Deba

La espléndida portada policromada de Santa María la Real está tan rica y primorosamente tallada que no haría falta que se abriese a ningún interior; ella misma se basta.
Santa María la Real, en Deba.
photo_camera Santa María la Real, en Deba.

Duerme en Vitoria, que no conocía, y tiene tiempo, aunque poco, para echarle un vistazo, suficiente para confirmar la fama de ciudad modélica, antigua y moderna al mismo tiempo, confortable y acogedora: el jardín de la Florida, la plaza Vieja o de la Virgen Blanca, la plaza de España, la catedral. Se promete volver más relajadamente y disfrutarla.

Deba (con b en euskera, en castellano sería con v) es un nombre que comparten varios ríos del norte de España, y parece que etimológicamente significaría divinidad o algo así, es de suponer que una diosa, o lo que fuese, fluvial. La villa está comprimida entre la montaña y el mar, lo que le da una cierta sensación de ahogo si se mira hacia el interior. Su pasado debió ser esplendoroso, por los  monumentos y casonas que conserva, en especial la iglesia, casi catedral, de Santa María la Real, con su portada, las capillas góticas del altísimo interior y el claustro también gótico, el más antiguo de Vizcaya. Hablando del claustro, el viajero no entiende por qué entre las esbeltas columnas había un bajo murete de cemento, supone que será por motivos de conservación, pero el resultado quita bastante encanto al lugar. Deba es hoy una villa de veraneo, con un puerto deportivo que antes fue activamente comercial, de ahí quizá su antigua pujanza.

Se despide, no sin cierta dificultad, de una entusiasta mujer que parecía empeñada en explicarle todo lo referente a Santa María la Real, de la que evidentemente se sentía muy orgullosa. Da unas vuelta por las callejas y se arrima, para ya no dejarla, a la bravía costa, un lugar de culto para los surfistas. Desde aquí hasta Zumaya se extiende la Ruta del Flysch, espectacular para hacer a pie o en bicicleta. Acantilados sobre el Cantábrico, casi permanentemente encrespado, a veces iracundo. Los flysch son unas curiosísimas formaciones rocosas que el viajero nunca había visto y que parecen algo así como prominentes, negros y pétreos surcos paralelos, al menos cuando él los vio, con marea baja. La palabra flysch es alemana, pero se usa internacionalmente.
 
Le sobra algo de tiempo y quiere demorarse en Sakoneta, una playa de las que a él le gustan, casi salvaje, solitaria salvo algún silencioso surfista. Lo de solitaria ya supone que será ahora, porque en verano… Para llegar a ella tiene que abrirse paso entre unas vacas rubias, parecidas a las gallegas, que lo miran entre curiosas y desconfiadas. No va muy seguro, porque la mirada de los bichos no es nada mansa. Pero pasa, se tumba y solo oye el mar.

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