Opinión

Radiografía del eco

Me refugié en un cine compostelano huyendo del calor y un plan fallido por causas de fuerza mayor. Me planté en la sesión de media tarde de la última película del cineasta surcoreano Hong Sang-soo, Delante de ti. Salí de la sala desconcertado, nada raro luego de sus filmes, y sentí que la temperatura ya no me afectaba. Ahora era otra cosa.

NO SÉ LO QUE experimenta un bebé, ni recuerdo cómo fue en mi caso, cuando descubre por primera vez su reflejo en un espejo y comprende no solo la imagen que proyecta, sino la autopercepción. Es decir, que tú, como ser humano, emites de modo inconsciente una presencia con un carácter determinado que además ahora no está exento tecnológicamente de ser captado y reproducido, ya no solo reflejado como antaño.


Me llevó un poco de tiempo darme cuenta, como siempre tras ver cintas de Sang-soo, pero de nuevo el cineasta ha capturado la esencia de la sociedad más allá de Corea del Sur y es asfixiante verse en una pantalla.


Lejos de las frases grandilocuentes y perfectas en tono y ritmo que se han hecho míticas en el séptimo arte, los guiones improvisados del director asiático están llenos de silencios, de titubeos, de carraspeos y frases incompletas, de malentendidos involuntarios y repeticiones rutinarias que ponen en el foco a la auténtica imperfección humana y un tipo diferente de discurso, uno más de la masa y menos del héroe premeditado.


En Delante de ti asistimos como en todas las cintas de Sang-soo a la travesía de una persona de paso en un espacio que no es el suyo habitual, asistimos a los momentos de un viajante físico y emocional. En este caso, el viaje no tiene retorno y lanza claros mensajes, más que nunca por el gusto ambiguo del cineasta, sobre la tristeza de necesitar la muerte como recordatorio de lo que es la vida. ¿Por qué si todos los días ante nosotros hay experiencias en ausencia de dolor debemos esperar a estar próximos a la muerte para poder apreciar lo que tenemos delante?

Es comparado habitualmente con Woody Allen, Eric Rohmer o la Nouvelle Vague por sus intereses y manera de rodar


La gran virtud del director coreano es alzar lo habitualmente olvidado por pertenecer a la vivencia de los no protagonistas, de los normales, de los cotidianos; como un bastión clave para entender el momento presente. Es comparado habitualmente con Woody Allen, Eric Rohmer o la Nouvelle Vague por sus intereses y manera de rodar, pero hay una distancia cultural que ubica a Sang-soo lejos de estos y lo convierte en el maestro del diálogo áspero, aburrido incluso, pero inmensamente real.


Ocurre que tras exponerse a películas como la mencionada, Grass, La mujer que escapó o Lo tuyo y tú vuelva al espectador una especie de eco, una vibración interna, que le hace ver y entender su comportamiento errático e irracional como el de los personajes que el cineasta plasma. Esa incomodidad por nuestra imperfección es la que transmitimos al mundo en determinados momentos.


Sang-soo no solo capta el modo de vida, obra y pensamiento de la sociedad anónima con maestría, hasta el punto de enfrentarnos con nosotros mismos y descubrirnos a la vez como persona y personaje de nuestra existencia y su ficción, también es un obseso trabajador del cine que habla de cine, porque como él bien explica solo aborda aquellos temas que conoce.
En las películas del surcoreano siempre aparece la figura del artista generalmente vinculado al cine, en cualquiera de sus formas, y es la voz encargada de reflexionar sobre la identidad y su representación. Es una constante, al igual que el alcohol, la otra única cosa que el director reconoce amar tanto como su oficio.

Es comparado habitualmente con Woody Allen, Eric Rohmer o la Nouvelle Vague por sus intereses y manera de rodar


Pero quizás por encima de todo, de cualquier obsesión repetitiva en toda su obra desde 1996, se encuentra siempre el amor como fuerza de cambio, no necesariamente a mejor. Es esta emoción la que el cineasta conoce de primera mano y utiliza para justificar todos los errores, accidentes, daños colaterales y eventuales aciertos que propician la acción humana.


Los personajes de Sang-soo, y por extensión nosotros, se encuentran siempre en un momento de romance y esperan de eso que tienen entre manos una panacea, una cura a sus dolores inefables pero que irremediablemente se convierte en una decepción a diferentes niveles, en función de la película. El amor es, para el cineasta, una torpeza que muere de egoísmo por la salvación de uno a manos del otro. Y es esta inestabilidad del romance lo que lo lleva a revisitar esta obsesión.


Gran parte del trabajo del director surcoreano es autobiográfico, reflejo de experiencias y pensamiento, y por ello su vida íntima se pone también de manifiesto en la gran pantalla. Dentro del amor que representa en su obra, Sang-soo ha mostrado la realidad de la infidelidad y ahondado en la suya propia junto a su musa y actriz fetiche, Kim Min-hee.

Sang-soo, pendiente de estrenar otra película más, es el encargado de representarnos con una voz entrecortada y dubitativa, a menudo en blanco y negro


Cineasta y actriz no gozan del reconocimiento debido en su país de origen por la relación ilícita que mantuvieron durante el rodaje de Antes no, ahora sí, que inundó las portadas de prensa rosa y dañó la reputación de ambos sobre todo tras afianzarse como pareja estable pese a que la mujer de Sang-soo rechazó el divorcio y aún figura como casado.


Esta situación dolorosa, pasional y humana tiñe gran parte de su obra desde 2015 y se explica con la carga misógina y puritana que sufrió, sobre todo, Kim Min-hee. Pero la explicación total, honesta y artística la dio en 2017 con el estreno de The Day After, su vivencia del escándalo, y En la playa sola de noche, su cinta más laureada hasta el momento y que narra lo ocurrido desde la perspectiva de ella.


Sang-soo, pendiente de estrenar otra película más, es el encargado de representarnos con una voz entrecortada y dubitativa, a menudo en blanco y negro, en los escenarios menos lujosos y con el poco glamour de la rutina. Pero acierta, sobre todo a largo plazo, cuando caminando por la calle sentimos como si nos vigilasen, como si actuáramos para alguien que no está ahí, cuando nos sentimos como personajes guiados y encontramos lo eterno, lo espléndido, en lo más común.

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