Puertas del Camino: Yermo

Antes de pasar la puerta, el dragón, símbolo de mal, parece a punto de tragarse al caballero, que es el bien. Pero dentro de la iglesia, el bien siempre vence.
Iglesia de Santa María de Yermo
photo_camera Iglesia de Santa María de Yermo

En el municipio cántabro de Cartes hay un pueblecito que se llama Yermo, sugerente nombre. En lo alto del pueblecito hay una iglesia bajo la advocación de Santa María. En el tímpano de la iglesia, un San Jorge –así lo asegura el viajero tirando para casa, para la casa de su nombre– lucha fieramente con un terrible dragón, más grande que caballero y caballo juntos. Fijándose, da la impresión de que el dragón ataca y lleva las de ganar. Pero al entrar en la iglesia se vuelven las tornas y, en otra representación que muy curiosamente semeja dar continuidad a la de fuera, se aprecia que el dragón del mal está herido de muerte y el caballero del bien ya se siente vencedor. Para eso son las iglesias, para que en ellas triunfe el bien. ¡Admirable!

Aparte de eso, que ya es mucho, la iglesia de Santa María de Yermo tiene una rica oferta de canecillos y capiteles. Él escoge uno en el que dos caballos –seguramente no son caballos, pero tienen crin o melena– juntan sus cuellos y cabezas como si estuvieran pastando, aunque seguramente no están pastando. Pero si no son caballos ni pacen, al viajero le gustó pensarlos como tales y en tan apacible actividad. El templo es uno de los mejores ejemplos del románico montañés y los entendidos apuntan la influencia de Santillana del Mar.

Una casa junto a la iglesia tiene una especie de pequeño atrio lleno de enanitos blancos y otras figuras, rivalizando con Santa María en afán decorativo, pero de otro estilo y época. Ahora habla de memoria, pero contó más de diez estatuillas. Un enanito trabajando con una azada, otro con una carretilla, un burro, una niña con una paloma en brazos. Y, quizá por la saturación del espacio, dos enanitos emigraron a la casa de al lado. El viajero se queda un rato, alternando su atención entre los enanitos y la iglesia.

Hace otra parada en Cóbreces, perteneciente al municipio de Alfoz de Lloredo, pues le gustan la iglesia de San Pedro ad Vincula y la abadía de Viaceli, dos grandes edificios en estilo neogótico del siglo XIX, con señeros y agudos campanarios. Subiendo hacia ellos por estrecho camino –hay otros– en un recodo se ven allá arriba, con sus altas torres y pintados de colores pastel, más propios del centro y norte de Europa que de estas tierras, pero que quedan bien. En primer término, un prado verdísimo. Y al viajero, que es muy fantasioso y peliculero, le parece encontrarse en el Salzburgo de Sonrisas y lágrimas. Por imaginación que no quede.