Puertas del Camino: Vilar de Donas

No hay esculturas que nos miren. Sí hay equilibrio y sobriedad en los pétreos adornos. Y hay una puerta con herrajes noblemente decrépita. ¿Para qué más?
Iglesia de Vilar de Donas, en Palas de Rei. AEP
photo_camera Iglesia de Vilar de Donas, en Palas de Rei. AEP

Hace frío y aún la niebla se despliega y enrosca entre los árboles cuando llega a Vilar de Donas. Está en esa Galicia profunda y auténtica que, sin tener nada de particular, tiene todo: unos prados con algunas vacas, pequeñas carballeiras, un regato. Vilar de Donas, así se llama porque aquí hubo un convento de mujeres, damas o dueñas, hoy una ruina. La iglesia, en cambio, se mantiene bastante bien. La vieja puerta de color granate y con elegantes herrajes parece que puede abrirse de una patada. Pero allí está el señor Jesús para franquearle el paso y servirle de erudito guía en el interior, que se sabe de memoria a destacar, un baldaquino gótico y las pinturas del ábside, también góticas. El señor Jesús confiesa –y habrá que creerlo, aunque –ni de broma los aparenta‒ que tiene 94 años. Y preguntado por la época de la puerta, dice que es del siglo VII; a lo mejor el señor Jesús tiende a exagerar la edad de las cosas, pero a lo mejor no y, en todo caso, estaría en su perfecto derecho desde su casi un siglo de existencia. 

El visitante sale a la niebla, que ya parece que quiere levantar, y da una vuelta alrededor de la iglesia y de lo que queda del monasterio. El silencio es absoluto y no se ve ni se oye a nadie. Adosada a un lado del monasterio, una casa desvencijada, medio caída y con una placa de mármol en la que se puede leer: "Casa rectoral. Reconstruida con la ayuda de los feligreses de esta parroquia, siendo cura D. Victoriano Frade. Año 1952". ¡Cómo se ensaña el paso del tiempo con algunas cosas! Un camelio tiene sus rojas flores ya marchitas, acordes con la decadencia del entorno. En cambio, la iglesia y el señor Jesús, cada uno en su medida, nos enseñan a perdurar o, al menos, a durar.

Por fin el viajero, tan dado a melancolías y filosofías baratas, se arranca de Vilar de Donas, que es uno de esos lugares donde le gustaría demorarse más tiempo. Pero quiere llegar, sin salir del concello de Palas de Rei, al castillo de Pambre, tan recio, tan conservado y tan auténtico, ¡menudo castillo! Y como le queda a unha carreiriña de can, no le importa perder (mejor dicho, ganar) dos horas y pasear por las orillas de los torrentes de Mácara, donde un río Ulla aún juvenil y juguetón se divierte deslizándose en pequeñas cascadas y reposando en calmadas pozas, quizá contento por la visita del Pambre, que vierte en él sus aguas. 

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