Opinión

En un parque infantil

Leo una novela de John Fosse, un escritor noruego, uno de los autores, dicen, más importantes de nuestro tiempo.

YO JAMÁS había oído hablar de él hasta este libro. Se titula El otro nombre. Septología I, y está publicado por De Conatus, que también es un descubrimiento para mí, y me lo recomendó Jesús Trueba, hermano de sus hermanos y dueño desde hace unos catorce años de la librería La Buena Vida, en Madrid.

Fuimos a La Buena Vida cuando estuvimos en la capital este verano, y Jesús Trueba fue muy amable. Dice él en una entrevista para El Sillón Rojo que hay que tratar a cada visitante como a una persona, y doy fe que eso hizo conmigo. Hablamos un rato, como si nos conociéramos, y él fue un encanto. Y yo tuve la osadía de pedirle una recomendación, cualquiera, así a bocajarro. Le dije que leía, y qué leía, y se lanzó: acertó plenamente, hasta tal punto que el título que escogió para mí (Stoner, de John Williams) yo ya lo tenía y lo considero una novela magnífica. Entonces, confirmada la línea a seguir, probó de nuevo con una selección de cuatro o cinco, y escogí esta.

Todavía la estoy empezando y, aunque comienza raro y aún no sé si me va a gustar o no, y mucho menos cuánto, ya veo que no me va a dejar indiferente, porque lo que se cuenta en ella no es simplemente una historia más, con mayor o menor interés. Es evidente, ya desde el principio, que lo que me espera aquí es el relato de alguien que mira a su alrededor -y eso lo incluye a él mismo- de un modo anormal, literalmente, que parece merecer la pena conocer.

Y, en estas pocas páginas que llevo, durante varias, el protagonista observa a una pareja de jóvenes, chico y chica, que apenas se mueven, sentados en silencio en los columpios de un parque infantil.

Y me hace recordar una tarde, cuando yo llevaba uno o dos años separado, hace ya trece o catorce, en que yo también me senté, cuando volvía a casa, casi de noche, en los columpios de un parque infantil cerca de donde yo vivía, solo.

Es ahora, a posteriori, al recordarlo, cuando más terrible me parece aquel momento de angustia, de dudas, de algo mucho más elemental, mucho más devastador que la mera incertidumbre

Me senté, pensando en algún momento que había pasado allí con los niños, quizá ese mismo día o el fin de semana anterior. Que era en lo que solía pensar entonces. Y echándolos tanto de menos que no sabía qué hacer con esa pena. Ni con ese miedo. Porque, durante un tiempo, lo que sentí fue, por encima de la tristeza, y a pesar de lo profunda que era, miedo. A desaparecer, a pasar a un segundo plano en su vida, a que se alejasen, a que me olvidaran, a, en definitiva, perderlos. Y pensaba en ellos, y en todo eso, sin parar.

Esperar el futuro con miedo, creer que uno va a ser incapaz de afrontar algo que teme y está por llegar, es, hasta cierto punto, normal. Al menos es la secuencia habitual. Ese temor a no poder, a no ser capaz de soportar lo que se prevé. Pero lo que me llama la atención en mi caso es que, si miro atrás ahora, si pienso en aquella época de mi vida, no alcanzo a entender cómo fui capaz, cómo, estando tan mal, no me hundí. Es ahora, cuando todo ha ido bien -o todo lo bien que puede ir estar divorciado con hijos, que es, por si alguien lo duda, una verdadera mierda-, ahora que esos miedos han desaparecido, cuando más me asusta aquella situación. Es ahora, a posteriori, al recordarlo, cuando más terrible me parece aquel momento de angustia, de dudas, de algo mucho más elemental, mucho más devastador que la mera incertidumbre. Pienso en aquella etapa, pienso en vivirla, y me parece imposible aguantarlo.

Asle, el protagonista de la novela, es pintor, y pinta recuerdos, recuerdos difíciles, situaciones vividas que tiene atravesadas, para anularlos, para, de alguna manera, desarmarlos, integrarlos y, así, borrarlos. Como esa escena del parque, que se propone pintar para que deje de hacerle daño. Como mi escena del parque, aquella noche en la que me senté en un columpio, sin moverme, tratando de coger fuerzas del recuerdo de unas horas antes, cuando ellos jugaban allí; y, a la vez, ahogándome con su ausencia, ahogándome de pena.
A mí, aunque puede que en estas columnas dé otra impresión, no me gusta contar estas cosas aquí.

La importante, la mía, es esa: la historia de mi paternidad y de mi miedo a la pérdida

Comprendo que no es el lugar. Resulta demasiado directo, demasiado evidente y visible, supongo, a medias entre la falta de pudor y el exhibicionismo.

Por eso ayer pensaba, leyendo a Fosse, que lo que debía hacer era sentarme de una vez a intentar escribir mi novela. Una novela sobre eso y no otra cosa. Después tal vez viniesen otras historias, pero la primera, la que abre el paso a todas las demás, la importante, la mía, es esa: la historia de mi paternidad y de mi miedo a la pérdida. 

Una novela en la que yo, como Asle, sea capaz de sacar toda aquella tristeza, esta tristeza, y quitarme de encima un poco del peso que no me deja nunca y tanto daño nos hace, aunque ellos no sepan qué es.

Comentarios