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Mis amigos americanos

La reciente muerte de Lawrence Ferlinguetti, editor y poeta de la Generación Beat, nos trae a la memoria a la traductora y escritora Fernanda Pivano, poco conocida en España y, sin embargo, figura esencial de la literatura italiana. Cesare Pavese fue su profesor. Los beatniks fueron sus amigos íntimos. A Hemingway lo llamaba Papá. Se dice que ella les descubrió América a los italianos.

SI HA DE empezar por alguna parte con impacto, para seguir leyendo, el relato de Fernanda Pivano comienza en el momento en que su vida de estudiante en el instituto Massimo d’Azeglio, de Turín, se cruza con la de un profesor sustituto de Italiano.

El curso de 1934-35 avanza a la manera de un país anestesiado que sale a veces de su letargo, con acciones y reacciones insólitas, de fuerza y resistencia. Fernanda pasa, también, por períodos de euforia y de desgana. Tiene 17 años. La frustración y el entusiasmo por lo que ha de venir irrumpen y se retraen, como un mar convulso. En el mes de marzo de 1934, los miembros del Gran Consejo del Fascismo son votados en referéndum por una abrumadora mayoría de población. Serán las últimas elecciones hasta después de la caída de Mussolini.

Hay un hombre, de 26 años, que se afilia al Partido Fascista por insistencia de su hermana. Esta piensa, de manera práctica, en su futuro como profesor. Ese gesto, esa concesión, lo llenará de vergüenza y culpa. Dirá: «Para seguir tu consejo, y el futuro y la carrera y la paz, etc., he hecho una primera cosa contra mi conciencia». Interesado ya desde sus tiempos universitarios en la literatura norteamericana, especializado en Walt Whitman, a quien dedica su tesis, y, perfectamente integrado en los círculos intelectuales turineses, ese hombre intelectual y sufriente, de nombre, Cesare Pavese, consigue una plaza temporal en el instituto Massimo d’Azeglio.

La joven Fernanda, conocida como Nanda, recuerda esto en sus diarios: "El extraordinario privilegio de escuchar a Pavese mientras lee Dante o Guido Guinizzelli. Los dejaba claros como la luz del sol". Y también: "Me pasaba horas escuchándolo, con una voz que hubiera hecho morir de envidia a cualquier actor. Se parecía vagamente a la de Hemingway".

Ella estudia Artes y piano. Él escribe, traduce, agita las aguas de la literatura italiana estancada en el barro fascista

Cesare y Nanda hablan mucho. Conectan. Personalizan la pareja arquetípica de mentor y pupila. Sin embargo, este idilio, en principio intelectual, se ve interrumpido bruscamente por una redada antifascista en la que hay detenidos. Entre ellos, Pavese y Giulio Einaudi, cuya recién nacida editorial ya está dando quebraderos de cabeza al régimen. Después de pasar por la cárcel, Einaudi es enviado al exilio y Pavese es confinado en Brancaleone, Calabria. Pasa poco más de un año y regresa a Turín. Se le prohíbe volver a enseñar en escuelas públicas, pero se las arregla para impartir talleres de literatura, y Nanda y él se reencuentran en 1938. Ella estudia Artes y piano. Él escribe, traduce, agita las aguas de la literatura italiana estancada en el barro fascista. Él comienza, poco a poco, a sentir amor. A partir de 1940 se inicia un intercambio epistolar que fluctúa entre intentos, más bien toscos, de conquista, y recomendaciones literarias apasionantes.

«Un día me estaba hablando de escritores estadounidenses y yo le dije: ¿Pero, cuál es la diferencia entre la literatura estadounidense y la inglesa?. Yo era una niña, hace muchos años, una de esas que trabajaba duro para no perder nunca el bronceado. Pavese me ofreció una de sus sonrisas y me dio a leer a Ernest Hemingway, Walt Whitman, Sherwood Anderson y la Spoon River Anthology".

Y si un buen relato ha de tener puntos de giro que cambien radicalmente de dirección, este, en esta historia, es uno de ellos. Nanda lee la obra de Edgar Lee Masters, Antología de Spoon River, clásico de la poesía anglosajona, publicado veinte años antes en Nueva York, y una corriente literaria comienza a soplar. Dirección Norteamérica. La fascinación ante la obra la lleva a traducirla. «No hay duda de que para una adolescencia como la mía, molesta por la épica grandilocuente a toda costa en boga en nuestro período de preguerra, la demacrada sencillez de las líneas de Masters fueron una gran experiencia".

Nanda le entrega la traducción a Pavese y Pavese a Einaudi. Este la publica en 1943 cambiando el título por un inocente S. River.  La censura miope cree que S. River es un santo y el libro ve la luz. Ella tiene 26 años, un editor dispuesto a contratarla, un escritor enamorado y un amor, el arquitecto y diseñador Ettore Sottsass, con el que se casará más adelante. En el transcurso de esa década, se licencia en Filosofía, Pavese le pide matrimonio en dos ocasiones, y Ernst Hemingway, intrigado por la historia que circula sobre la polémica traducción de su libro al italiano, se pone en contacto con ella. Un día cualquiera. Y le dice que quiere conocerla.

A los nazis no les agradaba la manera en cómo el autor trata la batalla de Caporetto en la I Guerra Mundial.  Irrumpen en casa de Pivano y la arrestan

La historia cuenta que, tras la publicación de S. River, hubo una redada de las SS en la editorial Einaudi. Que allí encontraron un contrato por la traducción de Adiós a las armas, de Hemingway, libro prohibido por una cuestión de orgullo. A los nazis no les agradaba la manera en cómo el autor trata la batalla de Caporetto en la I Guerra Mundial.  Irrumpen en casa de Pivano y la arrestan. Tras un feroz interrogatorio la dejan en libertad vigilada y le quitan el pasaporte.

Nanda Pivano viaja a Cortina D’Ampezzo, en los Alpes italianos, y se dirige al Hotel Concordia, donde Hemingway se aloja. "Cuéntame, ¿qué te hicieron los nazis?", le pregunta este. A partir de ahí, se entabla una profunda amistad, que lleva a Pivano a publicar su biografía basada en sus múltiples encuentros y conversaciones.

Se muda a Milán, imparte clases en la universidad, se ve constreñida, una y otra vez por las cortapisas academicistas y el estancamiento literario de una Italia exhausta. Mira, con una creciente admiración y respeto, al movimiento cultural estadounidense, al espíritu libre, a los márgenes que traspasa constantemente la llamada Generación Beat. En 1956 recupera el pasaporte y viaja, por primera vez, a EE.UU. Es el año en que se publica Aullido de Allen Ginsberg. La vida de Pivano gira de nuevo. Ginsberg, Jack Kerouac, William S. Burroughs, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti. Todos, se convierten en sus amigos. "Era muy bello, muy antifascista", dice en sus diarios. Y empieza a traducir y prologar sus libros. La cultura norteamericana se abre camino en Italia gracias a Nanda Pivano. Aquella América se convierte, obsesivamente, en su casa libre, y va y viene y viene y va, tratando de mover su país con el espíritu que inundaba a aquel.

 La literatura norteamericana del siglo XX nace en Italia a partir de las traducciones de Fernanda Pivano, que muere en 2009, a los 92 años

La casa milanesa de Pivano y su marido es el epicentro de la cultura y el arte. Todo fluye, todo se mueve, todo es susceptible de ser creado. Editan dos revistas, viajan a la India, a África, al resto de Europa. Se queda una temporada en San Francisco. Conoce a Bob Dylan a través de su amigo Ginsberg, dice de él que es "un poeta". Traduce, sin parar. A Kerouac a Bukowski, pero también a Jane Austen a Gertrude Stein a Scott Fitgerald a Hemingway a Faulkner a Dorothy Parker a Flannery O’Connor a Grace Paley. Pero también a Bret Easton Ellis a David Foster Wallace a Chuck Palahniuk. Y lleva a Italia lo que a Italia no llega.

Es un ciclón reiventándose a cada instante. A los 60 años, se incorpora al Corriere della Sera como periodista cultural. Viaja a California y, entre 1980 y 1984, entrevista a Charles Bukowski. Después publica un libro sobre él. Crea un nuevo tándem con el editor Pironti y sigue el torrente: Carver, DeLillo, Didion. A todos traduce, a todos conoce. La literatura norteamericana del siglo XX nace en Italia a partir de las traducciones de Fernanda Pivano, que muere en 2009, a los 92 años.

Quedan tantos libros. Y el poema que, un día, Cesare Pavese, doliente y lírico, le dedicó: "Ha reaparecido la mujer de ojos entreabiertos/ y de cuerpo concentrado, andando por la calle./ Ha mirado de frente, tendiendo la mano en la calle inmóvil./ Todo ha vuelto a resurgir".

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