Opinión

Aquí yace la moral escocesa

Hay un juego que ha caído en desuso, probablemente porque ya no hay interés en mirar a la gente en espacios públicos. Me refiero al adivinar la profesión, porque el nombre o a dónde se dirige era demasiado amplio. "¿A qué se dedica esa señora de ahí?". Ojalá el azar nos hubiese puesto frente a Muriel Spark (Edimburgo, 1918; Florencia, 2006), jamás acertaríamos.
 
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photo_camera Muriel Spark

OCURRE A menudo en esta sociedad que los individuos sufren una alucinación que les invita a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor o, en un sentido similar, serían más felices en otra década. Nada más lejos de la realidad. Muriel Spark fue una tristemente adelantada al calendario, quería ser independiente cuando una mujer aspiraba a segunda al mando del hogar pero primera en cuidados.

Su nombre hoy día no es recordado entre el gran público y la gente sigue sorprendiéndose al saber que ella fue quien más vendió tiempo atrás. De alguna manera no se le hizo justicia y solo en círculos elevados, o puede que ni eso, se habla de Spark como una voz única en las letras inglesas. Es probable que llevar una vida atípica, una mala fama y un estrellato breve obligue ahora a revisarla y colocarla en su merecido lugar como reparación histórica.

La Universidad de Edimburgo tardó mucho tiempo en incluirla en sus temarios de literatura y su obra ha enfrentado y continúa haciéndolo a autores de todo el mundo, como a Ali Smith y Joyce Carol Oates se enfrentaron a Norman Mailer. La gran virtud de Muriel Spark fue no pasar desapercibida para nadie: o la veías sobrevalorada o caías a sus pies. Sus párrafos compilan aún hoy capas de conocimiento y filosofía como si fuesen simples dominicales.

Así como hay cientos de autores a los que es difícil comprender sin tener nociones de profundas cuestiones, la obra de Spark solo requiere conocer su vida y qué la motivó en cada momento. La existencia de la escocesa puede dividirse en seis actos, bien diferenciados, que bañan las 22 novelas y teatro, poesía, ensayos, biografías y demás que dejó atrás en 2006.

Concluyó, tras observar la sociedad que la rodeaba, que la única manera de moral decente para huir de su hogar era el matrimonio

La primera parada es su infancia, juventud y fuga de la ciudad de Edimburgo, lugar donde se crió y por el que sentía un cierto amor-odio, como cualquiera con el lugar donde ha crecido. Ya entonces era alguien decidido, pero no de personalidad fácil. Concluyó, tras observar la sociedad que la rodeaba, que la única manera de moral decente para huir de su hogar era el matrimonio.

A los 16 años se embarcó en un enlace con un hombre que la llevó a Rodesia —actual Zimbabue—, cumpliendo así con sus dos requisitos: sacarla de Reino Unido y que no tuviese que encargarse de labores del hogar. Ella solo quería escribir, desafiando en vida y obra las convenciones de su época. En África tuvo un hijo con S.O.S., como ella llamaba a su marido, Sidney Oswald Spark, y sufrió junto a él, que tenía problemas mentales.

Quizás el mote cariñoso debió servir como aviso de la tormenta que era su relación, un intercambio constante de ira e inestabilidad que aumentaba cuanto más se reducían sus ingresos. Frente a las cataratas Victoria lo tuvo claro, o saltaba al vacío o abandonaba esa realidad para siempre. No podía centrarse en escribir si carecía de dinero y un lugar seguro. Y, dos años después —a causa de la Segunda Guerra Mundial—, retornó a su isla madre.

Tras dejar su familia atrás, se instaló en Londres y pudo trasladar a su hijo de África a la casa de sus abuelos. En este tercer acto nace la artista que residía dentro de Muriel Spark, aletargada, esperando una oportunidad; pero también la miseria de una sociedad rota tras la guerra y especialmente dura para una mujer hecha para romper el molde.

Spark trabajó en los Servicios de Inteligencia Británica, concretamente en el departamento que emitía falsas informaciones en la radio para confundir a los nazis

Su primer oficio como retornada es el que siempre llama la atención de quien repasa su vida y que, de manera inevitable, marcó gran parte de su obra. Spark trabajó en los Servicios de Inteligencia Británica, concretamente en el departamento que emitía falsas informaciones en la radio para confundir a los nazis. Allí comprendió la necesidad de que una historia, real o no, sea consistente entre lo que cuenta o lo que contiene.

Su faceta literaria despertó gracias a un concurso del diario Observer que le reportó 250 libras. Prosiguió narrando la vidas de otros, siendo todavía reconocido como mejor estudio sobre Mary Shelley el que hizo. Sin embargo, crecía en ella una insatisfacción casi al mismo ritmo que las deudas y en 1954 sufrió una crisis emocional, física y psíquica que sirvió de desfibrilador para su imaginación.

Después de la guerra, el acceso a alimentos era algo complicado y ella, como la mayoría de la población, tenía una dieta a base de remolacha, cordero frío y cornish pasties —una especie de empanada—. Esto provocó que, pese a tener un aspecto rollizo, su estado era anémico. Sus problemas alimenticios empeoraron cuando se propuso adelgazar a base de unas pastillas famosas de la época, que ahora se sabe que eran un tipo de anfetamina.

Durante el shock que este cóctel provocó en su cuerpo, creyó que T. S. Elliot se comunicaba con ella a través de mensajes ocultos en crucigramas y, una vez recuperada, comenzó a obsesionarse por guardar y coleccionar todo lo que ocurría en su vida. Este ingente archivo le servía para demostrar cualquier cosa que le había ocurrido, para saber que había cosas en su cabeza que no eran reales y de las cuales no tenía pruebas.

El catolicismo fue  su bote salvavidas en medio de un océano de caos

Sus jugueteos con la literatura terminarían para convertirse en un oficio serio cuando abrazó el catolicismo, su bote salvavidas en medio de un océano de caos. Lo hizo como si su nueva fe fuese un buffet libre, cogiendo aquello que le interesaba. Entonces a la edad de 39 años, tres como neocreyente, publicó su primera novela ‘Los edredones’ y la siguieron rápidamente cuatro más, siendo la más famosa Los solteros.

Con su sexta novela alcanzó el éxito global que se venía forjando, demostrando que el género que más justicia —y depreciado hoy día— le hacía era el de bestseller. La plenitud de la señorita Brodie fue una bofetada a la moral escocesa, a la idea de cómo ha de ser una mujer y al propio sistema educativo; así como la cumbre de su carrera y la obra que recoge todas las características propias de su narrativa y las eleva al máximo.

Esta corta, brillante e intensa novela corta —a la que Spark llamaba Mi vaca lechera — la catapultó al otro lado del globo para convertirla en escritora en la revista The New Yorker y habitante de la ciudad que le da nombre. Este acto en su vida es breve pero decisivo para confirmarle su vocación como escritora, su valía y llevarla a su destino final, donde viviría hasta el final de sus días.

Al llegar a Italia se perdió un poco, la vida hedonista la embriagó de algo que desconocía. El Sol, la belleza de Roma y, tras abandonar la capital, la Toscana habían afectado a su manera de ver la vida. Ella, la escocesa que había conquistado el mundo, se había convertido en la escritora rural de algún lugar perdido y sus obras ya no resultaban frescas.

Gracias a volver a su esencia, la raíz de su narrativa, con la novela La entrometida (Blackie Books) pudo recuperar su voz sin interrupciones y atacar al sector editorial que tanto odiaba. Al igual que Fleur Talbot, la protagonista, Muriel Spark tuvo que vivir primero para poder escribir y, en esta historia, encontramos la biografía más ficcionada de la escocesa, que vuelca gran parte de ella en sus líneas.

Jamás hizo un relato sencillo o para distraerse, sus textos eran accesibles, pero complejos.

El arquetipo de novela de Muriel Spark lo protagonizaba una mujer con problemas psicológicos que le alteran su sentido de la moral y el bien, liberadas de su época y generalmente en oficios creativos. Son historias están narradas de manera sagaz, ingeniosa y con una violencia sutil e inesperada, en las que el dolor es una constante camuflada con humor, saltos temporales y lecciones morales. Jamás hizo un relato sencillo o para distraerse, sus textos eran accesibles, pero complejos.

Su impacto en la literatura se mide por diferentes marcadores, como el estudio que realiza de los personajes, inspirado por Mary Shelley y las hermanas Brontë, y su capacidad para reinventarse siguiendo su estilo único. Pero desde luego su mayor virtud es ser reconocida como “la escritora que los escritores deben leer para hacerse escritores”.

A Muriel Spark la marcó su maestra en la escuela femenina, Christina Kay —su Señorita Brodie—, y se negó a estudiar, pues las chicas de universidad "ni siquiera conocen a Gary Cooper". Consciente de que no eran los diplomas lo que te hacía valioso, dejó en sus obras su propio epitafio: "Espero que quienes lean mis novelas sean lectores de buena calidad. No me gusta pensar que una persona vulgar lea mis libros".

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