Pesqueiras

En el interior de una iglesia perdida en la fronda de castaños y robles se abre esta puerta y florece una Resurrección renacentista. ¿No es un luminoso prodigio?
Iglesia de Pesqueiras. VIAMAGICAE
photo_camera Iglesia de Pesqueiras. VIAMAGICAE

El vegetal aislamiento de Pesqueiras, su revelación en medio de un bosque que la amenaza, su proximidad al río desde lo alto, su mismo origen monacal, todo eso hace pensar al viajero en Caaveiro. Bien es verdad que las dos iglesias se parecen poco; bien es verdad que el río de Caaveiro es el Eume, y este es el Miño; bien es verdad que aquellas son tierras de Pontedeume y estas de Chantada; bien es verdad todo ello, pero al ver Pesqueiras, al irse aproximando a ella, empezó a pensar en Caaveiro. Y el pensamiento es libre, ¿o no? 

Sale de Chantada con Bea, Máis que Románico, perfecta guía que lo conducirá hasta su destino, le abrirá la puerta de la iglesia y le contará lo que el viajero quiere saber. Por ejemplo, que no es raro ver tímidos corzos en los alrededores o que aquel bulto que se ve en el techo del ábside es un murciélago, probablemente una hembra con la cría, sin que, afortunadamente, haya servido de mucho la red que se instaló para impedirles el paso. Por  supuesto le habla de la brumosa historia del convento de monjas benedictinas que hubo en el lugar y que pasó a depender del compostelano Sampaio de Antealtares; le habla de la puerta románica de la fachada meridional, de los abundantes trabajos florales y zoológicos en la cantería, y le aclara que la talla de la Virgen con el Niño no es la original románica, perdida o probablemente robada, sino una réplica actual. 

La teatralidad de las pinturas renacentistas del interior le llama la atención. Una Resurrección y un Juicio Final, con sendos majestuosos Cristos, enmarcan dos puertas del interior, puertas o falsas puertas o antiguas puertas, al viajero no se le ocurre ni comprobarlo, ni preguntarlo. Un San Miguel alancea al dragón, haciéndole la competencia a San Jorge que, por razones obvias, es el santo preferido del viajero, haya existido o no, que parece que no.  

Vuelve al exterior y, ¿cómo no hacerlo?, da un paseo por idílico espacio. Ve desde un recodo la presa de Belesar allí abajo y ya apenas le molesta, mucho menos que unos postes de alta tensión que se extienden y amenazan con proliferar en el camino de Chantada a Pesqueiras. Pero aquí, junto a la iglesia, nada sobra ni nada falta. Los árboles forman bóvedas, varios castaños son sobradamente centenarios, con escultóricos troncos. El recogimiento es total. Y el viajero siente, sabe, que la iglesia es simplemente la culminación del  ámbito sagrado que forma la naturaleza. Incluso los pájaros callan absortos.

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