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Un mal viaje

Ni los del procés querían la DUI ni los del Gobierno querían el 155, solo eran un puñado de yonkis tratando de quitarse

Inicio del juicio del 'procés'. EMILIO NARANJO (EFE)
photo_camera Proyecto Hombre. EFE

DEL PROCÉS también se sale. Yo mismo me estoy quitando, empezando por el juicio, aunque no es fácil. Tengo recaídas, es lo que hay. Me enganché como casi todos: al principio por los colegas y las malas compañías, por echar un rato y sentirme parte de la tribu; luego ya por el juicio en sí, por el chute de lucidez que prometía, un billete directo a la realidad sin intermediarios entre tanta confusión; al final, solo por el viaje, por olvidar dónde me había metido. Ha resultado ser lo que me advertían desde el principio, un descenso a los infiernos... pero colectivo.

Menos mal que para el proceso de desintoxicación tenemos al juez Manuel Marchena, que se está convirtiendo en el Proyecto Hombre del procés. Gracias a eso sabemos dos cosas. La primera, que el juicio que se está celebrando solo trata sobre unos presos comunes que se enfrentan a unas acusaciones muy tasadas que se han de solventar en el ámbito puramente penal.

La segunda, que el juicio que se está celebrando trata sobre todo de cómo una democracia en un estado de Derecho se ha ido despeñando por el barranco de la insensatez hasta convertir un asunto político en un dantesco espectáculo penal. De momento, ya vamos teniendo claro que esto fue un mal viaje que ninguno de los protagonistas quería realizar y del que ninguno de ellos se supo apear a tiempo. Para el caso, podía haber sido una reunión de yonkis intercambiando papelinas en una esquina al fondo de la Plaza de España, pero tuvimos la mala suerte de que esta cuadrilla de enganchados al poder hubiera tomado los despachos de la Moncloa, la Generalitat y los parlamentos. Lo mismo, pero con trajes y dentaduras saneadas.

Ha tenido que venir Iñigo Urkullu, que ni era relator ni era mediador, solo trataba de administrar la metadona, para poner en claro lo que ya íbamos intuyendo: ni los yonkis de la Catalunya Libre, Feliz e Independiente estaban por meterse la DUI por vena ni los de la España Grande y Una por Mis Santas Pelotas tenían cuerpo para un chute de 155. Al final, se lo metieron unos y otros, puro corte, acorralados todos por los alborotadores que ellos mismos habían convocado y alimentado con sus falsas promesas de paraísos al coste.

Lo mejor de todo es que, como el juicio siga por este camino, al final la culpa de todos los destrozos de este botellón de pastilleros en sede parlamentaria la van a tener la Policía y la Guardia Civil. Si hemos de creer los testimonios de los entonces presidente del Gobierno, vicepresidenta y máxima responsable de los servicios de Inteligencia y el ministro de Interior, se trata de dos fuerzas de seguridad absolutamente fuera de control que funcionan de manera autogestionada, decidiendo en cada momento y por su cuenta dónde se carga, contra quién y con qué fuerza. La integridad y el futuro del Estado en manos de una suerte de Comuna Piolín, mientras los tres principales responsables en ese momento veían las hostias por la tele y compartían unas platas en la habitación de mando.

Hay que ser capaz de vender a tu madre por un pico para sentarte en un banquillo ante la mirada de todo un país y asegurar que tú, presidente, vicepresidenta o ministro de Interior, no tuviste decisión ni papel alguno en lo que sucedió justo el día en el que los ojos del mundo estaban puestos sobre España, para dejar a los pies de los caballos a las personas que estaban bajo tus órdenes y a miles de policías y guardias civiles que acudieron voluntarios a tu llamada a rebato. Si realmente, como los tres testificaron, las decisiones sobre el operativo policial del 1 de octubre hubieran sido profesionales y no políticas, seguro que su eficacia hubiera sido otra y los independentistas hubieran tenido que correr mundo adelante con unas imágenes bien diferentes. Solo un político en pleno subidón es capaz de crear un desbarajuste semejante.

Vamos, que después de esto, me estoy quitando del procés, empezando por el juicio. Ya puedo dar por seguro que sea cual sea la sentencia final, no será la solución al problema, a este mal viaje colectivo guiado por colgados inconscientes, adictos a paraísos artificiales. Y lo más descorazonador es que, tal como vamos, en lugar de cambiar de costumbres y adicciones lo único que vamos a cambiar es de camellos.

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