Caballos salvajes: ¿problema o solución?

 La matanza a palos de cuatro ejemplares en Oia y de otro en Avión reaviva el debate sobre los garranos, que según los expertos menguaron de 22.000 a 8.000 desde 2012. Dañan los cultivos pero previenen el fuego al alimentarse de tojos
 

El experto Felipe Bárcena posa junto a un ejemplar de garrano en los montes gallegos. EP
photo_camera El experto Felipe Bárcena posa junto a un ejemplar de garrano en los montes gallegos. EP

La muerte a palos de un caballo salvaje en Avión el pasado diciembre —en un episodio en el que quedaron malheridos tres más— y de otros cuatro ejemplares en la Serra da Groba en Oia un mes después fueron unos de esos actos de sadismo que hacen replantearse la condición humana. En el segundo caso, apaleados con barras de hierro, los équidos perecieron con tal agonía que los veterinarios hablaron de tortura. Sin poder dar explicación a la crueldad con la que se emplearon los autores —a los que se busca con una recompensa de 2.500 euros para quién los identifique—, cabe preguntarse qué pudo llevar a unos desalmados a fijar su blanco en los garranos, como se denomina a estos caballos de raza autóctona que, además, son especie protegida. Y aquí podría haber respuesta: los comuneros de la zona apuntan a ganaderos vacunos que los culpan de dejar sin pasto a sus reses.

Alejando el dedo acusatorio, lo cierto es que los caballos salvajes nunca maridaron bien con el ganado y la agricultura, de igual modo que no lo hace otra fauna silvestre como el lobo o el jabalí. Una de las mayores particularidades de las ‘bestas’ —como también se conoce a estos équidos autóctonos, protagonistas de las famosas rapas— es que se alimentan principalmente de tojo y matorral, pero en temporadas en las que estas plantas escasean no es raro que bajen a darse banquetes a costa de cultivos o de hierba teóricamente reservada a las vacas. Y el problema, más que lo que comen, son los destrozos que causan en las granjas y que, en sus desplazamientos, irrumpen en las carreteras provocando a veces accidentes.

Así, aunque en ocasiones los comportamientos de estos animales puedan contravenir intereses humanos, quienes sienten aversión hacia ellos no han de obviar el importante papel que juegan en la cadena trófica, pues el garrano es a su vez uno de los manjares del lobo. Y esto se traduce en que los cánidos salvajes, al depredar caballos, no recurran tan frecuentemente a devorar vacas.

Más allá de los beneficios o perjuicios que causen en el rural está que son raza autóctona y la única en el mundo realmente salvaje

Pero quizás la labor más importante de las ‘bestas’, especialmente en la Galicia actual, sea la de cortafuegos, ya que al nutrirse sobre todo de matoral contribuyen a limpiar los montes. Así, no es casual que en las zonas más pobladas por los garranos, como la Serra do Xistral en Lugo o la citada Serra da Groba, sea donde se registran incendios menos virulentos.

"ÚNICO EN EL MUNDO". Pero por encima de los beneficios o perjuicios que pueda causar esta especie se eleva el hecho de que es "única en el mundo". Lo afirma Felipe Bárcena, el mayor especialista en équidos autóctonos, quien asegura que los garranos "son el mayor patrimonio animal de la Península". "Son los únicos caballos genuinamente salvajes que quedan en el mundo,  pues los mongoles y los mustang americanos proceden de animales domésticos que se asilvestraron", argumenta.

Por fisionomía, se asemejan a lo que conocemos como ponis. Tienen menor alzada que los caballos y son más peludos, por eso tienen más crines, que son muy apreciadas y se utilizan para fabricar los colchones más caros del mercado, además de cuerdas y otros usos. La cabellera se les corta durante las tradicionales ‘rapas das bestas’, de ahí su nombre. Estos eventos se celebran cada verano a lo largo de la geografía de Lugo, A Coruña y Pontevedra y en ellas los ‘aloitadores’ conducen a los garranos a los curros, que son una especie de pasillos amurallados donde son desparasitados, se les curan las heridas que puedan tener y, desde 2012, se les implanta el microchip obligatorio. Luego son devueltos al monte.

BAJARON DE 22.000 A 8.000. Al ser preguntado por la razón de ser de la identificación digital, Bárcena aflige su tono para lamentar el "daño" que ha hecho esta medida, enmarcada en el impopular decreto equino de la Xunta de 2012. "Al principio cada microchip costaba 50 euros que debía salir del bolsillo de los dueños de los animales, que a veces son los comuneros propietarios de los terrenos. También debían pagar el seguro, y hablando de un animal cuya carne vale entre 50 y 100 euros, no les compensaba ya tenerlos", explica el experto. El resultado, afirma, es que muchos ‘besteiros’ se deshicieron de sus animales, que "en siete años menguaron su población de unos 22.000 a los 8.000 actuales". 

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