Puertas del Camino: Gernika

Menos mal que se salvó de las bombas esta elegantísima portada, sencilla y a la vez sofisticada, en perfecto equilibrio los adornos geométricos y los figurativos
Iglesia de Santa María de Gernika.
photo_camera Iglesia de Santa María de Gernika.

Al entrar en Gernica (Gernika es su denominación oficial en euskera) vio que su nombre completo era Gernika–Lumo (en castellano, Luno). De lo de Lumo, ni idea. Después se enteró de que Lumo era una anteiglesia que se integró en la villa. Pero ahora tenía que saber lo que era una anteiglesia, que resultó ser aproximadamente una especie de parroquia, o eso creyó entender. Con tan ignorante comienzo, el viajero inició la visita un poco acobardado.

El Parque de los Pueblos de Europa tiene varias secciones, digámoslo así, y una buena colección de árboles. Esculturas de grandes autores modernos se salpican aquí y allí. Varias o todas son alegóricas de los desastres de la guerra y un canto a las víctimas y a la paz; las abstractas no las entiende ni le gustan (es así de bruto) y por eso, solo por eso, se fija más en la que representa una mujer desnuda, que no estaba mal. 

Muy cerquita, la Casa de Juntas con el simbólico y conocido roble de Gernika, bajo el cual se juntaban los vecinos para tomar decisiones en una especie de incipiente democracia, que fue conocida y alabada por Rousseau y Tirso de Molina; además, bajo ese árbol, los reyes de Castilla tenían que jurar que respetarían los fueros. Del roble antiguo solo queda un tronco seco. Apremiado por el tiempo, no entra a ver las vidrieras de la Casa de Juntas, pese a las insistentes recomendaciones de un ertzaintza, que estaba allí de guardia. 

Y de la magnífica iglesia de Santa María, al mural que reproduce el Guernica de Picasso, pintado, como todo el mundo sabe, para denunciar el bombardeo de la villa por parte de la Legión Cóndor alemana durante la Guerra Civil. El cuadro –el auténtico lo vio illo tempore en el museo Reina Sofía– le gusta, aparte de su valor simbólico y político. Pero hablando de política, recuerda con una sonrisa aquella frase de Dalí: "Picasso es español y yo también; Picasso es comunista y yo tampoco".

Ya fuera de la villa, se pasó más de dos horas, no es exageración, buscando el bosque pintado por Ibarrola, hasta el punto de levantar las sospechas de una mal encarada mujer. Por fin se enteró de que los pinos habían sufrido una plaga y el bosque ya no se podía visitar, si es que seguía existiendo. 

Para compensar, se largó hasta la impresionante ermita de San Juan de Gaztelugatxe, colgada sobre el Cantábrico en lo alto de un islote unido a la costa por un puente. Tras subir una porrada de escalones, allí se quedó un larguísimo rato, en comunión con el mar.

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