Los dos últimos presidentes del Popular se pasan la patata caliente

Ron se ve como "perjudicado" y sugiere que su sucesor hundió la entidad. Saracho dice que rechazó varias veces asumir esa "bomba"

Ángel Ron y Emilio Saracho. EP
photo_camera Ángel Ron y Emilio Saracho. EP

Las dos personas que pilotaron el Popular durante la década en la que se fueron gestando sus problemas hasta llegar al punto de no retorno que supuso su resolución en junio de 2017 hablaron este jueves por primera vez largo y tendido en el Congreso sobre la situación del banco y su papel como gestores sin entonar el mea culpa y con duras críticas cruzadas. Ángel Ron, el compostelano que presidió la entidad de octubre de 2014 a febrero de 2017, vino a decir que el principio del fin del Popular fue su salida forzada por "una batalla de poder" y que su sustituto llegó sin ánimo de reforzar el banco. Emilio Saracho, quien manejó los hilos cuatro meses hasta su venta al Santander por un euro, afirmó que cogió por presión las riendas "del mayor problema que había en banca en Europa tras el Deutsche Bank".

Ambos, en el punto de mira de la Justicia por su posible responsabilidad en un descalabro que acarreó pérdidas millonarias para miles de inversores y minoristas, comparecieron en la comisión creada para investigar la crisis financiera, culpándose mutuamente de la inédita resolución.

El primero en responder a las preguntas de los diputados fue Ron, que se presentó como un "perjudicado" más por la caída del Popular. A nivel "reputacional" y también económico, pues dijo que había perdido "aproximadamente un millón" de euros que había puesto en la ampliación de capital de 2016 y que se diluyeron con la resolución ordenada desde Bruselas. Se equiparó así con los demás afectados, accionistas y bonistas, algunos de ellos trabajadores de la entidad que perdieron dinero.

"Es penoso [...], un atropello flagrante [...], una confiscación del patrimonio", opinó al respecto, para pedir a la Justicia que encuentre una "reparación y explicación". En este punto, censuró que las autoridades europeas utilizaron un procedimiento "inadecuado" de liquidación de un banco que era "solvente". "Valía miles de millones", defendió Ron, contradiciendo el informe de Deloitte que le daba una valoración negativa tras cerrar 2016 con unas pérdidas de 3.600 millones.

El exbanquero dijo que para sacar conclusiones sobre si la gestión "fue mejorable o no" sería necesaria una investigación "profunda" que lo aclarase y permitiese encontrar responsables, aunque él no se metió en ningún momento dentro del saco. Aludió a lo largo de su intervención a la correcta calificación que tenía la entidad, ahogada por el peso del ladrillo en su balance. Sobre esa exposición, el expresidente alegó que si una entidad operaba en España entre el año 2000 y el estallido de la crisis y no invertía en el sector inmobiliario desaparecía, por el peso de esa rama de actividad en la economía. Defendió que la apuesta por ese ámbito de negocio se sostuvo en una gestión de riesgos "prudente" y que cuando llegó el crac de 2008 el banco "tenía un 36% de su balance expuesto al inmobiario", cuando en algunas cajas representaba "el 60%".

ETAPA SARACHO. Sin embargo, los créditos del ladrillo y la bolsa de viviendas y suelos adjudicados le pusieron en la picota en 2016, doce años después de acceder a la presidencia ejecutiva del Popular con 44. Fue víctima de la presión de los accionistas más críticos de su gestión y su etapa en el banco se cerró para abrise el corto periplo de la presidencia de Saracho, al que acusó de querer depreciar la entidad para "arreglar" la situación. Según Ron, el que fue vicepresidente mundial del banco de inversión JP Morgan le había trasladado su intención de ampliar capital o vender la entidad "a bajo precio" y que, si no lo lograba rápido, "montaría una tómbola".

El aluvión de críticas que lanzó contra Saracho le llegaron de rebote, porque su sucesor compareció tras él y vino a decir que Ron le había dejado en herencia un banco moribundo, una "bomba" cuya explosión podía haber causado daños "mucho peores", como la pérdida de ahorros para los depositantes. Entonces, ¿por qué asumió la presidencia? Según dijo, por "responsabilidad", cansado de que se lo pidieran y tras negarse en varias ocasiones. Aseguró que le daba una "pereza infinita" asumir el cargo y que ya sabía cuando aceptó que la entidad podía acabar intervenida. Reconoció, además, que su perfil no era el adecuado, al menos para insuflar confianza, pues provenía de la banca de inversión, y que era como colocar "un lazo rojo con un se vende".

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