Puertas del Camino: Ribadeo

La naturaleza imita al arte. La frase de Oscar Wilde toma todo su sentido en la playa de As Catedrais. Y este arco es la más bella puerta que cabe imaginar
Arcos de la playa de As Catedrais. AEP
photo_camera Arcos de la playa de As Catedrais. AEP

Después de inaugurar a lo grande la jornada en la playa de As Catedrais (una pasada), el viajero vagabundea por Ribadeo. Anda por la plaza principal, con la torre de los Moreno, por las calles que bajan al puerto. Y se acerca hasta el faro de Illa Pancha que, en realidad, no sabe si sigue siendo isla o no, todo depende de que contemos el puente construido no hace mucho, que la une a la costa. Al final se inclina por seguirla considerando isla, pues una obra humana, forzosamente siempre modesta, no puede enmendar la plana a los designios de la naturaleza, diga Wilde lo que diga.

El Cantábrico va quedando a la izquierda, al norte, haciendo camino por Asturias tras cruzar la ría. En la zona de Cudillero, qué pueblo tan pintoresco, se desvía hasta la playa del Silencio, sugerente nombre. La playa, los acantilados y las rocas que la completan y engrandecen. Aunque no hay mucho oleaje, el bramido sordo del mar es continuo y parece contradecir el nombre del enclave. Absorto en el entorno, acaba dándose cuenta de que ese sonido, hipnótico y relajante, no es ningún ruido, sino una peculiar manera de silencio que impide que nos perturben cuales quiera hipotéticas disonancias acústicas.

La playa de Salinas, muy larga y buena, es un tradicional lugar de veraneo de la burguesía asturiana. Ve algunos chalés, pero también bloques de apartamentos que hubiera sido mejor que se los hubiesen ahorrado. En un extremo de la playa, una zona ajardinada, acantilados y una moderna pasarela. Una serie de anclas de diverso origen forman el museo Philippe Cousteau, cuya cabeza está esculpida en una roca sobre el mar. Pese a su curiosidad, no pudo averiguar que tenía que ver el hijo de Jacques Cousteau, prematuramente muerto en un accidente de hidroavión, con Salinas. Y le costó lo suyo enterarse de que Paca Gómez, que aparece destacada en el museo, era un barco que se hundió y cuya ancla fue donada por Cervo.

En Gijón se dirige a la parte vieja para visitar unas termas romanas. Tarda un poco en encontrarlas y, la verdad, tampoco le interesaron demasiado. Tras estirar las piernas por la playa de San Lorenzo, para terminar el viaje se dirige hacia la Universidad Laboral de Gijón, pues así se lo recomendaron. Y a fe que valió la pena, porque el edificio, en verde y dominante emplazamiento, es magnífico y el más extenso de España. Construida en los años 40 del pasado siglo, su enorme patio tiene un logradísimo aire romano o neorromano. O, si se prefiere, mussoliniano.