San Pedro de Tejada

¡Qué placentero e instructivo entretenimiento es irse fijando en cada detalle de estas portadas! Ved, por ejemplo, ese hombre intentando defenderse de la fiera
Iglesia de San Pedro de Tejada. EP
photo_camera Iglesia de San Pedro de Tejada. EP

Un Ebro aún juvenil pasa por Puente Arenas y por Puente Arenas pasa el viajero camino de su destino, que ya se intuye allí arriba, en las estribaciones de la sierra de la Tesla. Le gusta el nombre de Puente Arenas, quizá porque le recuerda a Puerto Arenas, la ciudad austral chilena, punto de partida para la Patagonia y para la Antártida; e ir a la Patagonia es una de sus aspiraciones, que quizá, ay, no llegue a cumplirse. Pero a falta de la Patagonia, bien están las Merindades, la comarca burgalesa donde aparece por vez primera la palabra Castilla y donde se asienta la iglesia de San Pedro de Tejada, a la que acaba de llegar entretenido en estas divagaciones.

Y se lleva la desagradable sorpresa de que el acceso al recinto está vedado, con un bien visible cartel de Prohibido el paso. Propiedad privada. Es el colmo, una de las joyas románicas de la provincia y no puede el inofensivo visitante acercarse a ella. No se conforma y, como no hay nadie, busca un hueco por donde colarse, que por fin encuentra en un muro muy derruido y cubierto por la maleza. 

Le gustan estas iglesias aisladas a modo de ermitas, en plena naturaleza, con amplias perspectivas. Pero aparte de eso, San Pedro de Tejada, que formaba un conjunto con un desaparecido monasterio, está muy bien. Vertical con su torre, pero sólida como es propio del románico. A su lado hay una casona en mal estado, que quizá fuese la rectoral, aunque le parece demasiada casa para serlo. El exterior de la iglesia está profusamente tallado: la portada, el ábside, los capiteles y canecillos. Cristo, apóstoles, músicos y animales forman un mundo ingenuo y expresivo que nos llega desde hace muchos cientos de años. El viajero intenta imaginarse a los que forjaron estas figuras, algunas medio borradas por la erosión, otras bien conservadas. ¿Cómo serían aquellas personas anónimas, cuyas obras se estudian hoy en la historia del arte? ¡Qué ajenas estarían entonces a tan ilustre destino! Imposible que se imaginaran que un viajero llegaría de lejos solo para admirarse con su trabajo.

A un lado, los montes; al otro y abajo, el valle, el río y el pueblo; en medio, San Pedro de Tejada sobre una colina. El viajero hace su visita un poco intranquilo, consciente de que está invadiendo la propiedad ajena. Pero el único que asoma por allí es un inglés, que solo hace eso, asomarse y marcharse. También él decide marcharse y busca el paso por donde entró, pero tarda en encontrarlo. Por fin, ya está.

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