Opinión

La obsesión del alfil

Ahora que los ritmos de vida se han ralentizado forzosamente es más sencillo observar nuestras rutinas como una panorámica. A vista de halcón somos pequeñas piezas que repetimos actividades a diario, ajenos a que alguien podría observarnos y decidir cómo interferir en nuestras costumbres, paseos y caminos al trabajo
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ESTA ES UNA de las maneras por las que los terroristas logran atacar o interceptar tanto a personas importantes como a desconocidas. Estas aceras que transitamos cada día sin dar mayor importancia son las casillas por las que podemos movernos siguiendo patrones. Quizás la mano invisible que nos guía es, en realidad, un jugador intentando ganar la partida, como hace Elizabeth Harmon, la ajedrecista que protagoniza Gambito de dama (Netflix). Es curioso como el movimiento en L del caballo, las diagonales del alfil o el avance frontal del peón son normas para quien juega y las únicas posibilidades para la pieza. Lo que en ocasiones olvidamos es que nos parecemos más a esas figuras porque carecemos de un supuesto control, somos víctimas del mito de la libertad y repetimos a diario acciones que creemos haber elegido pero que, en realidad, nos son impuestas por quien juega.

La miniserie de Netflix nos presenta a una niña prodigio del ajedrez que, tras obsesionarse hasta la enfermedad con ese juego, logra hacerse un hueco en un mundo masculino e intelectual, pero no bruto ni agresivo, aunque sí mordaz. El coste del don es la soledad del camino hacia la cima, pero una vez arriba no queda nada alrededor salvo el ego y la historia. Las 64 casillas blancas y negras del clásico tablero son el mundo seguro por el que Elizabeth Harmon decide transitar, un espacio delimitado donde lleva el control de la situación y que dista mucho de su vida externa al momento de juego. Pero no pudo ser de otro modo, pues ella es solo un peón de una partida más grande y debe seguir a su instinto tanto como el alfil traza diagonales. 
Sin embargo, el ajedrez es mucho más que lo que la obsesión de una mujer (o cualquier hombre) puede abarcar, algo que ni siquiera los soviéticos a base de firmeza y determinación pudieron comprender pese a ser los maestros del juego.

La fuerte psicología que encierra el tablero de cuadros está muy emparentada con teorías freudianas, reflexiones sobre el bien y el mal y se alimenta de filosofía tan variopinta como El arte de la guerra de Sun Tzu o Metafísica de Aristóteles. La visión del ser a través de un peón tallado en madera o marfil es más nítida y accesible que los procesos de introspección que otros pensadores defienden. Gambito de dama es la forma audiovisual de una reflexión alrededor de este juego que Stefan Zweig ya había contemplado en una de sus mejores obras en prosa y la última que publicó antes de suicidarse, Novela de ajedrez. Elizabeth Harmon y el Dr. B, protagonista del libro del autor austríaco, son el mismo personaje pasado por diferentes ópticas: una superviviente de la tragedia personal y un mundo capitalista cruel y el superviviente del nazismo.

Su prodigio proviene de una necesidad de evasión, de abstraerse del orfanato femenino o de anular los efectos que las torturas nazis producían en su mente.

La posibilidad terapéutica de un juego pasa por asumir el riesgo de quedar encerrado en él, siendo lugar de refugio y trauma al mismo tiempo. El dualismo del blanco y negro del tablero encierra también las luces y sombras de la psique humana, puntos opuestos que conviven en un mismo individuo. Ambas figuras representan la obsesión por el ajedrez como el único modo de seguir existiendo y logran la maestría mediante una travesía de dolor, soledad y abandono que no se mitiga ante el éxito o reconocimiento externo. Su prodigio proviene de una necesidad de evasión, de abstraerse del orfanato femenino o de anular los efectos que las torturas nazis producían en su mente.

Quizás es la soledad el secreto mejor guardado bajo las cuadrículas del tablero, el mismo desamparo que siente tanto jugador como figura. Un peón negro avanza lentamente, casilla a casilla, adueñándose del lugar al que llega al igual que el resto de piezas. Un cuadrado, un individuo. Esta es tu parcela, aquí vivirás, aquí harás tu rutina y por tus movimientos sabrás quién eres. Ser prisionero y guardián de uno mismo es el precio a pagar por aquellos que se atreven a mirar su propia condición. Lo más probable es que, debido a la inteligencia y habilidad que este juego exige, cualquiera persona aspire a convertirse en el rey de la partida pero deseando lo que la reina disfruta: libertad y posibilidades, ajena a lo demás.

Librar una batalla vestida con aspecto lúdico y llevar a cabo estrategias ofensivas y defensivas es un resumen superficial del objetivo de este juego, pero si se abre la lente desde la que observamos eso también es un resumen de nuestra propia vida en sí misma. La seriedad de la contienda la dispone su contexto, así como la manera con la que afrontamos el desafío: atacamos y avanzamos o nos protegemos. La premeditación del ajedrecista es capaz de prever con anterioridad muchas movimientos en el tablero, todo esto utilizando la lógica y frialdad, pensando desde la razón y el belicismo. Pero como nos muestran en ‘Gambito de dama’, los seres humanos también estamos compuestos de instintos, algunos aún vivos, que nos permiten ser imprevisibles, por mucho que el peón avance frontalmente.

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