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La escritura negra

Violette Leduc es el lado oscuro de la radiante generación escritora de principios del siglo XX en Francia. Caída en el olvido, su figura comienza a ser reivindicada hoy
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"UNA FAMILIA que se daba mucha importancia y que no me contestaba cuando le daba los buenos días me llamó bastarda. ¿Qué quiere decir eso? Le pregunté a mi madre al llegar como una tromba a la cocina. Mi madre se puso pálida. No quiere decir nada. Salió furiosa. Salí a la ventana y oí que les hablaba a gritos. Lamenté mi curiosidad"

Es 1916 y ella tiene 9 años. Está en Marly, al norte de Francia, un pequeño territorio perteneciente al distrito de Valenciennes. Hay una guerra. Su abuela Fidéline acababa de morir. Vive con su madre Berthe en un apartamento igual a los otros apartamentos, de un edificio igual al resto de edificios, con personas igual de pobres e igual de olvidadas que ellas. No va a la escuela. Hay bombardeos, la gente desaparece, como su abuela, y es algo normal. La gente enferma, como su abuela, como su madre, como ella misma, y es algo normal. La gente roba comida, algún repollo, alguna patata, de los carros alemanes. La gente tiene frío y es normal. Lo que no es normal es lo que no puede poner en palabras. Un miedo inoculado desde la infancia, gota a gota y silencio a silencio. "¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada".

Y resulta que nada es vergüenza, nada es engaño, nada es ofensa. Su padre, un señorito burgués y juguetón que se negó a reconocerla. Su madre, la seducida, la abandonada. Ella, el estigma, el recuerdo presente y monstruoso de la falta, del pecado. Detrás de los clichés novelescos hay vidas que se retuercen en una realidad fina y punzante, que tanto son víctimas burlescas y burladas como fantasmas malditos, ataviados con una sábana negra.

Con todo eso a cuestas, al nacer le dijeron: sal al mundo, y vive.

Tras la guerra, su madre y una amiga deciden buscar trabajo en París. A ella la internan en un colegio de Valenciennes. Es la última de la clase. No le gusta estudiar, ni leer, ni relacionarse con el resto. Es una ausencia. Enferma de pleuresía y Berthe se ve obligada a recogerla y cuidarla. Nada, además, es culpa. El médico recomienda vida sana. Una tía suya se la lleva a vivir al campo. Allí aseguran que su salud se ha fortalecido. Ella, en lugar de vigor siente su cuerpo deshabitado, una especie de estructura hueca. Las cartas que espera de su madre no llegan nunca. Nada es amor negado. Cuando por fin llega, le dice: "¡Que campesina te has vuelto!" Y ella no lo dice, pero lo escribirá, muchos años después: "Me hirió como un cuchillo". Pero Berthe no llega sola. La acompaña un hombre que se despide así: "Adiós, pequeña" y, a partir de ese momento, ella lo llamará Señor.

 Aparece Isabelle. "¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada". Y nada también es un amor prohibido

Regresa al colegio, su madre trabaja en las tiendas de muebles y decoración de su marido y su situación económica empieza a aliviarse. No la visita demasiado porque está atareada. Ella pide estudiar piano. Berthe se lo concede. Va a nacer un hijo que será su hermanastro. El Señor vende las tiendas y se mudan a un chalet. Pero ella sigue interna. Se interesa por el piano y, ahora ya sí, por la lectura. Bajo las sábanas, con una linterna, como un secreto o un triunfo. Aparece Isabelle. "¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada". Y nada también es un amor prohibido.

 Después será Hermine. Y a ambas las expulsarán del colegio. Hermine se va antes sin despedirse. Ella espera a su madre y recibe un telegrama. Prefiere quedarse en París que ir a recogerla. Tiene 17 años y llega sola a una estación, como quien llega de un vacío a una vida rota. O puede que al revés.

Ella se llama Violette, Violette Leduc, y se convertirá más adelante en una escritora alabada por Albert Camus, Jean Paul Sartre, Jean Genet, Simone de Beauvoir, Maurice Sachs, Jean Cocteau.
Pero faltan años para eso. Intenta seguir formándose, suspende el examen y abandona los estudios definitivamente. Busca trabajo y lo encuentra en una editorial. Se siente ausente, se siente herida, se siente nada. Nada no es no sentir, es no saber ponerle palabras. Su historia de amor con Hermine continúa a intervalos, se encuentran, se separan, se sufren. Durante sus vagabundeos por París conoce a un hombre llamado Gabriel. Se juntan del mismo modo que si se juntaran dos maderas a la deriva en un mar empeñado en expulsarlos. Se agarran para salvarse o para ahogarse, gritan el mismo grito. Años más tarde, él trabajará como fotógrafo mientras ella intentará convertirse en escritora. Se casarán. Todo eso durará poco. La vida es el espejismo de otra cosa que no se nombra.

Se va de París. Vive con Hermine un tiempo que tampoco se prolonga. Regresa sola, sin trabajo, sin orgullo, sin autoestima. Vuelve siendo aquella niña. «¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada». Nada.

Aparece Isabelle. "¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada". Y nada también es un amor prohibido.

Encuentra un puesto de recepcionista, pero su torpeza se hace evidente el primer día. La colocan de chica de los recados en la misma revista. Conoce a Maurice Sachs, escritor polémico y, al parecer, encantador. Comienzan a verse a menudo. Él la instruye, la alienta; a causa de su insistencia, ella empezará a escribir. Sachs hace uso de sus contactos y ella consigue publicar algunos relatos y le encargan algunos reportajes. Sin embargo, sigue faltando el verdadero sentido. Habla y habla con Maurice de su infancia rota, se queja constantemente de su dolor. Él, un día, le dice: "Su infancia desdichada empieza a hartarme. Esta tarde…se va a sentar bajo un manzano y va a escribir lo que me cuenta", Estalla la otra guerra. Se van a vivir juntos al campo. Él escribe la que es considerada su mejor obra, El Sabbat. Ella intentará escribir su primer libro desde una oscuridad profunda. Maurice se alista, otra vez sola. Comienza a traficar con alimentos que vende en París. Se descubre muy habilidosa en el contrabando y consigue reunir una gran suma de dinero. Volverá a París al final de la guerra. En 1946, con el apoyo de Simone de Beauvoir y Sartre, entrega su manuscrito a Camus, que lo acepta. Gallimard publica La asfixia.

Simone de Beauvoir es, para Violette Leduc, amiga, consejera, amor platónico. Violette Leduc, para Simone de Beauvoir es, probablemente, su reverso oscuro. Admira su ser extremo, su sentir arrebatado, su escritura impúdica, su torrente imparable. Esta relación será contada en una película titulada Violette, de Martin Provost, estrenada en el año 2013. Violette Leduc: la habitante de los márgenes injustamente olvidada por el mundo literario francés.

En 1955, Gallimard publica Estragos, no sin antes haber censurado una buena parte de la obra por deferencia a la bienpensante y mojigata sociedad parisina. Ella sufre una crisis que golpea directamente en su vacío. La ingresan en una clínica que costea Simone de Beauvoir. 
Nueve años más tarde, en 1964, se publica La bastarda, una autobiografía que quedará finalista del Premio Goncourt. «De repente, crisis de depresión…Los bastardos son malditos: me lo ha dicho un amigo. Los bastardos son malditos». 

Aparece Isabelle. "¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada". Y nada también es un amor prohibido

Aunque, a raíz del Goncourt, Violette Leduc fue conocida y leída en el París de entonces, su fama se asocia más a lo marginal, el malditismo, lo extravagante. En 2020, la editorial Capitan Swing publica en español La Bastarda, con prólogo de Simone de Beauvoir: Soy un desierto que monologa, me escribió un día Violette Leduc. En los desiertos he encontrado innumerables bellezas, y cualquiera que nos hable desde el fondo de su soledad nos habla de nosotros…Sorprender un paisaje, un ser, tal como existen en nuestra ausencia: he ahí el sueño imposible que todos hemos acariciado. Ese sueño se realiza, o poco falta para ello, en la lectura de La bastarda. Una mujer desciende a lo más secreto de sí misma y se explica con una sinceridad intrépida, como si no hubiera nadie para escucharla”.

Con poco más de 60 años le diagnostican un cáncer de mama del que no se recuperará. Muere a los 65 después de haber escrito once libros.

"¿Qué quiere decir eso? No quiere decir nada". Y resulta que nada es fuerza, nada es determinación, nada es rapto literario, escritura negra.

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