiento personal de Juan Carlos, podría ser un detonante -la decepción- para ese cambio que algunos buscan.

La caída de estas y otras ramas que ya están en tierra, o en serio riesgo de poda, supone, en la gravedad de los hechos, un riesgo de detonación para el llamado 'régimen del 78'. Unos hechos de corrupción desmedida por la penetración en el sistema, la amplitud y el dinero que mueve, que explota ante la opinión pública cuando desde hace más de una década un relato y un ejercicio de la política pretende en unos casos 'una nueva transición', que incluye reformas sobre las que, por otra parte, hay amplia coincidencia en su necesidad o que introduce en algunos casos la forma de la jefatura del Estado. También es constatable que en otros muchos planteamientos básicamente se trata de privar de legitimidad democrática el llamado 'régimen del 78' para justificar su desmontaje: no son reformas las que se demandan, es llevar a cabo la 'ruptura' que no se hizo tras la muerte del dictador, desmontar en definitiva el pacto de la transición que aseguraba la estabilidad de un sistema de libertades en España, para que una guerra civil nunca más se repitiese. "La reconciliación entre los que nos habíamos estado matando unos a otros", como dijo Marcelino Camacho, diputado del PCE, cuando se aprobó la Ley de Amnistía en octubre de 1977. En esa misma ocasión, Xabier Arzalluz (PNV) afirmó que se trataba de lograr "el olvido de todo y para todos".

La memoria histórica que lanzó Zapatero no debería olvidar estos hechos y estas posiciones. Dignificar a las víctimas del franquismo, reconocerlas, no supone ni obliga a ignorar los pasos dados para la 'reconciliación nacional'. Memoria supone conocimiento de la historia pero no revisionismo de parte.

Fue entonces la derecha que se presentaba como heredera del régimen franquista -discurso del exministro Antonio Carro-, la que se abstuvo en la votación de la Ley de Amnistía que cerraba el enfrentamiento de las dos Españas. Algunos por la izquierda coinciden con aquella derecha ahora.

Los herederos directos del franquismo se abstuvieron o votaron en contra de la Ley de Amnistía de octubre de 1977, "el olvido de todo para todos"

Puede entenderse como una interpretación alarmista englobar el malestar, la desazón o la demanda de cambios, en un objetivo único: hacer la ruptura que no hubo. Serían los miedos del establishment ante los riesgos que implica todo cambio, o los fantasmas de una derecha temerosa, inmovilista, que se opone por principio a toda novedad. Pudiera verse también como una cortina de humo para relegar a un plano secundario la gravedad de destacados comportamientos corruptos, en una situación de crisis, con una juventud con graves obstáculos para ser dueños de su futuro, y después de lo que ha llovido con Caja Madrid, Bárcenas, el cuñado del Rey y otros hedores, algunos que solo se sospechan o muestran indicios aunque no les ha alcanzado el corte de ramas que pronosticaba Jordi Pujol.

¿Estamos ante el final de un tiempo histórico, la monarquía parlamentaria que siguió al franquismo? ¿Toca a su fin un sistema de libertades que en la negociación y el pacto entre los herederos directos del Caudillo y la oposición democrática, entre los herederos de los vencedores y de los perdedores de la guerra civil, decidieron poner fin al enfrentamiento de las dos Españas y dar por cerrado, Constitución y Ley de Amnistía, el pasado de sangre y persecución?

El terreno está cultivado para que prenda el mensaje de que es el 'sistema', no algunos o muchos de sus actores, el que está podrido. Por tanto, se le priva así de legitimidad por una nueva derecha 'sin complejos', una izquierda que se autoproclama rupturista y por los secesionismos que desprecian u ocultan que tienen la corrupción dentro de su idílica casa. Se trata de presentar como carente de legitimidad democrática al 'sistema del 78' para justificar su derribo. Lo dicen abiertamente. Recogerlo o analizarlo tampoco puede ser considerado como alarmismo: forma parte del momento.

La monarquía, obviamente, sería la primera bandera a arriar. De nuevo en la historia de España podríamos asistir a la presentación de un cambio de sistema, de monarquía a república, como la solución (mágica) de todos los grandes problemas de este país. No fue así. Pero tampoco metamos en el mismo paquete a quienes legítimamente y desde la reflexión política apuestan por un sistema de elección de la jefatura del Estado.

José Antonio Zarzalejos lo cuenta documentada y ampliamente en 'La guerra infinita' (Letras Libres): "La reactivación del franquismo, impulsada por la izquierda y ayudada por la inacción de la derecha, sirve para deslegitimar la democracia española y sus instituciones". Algunas conclusiones son claras e incuestionables y otras pueden ser discutibles. Tesis parecida, "acabar con los mitos fundadores", figura en el prólogo de 'El golpe que acabó con todos los golpes', que el historiador Juan Francisco Fuentes publica ahora en Taurus. En este caso, vemos como un cierto relato de la derecha sobre el 23-F acaba confluyendo con el de una izquierda 'vintage', contraria al llamado 'régimen del 78'.

A la hora del análisis del presente y ver sus riesgos no deberíamos ignorar o descalificar globalmente todas las interpretaciones, por excesivas que parezcan, sobre las confluencias en las demandas y busca de cambio, sobre la pretensión de desmontaje del 'sistema del 78', sobre todo cuando una nueva crisis económica está en marcha en medio de una pandemia y cuando la crisis anterior, la que provocó la orgía financiera, aún mantiene abiertas demasiadas heridas en este país: el paro y empobrecimiento, también en las clases medias, y sobre todo la falta de salida para quienes pretenden acceder al mercado laboral y ven como se convierte en una competición imposible lograr su autonomía vital, sin horizonte de esperanza.

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