Puertas del Camino: Zamora

Lóbulos que parecen evocar una rítmica sucesión de suaves olas. Y en su interior hueco se refugian las palomas ¿Cabe mayor sofisticación en tanta sencillez?
Puerta sur de la catedral de Zamora. VÍAMAGICAE
photo_camera Puerta sur de la catedral de Zamora. VÍAMAGICAE

Zamora no se ganó en una hora. Este es el comienzo más tópico, menos original que darse pueda para hablar de una ciudad, por eso lo escoge, qué se le va a hacer. Vuelve siempre a Zamora y nunca acaba de verla de todo, tal es la concentración de cosas interesantes que ofrece. Estamos hablando del mejor conjunto de monumentos románicos de España y casi de Europa, a lo que hay que sumar sus bellas casas modernistas, una de la debilidades del viajero. Además, ese sabor recio, castellano o leonés, que se respira en sus calles. Y el castillo y las murallas y el ancho Duero ciñendo a "la bien cercada". Zamora es mucha Zamora, y esta vez le dedica bastantes horas de intensa visita. 

Se le ocurre que podría hacer la mitad de las Puertas del camino sin moverse de aquí, tantas se le ofrecen. Y se asusta pensando en lo que va a escribir hoy, no porque le falten motivos, sino porque le sobran. ¿Cómo escoger entre tantos? En esto piensa mientras come una porra de tomate zamorano y bacalao en una terraza de la plaza Mayor: está buenísima. Increíblemente, tras muchos años de patear sitios y sitios, no tenía ni idea de este plato, una especie de salmorejo aún más consistente. Según consulta después, es de origen andaluz, antequerano concretamente. ¡Qué ignorancia la de uno!

La vista de la ciudad desde abajo, con el Duero en primer plano, es de película, y de hecho ha salido en más de una. Bajó hasta allí por la calle Balborraz, que sale de la plaza Mayor y es tan típica como empinada. Aprovechó para visitar la iglesia de San Claudio, con sus justamente alabados capiteles, en una placita casi pueblerina del barrio de Olivares. Volvió a subir hasta la catedral, cuyo cimborrio gallonado, es decir, con escamas, es muy peculiar y emblema de la ciudad. Envidia al obispo, pues desde un lado de su palacio ve la mejor de las puertas catedralicias y desde el otro, el campo y el Duero. A un paso, la casa de Arias Gonzalo o del Cid, donde dicen que se alojó para casarse. Va parando en una, dos, tres, etcétera iglesias románicas; por ejemplo, la de la Magdalena, la de San Juan Bautista o de la Puerta Nueva, la de Santiago, etcétera. Se para delante del bonito teatro Ramos Carrión y del más modesto Principal. ¡Qué fachada la del palacio de los Momos (hoy audiencia)! Se sienta a descansar delante de otro palacio, el de los Alba y Aliste (hoy parador). 

Y se le acaba el día.