"Mi diario de impresiones del Congreso será el de un escéptico"

Las crónicas parlamentarias que Camba firmó de 1907 a 1909 aparecen en un libro

 

Julio Camba. AEP
photo_camera Julio Camba. AEP

Julio Camba nunca quiso tener un hogar. Murió en la habitación 383 del Hotel Palace de Madrid, donde se había convertido en un viejo áspero. Los ancianos solitarios sin casa propia acaban convencidos de que el mundo existe para molestarlos.

De pequeño, Camba (Vilanova de Arousa, 1884-Madrid, 1962) no era así. Era un adolescente animoso y entusiasta que con 11 años salió del hogar familiar —la casa de un médico rural—, se acercó al puerto y subió a un barco. Al bajarse ya estaba en Argentina, que era una ciudad moderna e industrial, la escuela en la que soñaba formarse todo aspirante a líder anarquista. Aprendió rápido a agitar, desconcertar y hacer proselitismo escrito. El gobierno austral lo devolvió a casa en 1902.

Hizo una parada en Diario de Pontevedra, pero, como quedaba demasiado cerca de su hogar, no tardó en marcharse a Madrid. En la capital escribió para varios periódicos e incluso fundó uno, El Rebelde. Lo particular de ese diario es que la cabecera figuraba en la última página, una decisión que podría interpretarse como rigurosamente anarquista o como burlonamente surrealista. El anciano agrio del Palace tenía entonces 19 años y otro talante.

El columnista David Gistau anota en el prólogo de 'Crónicas parlamentarias' que "pocas excepciones hace Camba" en el desprecio "a todo cuanto acontece a su alrededor"

En 1907, se produjeron dos hechos importantes en el parlamentarismo español: los conservadores recuperaron el poder con Antonio Maura al frente y el periódico España Nueva contrató a Camba para levantar acta periodística de las sesiones.

Ambos eran ya rivales; por los menos, en la pretensión de Camba. Tres años antes había firmado ‘Yo y Maura’ invirtiento el orden educado de citar a alguien para hacerse notar. "Yo, anarquista; Maura, encarnación tangible del principio de autoridad. Yo, representante del porvenir; Maura, residuo del pasado. Yo, lo que surge; Maura, lo que se agota... Y está muy bien esto de ‘Yo y Maura’, como está bien aquello de ‘Yo y mi criado’", escribió un mes de antes de ser encarcelado por «escarnio al dogma».

Compartían el Parlamento en bandos distintos —el político y el periodístico— hasta que la brutalidad con la que Antonio Maura solventó la Semana Trágica de Barcelona en 1909 lo arrastró fuera del Gobierno. Los escritos de esos dos años acaban de ser recogidos por la editorial Renacimiento en Crónicas parlamentarias (1907- 1909).

Los clientes del suntuoso Palace a principios de los 60 tenían que caminar sigilosamente a la hora de la siesta para no despertar al iracundo huésped de la habitación 383. Pero su disposición era otra, entre descreída y satirizante, cuando comenzó su serie Diario de un escéptico para España Nueva. "Por deber profesional, yo voy a ir al Congreso a hacer un diario de impresiones, y este diario será el diario de un escéptico, que soy yo", advierte.

La actitud de Julio Camba era más propia de un macero que la de un periodista. Incluso parece envidiarlos

El columnista David Gistau anota en el prólogo de Crónicas parlamentarias que "pocas excepciones hace Camba" en el desprecio "a todo cuanto acontece a su alrededor". Cita dos: "El Galdós parlamentario, al que sin embargo bosqueja con ternura aplastado por el peso de una chistera", y Azorín, al que pinta "algo envidioso por lo bien que le sienta el frac".

Gistau explica que los textos parlamentarios del escritor arousano son más anecdóticos que analíticos. Señala que "se apaña con cualquier cosa" porque "le interesa más lo cotidiano, lo casi imperceptible, que lo estatuario: el elemento decorativo de un macero puede que distraiga a Camba justo cuando Maura larga un discurso con vocación de permanencia".

El personal del hotel Palace sabe que la hora de la siesta exige un toque de queda en el entorno de la habitación 383. Unas décadas antes su ocupante habría luchado ferozmente por los derechos de los empleados, pero despertarlos en su vejez podría perjudicarles laboralmente.

Al final de ese período de crónicas tiene claro que "el Congreso es una magna asamblea de sofistas, ergotistas y retóricos que se entretienen en hacer silogismos y chupar caramelos"

El ánimo de Julio Camba a finales de los años 50 se había agriado hasta ser irreconciliable con el que usaba para burlarse de Maura a finales de los años 10. En un discurso en el que el presidente desdeñaba las ansias autonomistas de Cataluña y Galicia, Camba observa que "se habían abierto los amplios ventanales que dan a la carrera de San Jerónimo y, mirando por ellos, se veía flotar al aire la bandera española". Las palabras de Maura provocaron que "los diputados de la mayoría sintieron renacer en sus pechos todo el abolengo heroico de la raza, todo el espíritu de conquista, de hidalguía y de dominio tradicionales. Si allí hubiera moros que ensartar, las plumas de la mayoría estarían a estas horas chorreando sangre". El colofón es demoledor: "Cuando me retiré de la tribuna, el señor Maura no había dicho nada".

La actitud de Julio Camba era más propia de un macero que la de un periodista. Incluso parece envidiarlos. "Los maceros son estoicos; están plenamente convencidos de la banalidad de la cosa pública, y no pierden nunca la dignidad de su continente por muy desatadas que anden las pasiones en el hemiciclo», señala para referirse a unos conserjes que "han oído terribles discursos, gritos subversivos, imprecaciones feroces; han visto desarrollarse bajo su mirada lo más violentos tumultos, y saben que después de la tempestad viene la calma".

Al final de ese período de crónicas tiene claro que "el Congreso es una magna asamblea de sofistas, ergotistas y retóricos que se entretienen en hacer silogismos y chupar caramelos", por lo que "no triunfa el que tiene más razón o más justicia, sino el que tiene más ingenio, más audacia o más retótica".

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