Puertas del Camino: Villafranca

Esta puerta mira al norte, a Compostela siguiendo el Camino. Si enfermo o exhausto, en ese caso no te preocupes, porque la puerta del Perdón será tu Puerta Santa.
Puerta del Perdón, en la iglesia de Santiago de Villafranca del Bierzo
photo_camera Puerta del Perdón, en la iglesia de Santiago de Villafranca del Bierzo

Siempre que por aquí viene –y viene muchas veces– hace lo mismo. Sube hasta el castillo y hasta la iglesia de Santiago. En la pequeña iglesia se detiene para tres cosas: para admirar la armonía de su esencial románico, para repasar sus muchos pecados ante la puerta del Perdón y para admirar la vista de Villafranca, con la iglesia de San Francisco enfrente y con los montes de Galicia al norte. Baja y vuelve a subir hasta la susodicha iglesia de San Francisco y desciende a la plaza. La atraviesa y camina bajo la mole de San Nicolás hasta la alameda y su jardín, a un lado la colegiata. Alcanza el puente viejo sobre el Burbia y se da la vuelta, para enfilar la calle del Agua, con sus casonas señoriales y antiguas. Da fin a su recorrido en el convento de la Anunciada. Y para relajarse vuelve a la plaza, se sienta en una terraza y deja pasar, con el corazón manso, los minutos o incluso las horas. Siempre lo mismo y con el mismo interés y agrado. Y por si esto fuera poco, el viajero tiene en Villafranca un puñado de buenos amigos. No se puede pedir más.

Unas cuantas precisiones para visitantes ajenos y curiosos. La puerta del Perdón permitía, a los que ya no podían más, alcanzar las mismas gracias que en la Puerta Santa compostelana. El castillo estuvo habitado hasta su reciente muerte por el compositor Cristóbal Halfter, pues pertenecía a su mujer. En la iglesia de San Francisco está enterrado Gil y Carrasco, el autor de El señor de Bembibre la única novela histórica del romanticismo español que vale la pena, con preciosas descripciones del paisaje del Bierzo. La iglesia de San Nicolás fue de los jesuitas y hoy es de los paúles, una parte de su convento es hostería y en otra hay un inesperado y atractivo museo de ciencias naturales. El jardín de la alameda, apenas una tira entre dos calles, consigue aislarte del entorno entre flores y setos, a pesar de sus exiguas dimensiones. Su equivalente arquitectónico en pequeñez, encanto y sabor sería el teatro de la plaza. La colegiata es grande, casi grandiosa exagerando un poco. El río Burbia baja de los Ancares y desemboca en el Valcarce, al que también se le puede considerar villafranquino. La calle del Agua te absorbe hacia un tiempo de nobleza e hidalguía, con casonas o palacios como el de los Álvarez de Toledo o el de Torquemada.

Ésta es Villafranca del Bierzo, a la que siempre vuelve el viajero.

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